Carlos Torres y Josep Oliu han demostrado que en el mundo de los negocios no hay operación que se precie que no pueda acabar condicionada por una disposición personal. Sea positiva o no, que lo decidirán los accionistas, la opa del BBVA sobre el … Banco Sabadell es ahora una cuestión de orgullo que condicionará el «qué dirán» de uno y otro durante los próximos años. En cuestión de 48 horas se acaba el juego de tanteo para ambos –sobre si sube el precio o no de esta primera opa, digo–, se termina el decir y empieza el hacer tras meses de declaraciones y campañas publicitarias donde, todo sea dicho, la entidad vallesana ha enseñado una comunicación estratégica musculosa y envidiable, de esa que escasea y que para sí la quisieran otros Goliats corporativos.
Analistas e inversores se devanan los sesos a propósito de si habrá una segunda opa, si el BBVA aplicará la técnica de su entidad turca Garanti como ‘mataleón’ para ir asfixiando al Sabadell, o si el banco de Oliu y González-Bueno se sale con la suya y humilla al rival azul con una aceptación por debajo del 20%.
Como aperitivo, desde el Sabadell se dijo el pasado viernes que hasta la fecha ningún cliente ha acudido a la opa. Lógico teniendo en cuenta que la operación transcurre con una prima negativa que alcanzó el 10% y actualmente ronda el 7% La cuestión es que algo no se está haciendo del todo bien cuando la compra se ha convertido en un galimatías con fuego cruzado en los medios de comunicación y que está batiendo todos los récords conocidos de duración, lo cual también encuentra argumentos de justificación en la injerencia salvaje que el Gobierno ha realizado para obstaculizar los planes del habitante de La Vela.
Como la que suscribe es amiga de lo sencillo y reniega de las lenguas de trapo, capaces de decir sí y no al mismo tiempo, dejaremos claro el parecer: Torres no puede permitirse perder la partida. Tiene mucho más que perder. Sea como fuere la opa va a llevarse hasta sus últimas consecuencias, aun a riesgo de hacerse daño mutuo y de prolongar los rigores hasta más allá del horizonte que marca la ortodoxia del M&A.
El BBVA intentará completar su movimiento y zamparse al elefante catalán aunque sea a mordiscos, confiados como están sus gestores en que lo mejor está por llegar, y que con el PP en el poder y la ayuda de Europa y las decisiones de los tribunales caerán las limitaciones impuestas por el sanchismo, al tiempo que se abolirán otras aberraciones para el negocio como el impuesto a la banca. Eso sí, los que están entre susto y muerte son los pequeños accionistas, que no saben por dónde salir y se temen que la venta de TSB al Santander de Ana Botín termine por darle la vuelta al tapete bancario y diezmar sus ahorros.
Esas cuentas políticas del «gran capitán» que echan en el BBVA coinciden con un otoño que entra caliente en el PP, casi abrasador en su área económica. Alberto Nadal ha entrado fuerte como nueva cabeza visible –¿sigue por algún sitio Manuel Pizarro?–, pues necesita sacudirse las especulaciones que sobre su prestigio profesional ha arrojado el «caso Montoro» con el ventilador de La Moncloa.
Nadal ha arrancado el curso distanciado de la política fiscal –hace bien– y arrimándose con chaquetilla color noche al morlaco de la vida empresarial. Se ha puesto en el sitio de la verdad, donde uno se juega el arte y la vida, para fijar los ojos del PP en compañías como Telefónica, Indra, BBVA, Sabadell o La Caixa, terrenos donde el sanchismo más descarado ha intervenido como un espontáneo. «¿Qué hace el Gobierno en una empresa de telecomunicaciones?», es la frase con la que Nadal ha abierto su curso de líder económico de un partido con grandes aspiraciones, para continuar con su preocupación sobre sectores como la Banca o la Defensa.
Como ejemplo de que los populares han caído del guindo –siete años después, no vayan a creer– baste recordar que esta semana ha dimitido Alberto Fabra, expresidente de la Generalitat de Valencia, como presidente de la Comisión de Defensa, tras reconocer que su hijo trabaja en la empresa de los Escribano (EM&M), que quieren endosarle a Indra por 1.500 millones a pagar por todos los accionistas de esta.
Dicen las malas lenguas, que suelen ser las buenas, que había ya varios medios indagando el conflicto de intereses entre el Fabra diputado que ha de seguir de cerca a Indra y el Fabra asalariado del entorno Indra. Me vienen a la memoria las palabras de otra Fabra, Andrea, cuando espetó en el Congreso «que se jodan» nada más aprobarse un recorte de prestaciones a los desempleados. Un otoño que se antoja largo y tórrido en el que, ya lo anuncia Junts, van a pasar muchas cosas. Algunas buenas.