Isabel Díaz Ayuso se ha atrevido a comparar el caos de la Vuelta ciclista en Madrid con las imágenes de Sarajevo en guerra. Y la osadía merece detenerse, no tanto por la provocación política y por la frivolidad de la analogía como por la desmesura histórica. Sarajevo no es una metáfora. Es un martirio. Es un epitafio europeo.
Resulta que durante casi cuatro años la capital bosnia resistió el asedio más prolongado de la historia contemporánea. El agua cortada. La electricidad intermitente. El pan convertido en reliquia. Las bibliotecas reducidas a ceniza. Los francotiradores apostados en las azoteas. La liturgia de los entierros apresurados, cavados entre proyectiles. Las madres que corrían con los hijos en brazos sabiendo que la bala buscaba la carrera.
Sarajevo fue la humillación de Europa. La vergüenza de Naciones Unidas. El fracaso de una comunidad internacional que asistía en directo a la agonía de una ciudad cosmopolita, culta, mestiza. Allí donde convivían mezquitas, sinagogas e iglesias, se impuso el odio étnico desde la ferocidad fanática. Allí donde nació el siglo XX con el disparo de Gavrilo Princip contra el archiduque Francisco Fernando, se clausuró con la evidencia de que Europa no había aprendido nada de su historia.
Por eso comparar Madrid con Sarajevo equivale a trivializar la tragedia. No se trata de restar gravedad a lo sucedido en la última etapa de la Vuelta —policías heridos, ciclistas obstaculizados, espectadores amedrentados—, sino de subrayar que la hipérbole política no tiene límites cuando se trata de rentabilizar el dramatismo y el calentón electoral. Madrid no es Sarajevo porque en Madrid no se muere por ir a comprar pan. Porque en Madrid no hay francotiradores en la Castellana ni morteros en Atocha. Porque en Madrid se vive un conflicto político, no un exterminio.
Opinión
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Ayuso buscaba una imagen que subrayara la brutalidad de la jornada. Lo que encontró fue una comparación obscena. Porque Sarajevo no puede ser reducida a eslogan electoral ni a comodín retórico. Sarajevo pertenece a la memoria de la barbarie, al catálogo de las ciudades mártires. Su nombre convoca la dignidad de una resistencia que sobrevivió al hambre, a las bombas, al silencio del mundo.
El disparate es mayor aún porque la evocación de Sarajevo pone de relieve lo que Madrid nunca ha sido. Una ciudad sitiada, desabastecida, rota. Al invocar aquella tragedia, Ayuso ha recordado precisamente lo que significa una guerra de verdad. Y, sin quererlo, ha evidenciado la insoportable ligereza con que nuestra política se alimenta de imágenes extremas.
Manifestantes proPalestina en Madrid. (Europa Press/Matias Chiofalo)
Podría haberse hablado de disturbios. Podría haberse denunciado el vandalismo o la instrumentalización política del deporte. Pero elegir Sarajevo supone una doble afrenta: a la inteligencia y a la memoria. A quienes murieron en las colas del pan. A quienes enterraron a sus hijos en improvisadas zanjas. A quienes mantuvieron viva la música, el teatro, la poesía, como un acto de resistencia en medio de la barbarie.
Madrid no es Sarajevo. Ni siquiera en la hipérbole de una presidenta que ha hecho del exabrupto un género propio. Y el recuerdo de Sarajevo merece respeto, silencio, veneración. Porque aquella ciudad cercada nos enseñó que la civilización es frágil, que la cultura puede arder en una noche, que Europa es capaz de mirar hacia otro lado mientras se desangra uno de sus corazones.
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Sarajevo resistía no con armas, sino con cultura. Con conciertos en sótanos, con funciones de teatro a media voz, con poemas recitados a la luz de una vela. Era la manera de decir: seguimos vivos, seguimos siendo humanos. Por eso me resulta insoportable escuchar cómo se trivializa su martirio. No hay en Madrid ni ruinas, ni tumbas improvisadas, ni la espera interminable de un convoy humanitario que no llega. Lo que hay es una mala política que convierte en Sarajevo lo que no pasa de ser una algarada.
Sarajevo merece respeto. Sarajevo merece memoria. Y quienes estuvimos allí sabemos que la ciudad no es una metáfora. Es una herida. Es un ejemplo. Y es, todavía hoy, una lección moral para quienes creen que la historia puede reducirse a un eslogan caprichoso.
Isabel Díaz Ayuso se ha atrevido a comparar el caos de la Vuelta ciclista en Madrid con las imágenes de Sarajevo en guerra. Y la osadía merece detenerse, no tanto por la provocación política y por la frivolidad de la analogía como por la desmesura histórica. Sarajevo no es una metáfora. Es un martirio. Es un epitafio europeo.