Diez meses después de abandonar el cargo como vicepresidente y Alto Representante de la Comisión Europea, Josep Borrell (78 años) mantiene una agenda frenética como conferenciante y analista de una realidad política de la que ha sido siempre protagonista. Fue dos veces ministro (Obras Públicas y Exteriores), secretario de Estado, presidente del Parlamento Europeo, diputado y eurodiputado en diferentes etapas, incluso concejal de Majadahonda en plena Transición. Nos cita precisamente allí, en un club de tenis de la periferia madrileña. Charlamos durante algo más de una hora en el salón de la cafetería.

PREGUNTA. Kaja Kallas, su sucesora al frente de la política exterior europea, dijo la semana pasada que usted no había conseguido «nada de nada» para frenar la masacre de Gaza. ¿Qué opina de esas declaraciones y por qué cree que la UE ha cambiado de posición ahora frente a Israel?

RESPUESTA. Es una regla de buena conducta no criticar ni a tu antecesor ni a tu sucesor cuando se trata de un puesto tan difícil y complicado. Bastante tiene cada uno en lidiar con los Estados miembros, con la Comisión y con el resto del mundo. La historia nos juzgará a todos y yo no voy a entrar en este tipo de polémicas. Pero, efectivamente, hay que preguntarse por qué la UE ha cambiado ahora de posición. En febrero del año pasado, España e Irlanda ya pidieron que se activase una respuesta. Entonces había unos 25.000 muertos, ahora son 65.000. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, por fin descubre que lo que está pasando es horrible y defiende que hay que tomar medidas. Creo que llega 40.000 muertos tarde, pero bienvenido sea.

P. ¿Pero por qué cree que ha cambiado de postura ahora?

R. Seguramente porque se enfrentaba a los eurodiputados y sabía que este tema le habría acarreado serios problemas. Además, y para los que no conozcan bien el derecho comunitario, empezó diciendo que iba a proponer sanciones contra los ministros israelíes y colonos violentos, etcétera, arrogándose competencias que no tiene. Eso está reservado a la política exterior y solo lo puede proponer el Alto Representante o un estado miembro. Yo lo hice varias veces, algunas con éxito, y también lo hizo España. Quiero recordar que propuse también la cancelación de las relaciones políticas, que es lo único que podía hacer teniendo en cuenta que las competencias comerciales son de la Comisión. No tuve éxito, obviamente, porque para eso hace falta unanimidad.

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P. Pero ahora la Comisión sí ha aprobado una propuesta concreta de suspensión del acuerdo comercial con Israel.

R. Así es. Después de anunciarlo en el pleno de la Comisión, ha propuesto suspender parcialmente la parte comercial del acuerdo. A su vez, el alto representante ha propuesto sanciones a dos ministros de Netanyahu, que lo merecen porque son ultrarradicales que se pasan el día lanzando amenazas y mensajes de odio contra los palestinos. Pero si miramos la letra pequeña, veremos que lo que se ha hecho es muy poco. En la parte comercial, solamente se ha suprimido el trato preferencial a una tercera parte de las importaciones europeas desde Israel, unos 6.000 millones de euros, con un coste en términos de aranceles adicionales de 227 millones al año.

P. ¿Es un gesto entonces simbólico?

R. Es poca cosa, no creo que a Israel le afecte mucho pagar 200 millones más en aranceles. Recuerda que con Rusia tomamos inmediatamente la decisión de suspender todas las exportaciones desde Europa y todas las importaciones con la excepción del gas y, parcialmente, del petróleo. Con Siria suspendimos integralmente el acuerdo de asociación. Lo que hacemos con Israel es una medida casi simbólica. Es tan poca cosa que es posible que lo aprueben incluso los países que están incondicionalmente al lado de Israel.

El exministro y ex representante exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, posa para una entrevista con EC. (Sergio Beleña)

P. Usted ha dicho alguna vez que Europa ha perdido el alma en Gaza. ¿Quién sale beneficiado de esta pérdida de credibilidad de Europa?

R. Putin es el gran beneficiado. Si mañana hubiera otro voto en la Asamblea General condenando la agresión de Rusia a Ucrania, no sacaríamos los votos que sacamos la primera vez. Muchos países nos dirían que no van a condenar a Rusia, de la misma manera que nosotros no hemos condenado a Israel.

Yo creo que Israel no debería participar en ninguna competición festiva, deportiva, etc.

P. ¿Qué piensa usted de la polémica sobre si llamar o no genocidio a lo que está pasando en Gaza? ¿Cree que es un debate en el que merece la pena detenerse o un debate bizantino?

R. Hay claramente una intención genocida en la idea de no permitir que entre ni un gramo de trigo, ni una gota de agua. Los tratan como animales, y tienen que escoger entre marcharse o morir. Ya me dirás cómo se llama eso. Me he resistido mucho tiempo a utilizar la palabra, porque es verdad que el genocidio es una calificación penal, un delito. Estrictamente hablando y solo puede dictaminarlo un juez, y formalmente se trata de una decisión de la Corte Penal Internacional. Pero yo creo que esta discusión es una manera de mirar para otro lado. Una manera de decir que, bueno, como no hay todavía una calificación penal, aquí no pasa nada. Oigan, hay crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad que son tan malos o peores que un genocidio. En cualquier caso, para mí es evidente que hay una intención genocida, que existe la voluntad de eliminar en todo o en parte a un grupo étnico. Y a los niños que mueren en Gaza les da igual que una corte resuelva si murieron por un acto genocida o simplemente por un crimen de guerra.

P. En España, una parte importante del debate está centrada en este aspecto.

R. No comprendo la actitud del Partido Popular, y mucho menos la de Aznar, cuando dice que no solamente no hay que criticar a Israel, sino que hay que agradecérselo porque están haciendo un favor al mundo occidental. No sabemos cuáles son esas ventajas, pero deben de ser las mismas que obtuvo con la guerra ilegal e injustificada contra Irak, en la que Aznar nos metió de cabeza. Nadie le ha nombrado representante del mundo occidental. Ni antes, ni tampoco ahora.

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P. ¿Qué piensa del boicot a la vuelta ciclista y de los intentos de expulsar a los deportistas israelíes de las competiciones?

R. Usar la violencia es algo que sin duda no se debe hacer. Por definición, las manifestaciones no deben ser violentas. Pero hay grados de violencia y, desde luego, lo que ocurrió en Madrid no nos pone a nivel de Sarajevo, como le he escuchado decir a esa gran experta en las guerras balcánicas que tenemos presidiendo la Comunidad de Madrid. Lo cierto es que Rusia fue expulsada de las competiciones internacionales a la semana de atacar Ucrania. Israel lleva 65.000 muertos a cuestas y sigue presente en todas. Así que es comprensible la frustración, no ya de la opinión pública, sino de instituciones y de gobiernos.

P. ¿Está entonces de acuerdo con boicotear a Israel de las competiciones y los concursos internacionales?

R. Yo creo que Israel no debería participar en ninguna competición lúdico-festiva, deportiva, etcétera. Tú no puedes decir que alguien está cometiendo un genocidio e invitarle a tomar café. Pero lo que pasa es que ni Alemania, ni Estados Unidos, ni la señora Von der Leyen, ni la señora Kallas, ni al menos veinte países de la Unión Europea consideran que esté pasando eso. Son solo lágrimas de cocodrilo. Dicen que es horrible, que es gravísimo, que qué pena, pero no quieren pasar de ahí. El colmo es decir que lo de Eurovisión es una mala idea porque no queremos que los ciudadanos israelíes soporten las consecuencias de las sanciones. De verdad, hay gente que vive, como Alicia, en el país de las maravillas. Las sanciones, por definición, tienen consecuencias negativas para sus ciudadanos. Pregúntele a los rusos.

P. ¿Y qué piensa de la Flotilla de la Paz?

R. Un poco lo mismo. Un acto simbólico importante para llamar la atención del mundo. Obviamente, eso no va a cambiar nada, pero es la manera de expresar apoyo y de llamar la atención del mundo. Está muy bien que haya gente que tome iniciativas. Dicen que no van a llegar. Ya veremos, pero por lo menos el mundo entero se va concienciando de lo que ocurre.

Von der Leyen es una persona que tiene una concepción muy vertical del ejercicio del poder

P. Von der Leyen en los últimos meses ha sido muy cuestionada. Tengo la curiosidad de saber cómo era su relación con ella cuando trabajaban juntos.

R. Es una persona que tiene una concepción muy vertical del ejercicio del poder. Muy inteligente, muy trabajadora. La colocaríamos en España en el ala derecha del Partido Popular. Absolutamente atlantista, absolutamente proisraelí. Pero últimamente más cuestionada, sí.

P. Ha recibido muchas críticas en los últimos meses por la manera de gestionar la negociación arancelaria con Estados Unidos.

R. Sí, pero tampoco hay que echarle todas las culpas, porque ella representa a los estados. Y había posiciones muy diferentes. Está claro que Alemania quería un acuerdo, sobre todo para que le bajaran los aranceles a los coches. Pero hay una cosa que creo que es importante decir: tú no puedes ganarle una guerra comercial a un país que te garantiza la seguridad militar. Si yo te garantizo la seguridad militar, tú no me tuerces el brazo en el ámbito comercial. Y de momento, Estados Unidos garantiza nuestra seguridad militar. Tardaremos mucho tiempo en cambiar eso.

P. ¿Estamos maniatados entonces?

R. Es un principio casi físico de la política. Los europeos somos tan dependientes de EEUU que lo que nos horrorizaba, sobre todo a algunos, es que Trump se enfade y nos deje solos en Ucrania. Por eso van todos a Washington, menos Pedro Sánchez, zalameros, sonrientes. ¿Hasta qué punto vamos a seguirle la corriente para que no se enfade a una persona que tiene planteamientos tan diferentes de los nuestros? Pues hasta que dejemos de tener una dependencia total en nuestra Defensa. Y ese es el trabajo de una generación de europeos. Esto tiene una dimensión industrial, una dimensión política, cultural, organizativa y, por supuesto, de capacidades militares.

P. Entonces cree que no se podrían haber evitado las imágenes de la Casa Blanca con los líderes europeos haciéndole la pelota a Trump y admirando su armario de souvenirs y sus gorras MAGA.

R. Bueno, ahí es justo decir que sí lograron algo. Si Zelenski hubiera ido solo, Trump le habría torcido el brazo seguramente. Está claro que Putin y Trump se entendieron en Alaska. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que ahí hubo un acuerdo, y que cuando Trump habla de intercambio de territorios, quiere decir cesión de territorios ucranianos a Rusia. No estuve lógicamente en la negociación, pero imagino que Putin le dijo a Trump que, una vez sellado el acuerdo entre ellos, tenía que vendérselo a los europeos y a Zelenski. Por eso lo primero que hace es llamar a Zelenski a la Casa Blanca para dejarle claro que el único acuerdo posible es el de paz por territorios.

Dejar de depender de Estados Unidos en términos de seguridad es el trabajo de una generación de europeos

P. ¿Y eso se evitó gracias a la presencia de los líderes europeos?

R. ¿Te acuerdas de la foto del primer mandato de Trump, en la que se ve a Merkel de pie echándole la bronca a Trump y el resto de líderes la rodean? Trump quería cambiar esa imagen en su segundo mandato, aparecer como el Gran Manitú. A cambio, los europeos consiguieron que no se hablara de la cesión de territorios. Lograron hablar solo de algo que a mí me parece poner la carreta antes de los bueyes. Discutir las garantías de seguridad antes de parar la guerra es como decirle a alguien que ya le darás un vaso de agua cuando atraviese el desierto. Gracias por el agua, ¿pero cómo sobrevivo en el desierto? No digo que no tenga importancia, pero lo fundamental es cómo acaba esta guerra. Creo que los europeos hablaron de eso para no tener que abordar lo realmente espinoso.

P. Digamos que han ganado tiempo. ¿Pero el tiempo va a mejorar la situación de Ucrania? ¿No están perdiendo la guerra? ¿No será peor esperar?

R. Eso de que están perdiendo… Yo lo oigo repetir desde hace mucho tiempo. Nadie en el mundo, y menos Putin, podía imaginar que tres años y medio después de haber lanzado la guerra estaría la situación en la que está. Así que Rusia no ha perdido la guerra, vale, pero no la ha ganado. Ucrania no ha ganado la guerra, porque no ha recuperado los territorios, pero tampoco lo ha perdido porque Zelenski sigue estando en Kiev. Y Putin pensaba que en 15 días estaría todo resuelto. De hecho, nosotros ofrecimos sacar a Zelenski y a su familia del país. Y nos dijo que él no necesitaba un taxi, sino armas.

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P. ¿Se puede seguir aspirando entonces a mantener el frente?

R. Mira, el Donbás es una región montañosa. Después del Donbás, hay una inmensa llanura que se extiende hasta la frontera polaca. Ucrania ha fortificado mucho todo el límite de esta zona montañosa. Están resistiendo allí. Si cede el Donbás, la próxima vez ya no habrá manera de resistir, porque el obstáculo natural y las defensas militares habrán desaparecido. Su capacidad defensiva disminuiría mucho por la propia orografía.

P. Necesitamos un rearme europeo para lograr la autonomía estratégica de EEUU. ¿Por dónde se empieza? ¿Poner cuotas de gasto es una buena manera de empezar?

R. Bueno, es la manera de medirlo.

P. Pero quizá es un poco simplista, ¿no? Usted hablaba de una generación, ¿por dónde tiene que empezar esa generación? ¿Hemos dado algún paso?

R. Una generación es lo que se tardaría en superar todos los obstáculos políticos, financieros, organizativos e industriales. Y habría que empezar por la industria. Justo antes de la guerra, yo lancé la Brújula Estratégica. Las cifras cantaban que Europa estaba militarmente desnuda, indefensa. Nuestra modesta idea era empezar por una fuerza de reacción rápida europea, de manera que cada país aportará unas unidades interoperables para utilizar en caso de necesidad, pero bajo bandera europea. Se negaron incluso a llamarle fuerza. Dijeron que no, que eso sonaba a un ejército europeo. Al final le llamamos capacidad de reacción rápida. Se aprobó así, pero desde que me fui se ha metido en un cajón.

España ha adoptado posturas objetivamente excéntricas respecto a la mayoría de la UE

P. ¿Por qué hay tantas reticencias a dar pasos hacia una defensa europea sí está cada vez más cerca el consenso en la necesidad de tener autonomía?

R. Dentro de la UE están los atlantistas que creen que con la OTAN ya es suficiente. Los bálticos son el prototipo. Para muchos atlantistas no existe nada al margen de la OTAN. En el otro extremo están los franceses, los menos atlantistas, que llevan años diciendo que hay que tener capacidades militares propias porque Estados Unidos algún día dejará de defendernos. Ese día ha llegado ya, aunque muchos se nieguen a aceptarlo.

P. Mientras nosotros buscamos eufemismos para crear unas fuerzas de reacción rápida que al final metemos en un cajón, la Administración Trump quiere renombrar el Departamento de Defensa como Departamento de la Guerra ¿Usted comparte esa sensación de que Europa no está entendiendo que el mundo ha cambiado?

R. Nos resistimos a extraer conclusiones o ver las consecuencias de este cambio. Los países del Este, por ejemplo, no se fían cuando les hablamos de construir una defensa a nivel europeo. Recuerdan su experiencia histórica, cuando Rusia y Alemania invadieron Polonia, mientras Francia e Inglaterra se quedaron tranquilamente tomando el té detrás de las trincheras sin mover un dedo. Así que de los únicos que se fían es de los americanos. Por lo tanto, si los americanos se resisten a ayudarnos, habrá que hacerles la pelota, habrá que darles ventajas comerciales, habrá que hacer lo que sea.

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P. España, bajo la dirección de Pedro Sánchez, pasó por un periodo de buena sintonía en Europa, pero últimamente esa buena relación se ha desvanecido, como también el romance con parte de la prensa internacional. ¿Está España más aislada que hace un año?

R. España ha adoptado posturas que son objetivamente excéntricas respecto a la mayoría de la UE. Un ejemplo claro fue en febrero del año pasado, cuando España se alineó con Irlanda frente a lo que estaba pasando en Gaza. Esta postura tiene costes, pero también es un activo ante una parte del mundo que aprecia la posición fuerte de España. Luego, España optó por no aceptar un aumento del gasto militar al 5% del PIB, lo cual es una postura razonable, aunque también tiene un coste. Algunos creen que es una falta de compromiso, pero también es difícil de justificar sin que sepamos distinguir entre gasto corriente e inversión, y cuando aún estamos lejos de cumplir con el 2% del PIB para defensa. Podríamos haber hecho como Meloni, acatando el 5% en las cumbres y luego haciendo otra cosa.

P. ¿La posición de Pedro Sánchez en esto no tiene también una lectura en clave de política interna?

R. Seguro. Difícilmente podría el Gobierno español aceptar el 5% del gasto militar y luego venir a contárselo a sus miembros de coalición.

Los tres personajes que están escribiendo la historia, Putin, Trump y Xi Jinping, no están a nuestro favor

P. ¿Realmente estamos gastando más una vez eliminados los trucos contables?

R. Sí, estamos gastando más, pero en defensa es muy difícil gastar. Puedes gastar más de una manera automática, subiendo la nómina a los militares o, si quieres, incluso las pensiones a los militares. Pero eso no aumenta tu capacidad defensiva para nada. Ahora bien, si quieres comprar un misil Patriot, hay una lista de espera de cinco años. Los procesos que marcan la diferencia son realmente lentos, como entrenar a pilotos de F-35 o preparar una tripulación para una fragata antimisiles.

P. La alianza de la UE con EEUU vive horas bajas. ¿Qué relación cree usted que debería tener la Unión Europea con China en este nuevo escenario?

R. De nuevo, el Gobierno español tiene una posición identificable, que yo también aprecio. Yo en mis primeras tomas de posición al respecto ya dije que nosotros los europeos, como decía Sinatra, tenemos que hacer las cosas a nuestra manera. Hay gente en Bruselas y en algunas capitales europeas que pretende hacer lo que dicte Estados Unidos con respecto a Pekín. Pero no estamos en la misma posición de EEUU, ni económica ni industrialmente. Y China es demasiada China como para no modular bien la relación. No vamos a descubrir ahora que no es un régimen democrático. Tampoco lo es Venezuela y tampoco lo es Haití. Países autoritarios en nuestro entorno hay unos cuantos y nos llevamos bien con ellos. En definitiva, que España sea más realista me parece una actitud inteligente y creo que estamos siendo prudentes.

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P. Europa lleva tiempo en el diván, deprimida y paralizada. Personas que ocuparon altos cargos, como Draghi, Letta, o usted mismo, están pidiendo un paso al frente para evitar el colapso, o al menos una situación de no retorno. ¿Qué es lo más urgente?

R. Europa necesita una integración más profunda, no sólo en lo económico, sino también en lo político, y la defensa es un buen ejemplo. No podemos seguir manteniendo 27 ejércitos no interoperables, con industrias de defensa separadas. La integración política significa ceder poder a un órgano central, algo que, visto desde España, suena a centralista. Y ciertamente lo es. En Europa necesitamos seguir un camino de integración, algo que en la España autonómica hemos procedido a hacer en sentido contrario. Lo que estaba integrado lo hemos distribuido territorialmente entre distintas administraciones. Pero si Europa quiere sobrevivir como bloque, debemos trabajar más unidos y superar nuestras diferencias internas, creando una estructura política sólida para manejar los desafíos globales, similar a la de Estados Unidos. Cuanto más desmenucemos las capacidades, más enfrentamientos habrá, más fraude, más dificultades de gestión, etcétera.

P. Hay una corriente política en Europa que está ganando fuerza y que receta justo lo contrario.

R. En Europa seguimos siendo un poco narcisistas, centrados en nuestras identidades diversas. Cuando decimos “unidos en la diversidad” hemos cultivado mucho más la diversidad que la unidad. Y mientras no había una situación de crisis, podíamos ir tirando. Pero ahora los tres personajes que están escribiendo la historia, Putin, Trump y Xi Jinping, no están a nuestro favor. ¿Que no quiere usted unirse porque prefiere preservar su identidad? Muy bien, haga lo que quiera. Pero se va a convertir en alguien irrelevante. En fin, creo que la siguiente generación de europeos tendrá que hacer otro Tratado de Roma. Quizá no con 27, y mucho menos con 37, sino con quienes estén realmente dispuestos a asumir esa integración.