Madrid

Ser Historia analiza en este nuevo capítulo y de la mano del periodista y escritor Javier Sierra la figura del artista Hieronymus Bosch, mejor conocido como El Bosco. Sierra ofrece un recorrido a lo largo de la vida y legado artístico del histórico pintor neerlandés y se detiene en una de sus obras más reconocidas, El jardín de las delicias, para explicarnos todos los secretos e interpretaciones que orbitan en torno a esta gran pintura.

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Javier Sierra se centra en esta ocasión en la tabla central de este tríptico, el famoso «Paraíso» de El Bosco. La idea general de los expertos del arte es que esta parte de su pintura viene a representar simplemente ese paisaje idílico que se describe en la religión católica como el Edén en el que habitaban Adán y Eva, pero el escritor matiza que existen unas corrientes de pensamiento alternativas que también tienen bastante solidez.

Un paraíso sin pureza total

Según indica Sierra, dentro de este paraíso se pueden encontrar elementos «que no encajan con las enseñanzas de los evangelios». Si uno posa el ojo en la parte más al fondo de la pintura de El Bosco, podrá identificar un león que está devorando a una gacela, una «escena de caza» que «no encaja en ese ideal de paz» propio del paraíso bíblico, según el escritor.

La corrupción era otro de los elementos que no tenían cabida dentro del ideal bíblico del Jardín del Edén, y aun así se pueden atisbar varios pájaros que poseen deformaciones genéticas, como por ejemplo un ave bicéfala.

Estas imágenes son descritas por Sierra como una «aberración» para el paraíso. «Podríamos imaginarlo en el infierno, pero no en el lugar donde todo nace», asegura.

El paraíso al que hay que aspirar

El escritor relata cómo todos estos elementos justifican estas teorías alternativas acerca de la obra del Bosco.

Los defensores de esta corriente, explica el escritor, apoyan la idea de que el pintor neerlandés no buscaba representar el Edén bíblico, sino que trataba de imaginar un potencial paraíso al que la civilización debía de intentar llegar y en el que todavía no existía una «pureza total».