La esperanza de vida no sólo ha dejado de crecer. Desde hace algunos años, disminuye. Es la contundente conclusión de un estudio europeo realizado en … 16 países, incluyendo España. Como los demás, aquí se observó «una disminución absoluta de la esperanza de vida» desde 2019. Desde entonces, se vive 0,18 años menos. Es decir, se muere casi dos meses antes de media, unos 64 días menos. La esperanza de vida tuvo un aumento sostenido entre 1990 hasta 2011, año en que empezó a ralentizarse su crecimiento. Ocho años después se registraron indicadores negativos. Los científicos que participaron en el trabajo plantean que esa caída no se debió sólo a las infecciones respiratorias causadas por el covid. También fue determinante la incidencia de enfermedades cardiovasculares y neoplasias, producidos por factores que se pueden atribuir a los hábitos de vida, más que a la genética. Hipertensión, tabaquismo, colesterol, sobrepeso, riesgos laborales, alcohol y sedentarismo.
«Nuestros hijos van a vivir menos de lo que viviremos nosotros», ratifica Alejandro de la Torre Luque, investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, que participó en el estudio publicado en The Lancet Public Health. «Sí, es un mensaje muy triste, pero tenemos que estar preparados para intentar revertir eso con políticas de salud pública sobre los factores modificables, aplicadas a las nuevas generaciones. Ya le vemos las orejas al lobo, vemos el impacto cada año y lo veremos en las décadas venideras, por desgracia».
Entre las particularidades españolas está la combinación de la reducción de la inversión sanitaria con las «tasas crecientes» de enfermedades «muy básicas» como la diabetes, la hipertensión arterial y la obesidad. «Vemos determinados factores, muchos relacionados al aumento de consumo de alimentos ultraprocesados de los últimos años, con grandes cantidades de azúcar y de sal. En personas mayores, los tratamientos ayudan a llevar bien las enfermedades, pero el problema surge cuando se acumulan y conllevan más complicaciones», indica De la Torre, especializado en Medicina Legal, Psiquiatría y Patología, que suma el «factor derivado de las muertes no naturales, como el suicidio o la conducta suicida que tiene la probabilidad de generar un nuevo trastorno mental».
En general, en los países analizados, se «redujo sustancialmente» la tendencia a evitar la mortalidad por enfermedades cardiovasculares, aumentó el Índice de Masa Corporal (IMC) de forma constante durante las últimas tres décadas, también el colesterol y la presión arterial, según los datos del artículo ‘Cambios en la esperanza de vida en países europeos 1990-2021: un subanálisis de causas y factores de riesgo del Estudio de la Carga Global de Enfermedad 2021’. Editado en febrero, reunió datos y expertos de Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Grecia, Islandia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega, Portugal, España, Suecia, Inglaterra, Irlanda del Norte, Escocia y Gales.
La desaceleración no se debe a haber alcanzado un límite natural de longevidad, que está alrededor de los 110 años
«Los hallazgos presentados en este artículo no respaldan la hipótesis de que la desaceleración en la mejora de la esperanza de vida se deba a que se ha alcanzado un límite natural de longevidad, que está alrededor de los 110 años». Según sus autores, las personas mayores todavía pueden tener un «continuo aumento de la esperanza de vida», porque «aún existe un margen considerable para la reducción de la mortalidad y de los riesgos clave».
Nuevas generaciones
En España influye el menoscabo del «abordaje» de enfermedades, por el «problema de la inversión sanitaria, que se está quedando muy corta en muchos casos», advierte De la Torre, que señala la necesidad de reducir las listas de espera, ampliar el cuidado de la salud mental y tener acceso a «fármacos que tienen un coste muy elevado. Tenemos ejemplos claros, por ejemplo, en cáncer. Los nuevos tratamientos quimioterapéuticos tienen muchos menos efectos secundarios y se tiene que intentar impulsar que el Estado mejore el acceso a esos medicamentos de alguna forma».
A pesar de esa inversión insuficiente, la caída de la esperanza de vida en España se registró algo más tarde que en otros países con una cultura similar, gracias a la dieta mediterránea que amortigua, pero no detiene, el ascenso de los malos hábitos alimentarios.
Junto a una mayor mortalidad por enfermedades cardiovasculares, en las últimas tres décadas hubo un aumento constante del Índice de Masa Corporal (IMC), el colesterol ‘malo’ y la presión arterial
En todos los países, además, se registró un socavón de la curva debido a la pandemia pero, una vez superado el covid, la línea de la esperanza de vida siguió su tendencia anterior, a la baja. «Se observa una bajada brusca que luego sube, pero ese incremento no llega a igualarse con la caída».
La tarea para revertir la tendencia a la baja en la longevidad sigue con las nuevas generaciones, esas que vivirán menos que las de sus abuelos, debido a la obesidad infantil, el uso de los vapeadores, los trastornos de conducta alimentaria, las adicciones… «Implica una mayor movilización de las políticas públicas para que se generen estructuras de financiación y más apoyo a los servicios». Si se comenzara ahora, los resultados se verían en unos diez o veinte años, calcula De la Torre, porque «se requiere tiempo para concienciar a la gente y aplicar los cambios en el servicio. Indudablemente podemos revertir la curva». Los datos actuales reflejan las carencias de las generaciones de los años 90 y 2000. Los que vienen acentúan el problema.