Domingo, 21 de septiembre 2025, 22:37
Los amenazantes truenos que sonaban sobre las cabezas, una hora antes de esa última corrida de la Feria que siempre es la de rejones, no amedrentaban las sonrisas de los aficionados ni las ganas de fiesta. Pero la incertidumbre de la madre naturaleza y algún tímido relámpago que otro, además de las noticias sobre «la que estaba cayendo en la autovía» –confirmada además en los pantalones calados del fotógrafo llegado en moto–, sí que llenaban los comentarios previos al festejo: «Ya me ha caído una gota», advertía una señora. La tormenta que rondaba la plaza de toros también toreaban con el ‘outfit’ elegido para el día. Maruja, una jubilada de Churra, se veía sorprendía por un golpe de viento que hizo volar varios metros su sombrero de paja de publicidad de bebida espirituosa, y taurino por lo que sea. El periodista parecía tener más piernas este domingo que la pareja de jubilados, también por lo que sea, y salió detrás del sombrero en misión (completada) de recuperación. El marido de Maruja, que se llama «por ejemplo, Pepe», agradece el gesto y pide que, «para una vez que bajamos a los toros después de muchos años, no se vaya a suspender la corrida». Dios proveerá, aunque ya hila este texto otro aficionado anticipando que «esto no se suspende ni para Dios».
Poco después de las seis y media de la tarde, hora oficial del comienzo de las corridas, el tractor de la plaza seguía dando vueltas a en el ruedo para dejar el albero como ese césped que tanto le gusta al ‘tiki ‘taka’. Pero eran casi menos cuarto y el público ya empezaba a silbar con fuerza a punto de cantar aquello de «que empiece ya». Se metió el tractor para dentro, aunque después tocaba regar la arena. Y vuelta a los pitos. Que si la impuntualidad y tal, pero es que esto es una plaza de primera y hay que tener las condiciones adecuadas para el lucimiento adecuado de esa belleza que desplegaron en el ruedo los caballos que empezaron a salir solo unos minutos después.
La paciencia se demostró aquí otra vez como la indiscutible madre de otra ciencia, la del rejoneo, que la pequeña Vega iba a ver por primera vez en su vida. Con 10 años, su abuelo la bautizaba en una corrida de rejones, pero llevan ya dos años llegando de la mano a la plaza de toros: «Me gusta mucho», resumía la nieta ante la mirada embobada de su abuelo: «Hay que intentar que este arte sobreviva entre los jóvenes». Para Alba, que tira de su abuelo para adentro, no hay que intentar nada más que una cosa: que el señor que hace preguntas les deje disfrutar de la tarde en paz.
El tesoro en una bolsa
Debe estar tranquilo este abuelo porque este arte parece tener la supervivencia garantizada a medio plazo, al menos viendo la cantidad de críos que ayer accedían al coso, mucho más repleto en los tendidos que en jornadas anteriores. Ejemplo de ello también es Rafa Franco, el benjamín de una familia de Murcia que esperaba en los aledaños de la plaza de toros pertrechado con una bolsa que guardaba con celo y devoción. ¿La merienda? No, eso ya lo gestionaba la jefa de la casa, su madre. Y en la bolsa de plástico del supermercado tampoco guardaba el pequeño Rafa una colección de cromos de Pokémon ni nada semejante. «Saca el capote, hijo», le anima su padre, también Rafa. Se trata de un capote-joya del torero Pablo Aguado, y que el crío saca como quien se lleva la camiseta de Mbappé a un partido de fútbol, y si se lleva la firma de algún rejoneador pues mejor que mejor. Sí, hay afición para el futuro. ¿Pero te gustaría ser torero? «¡No!», zanja la madre por el hijo. Las madres.
El concejal de Cultura del Ayuntamiento de Murcia, Diego Avilés, fue uno de los previsores que se echó el paraguas… por si acaso
Menores de edad ilusionados con el último festejo de la Feria vinieron ayer incluso de países extranjeros. Por ejemplo, los dos niños de una familia de Rusia que se llevaba incluso más miradas que algún que otro grupo de amigas emperifolladas ‘modo rejón’. Abordamos al padre de familia, por supuesto sin saber su origen pero atraídos por su camisa hawaiana, sus chanclas de guiri, su pelo largo y su bigote de Dalí. Disculpe, ¿son familia? ¿de Murcia? ¿es su primera corrida de la feria? «Sorry, I don’t speak spanish» La mujer y los niños, blancos como la cal, me miran como si fuera un extraterrestre de un planeta de Valladolid. Logramos entender que llevan unos días en Murcia y que la de hoy es la segunda corrida de su vida. «No more questions, thank you».
Corte más clásico en la vestimenta –a poco– lucían Pablo Ruiz Palacios, Manuel De la Vega, José Herrera y Vicente Martínez Gadea, además del concejal de Cultura del Ayuntamiento de Murcia, Diego Avilés, que fue uno de los muchos previsores que sumó el paraguas a los bártulos propios de una fiesta de semejante calibre. Tampoco jugaron mucho con el vestuario el consejero de Medio Ambiente, Juan María Vázquez, que se empeñó en llamar al rector de la UPCT, Mathieu Kessler, para unirse a la foto junto al diputado del PP Ramón Sánchez Parra y el presidente de la Cofradía de Jesús. Todos ellos con el corte clásico recomendado.
No era un día para desentonar en lo concerniente a la elegancia, teniendo en cuenta el espectáculo que aguardaba en el interior de La Condomina gracias a la habilidad de unos inspiradísimos Diego Ventura, Rui Fernandez y la francesa Lea Vicens, además de la impagable belleza de unos caballos que hace pensar en una raza equinamente muy superior.
«Vivir como los caballos»
«Ya quisiera yo vivir como esos caballos», fantasea Gonzalo Fernández, que remató este domingo su abono de Feria junto a Juan Vicente Cerezo y Amor Albarracín. Ella es más fan de la corrida de rejones que ellos, que defienden la pureza del «toreo clásico», aunque reconocen que «es diferente, bonito, y supone un buen broche de oro a la semana de festejos».
También lo creen de esta manera Cristina, María y Adela, tres amigas que son «solteras y sin compromiso», subraya con ahínco un amigo suyo, que ni corto ni perezoso y sin agresión previa amenaza con denunciar al periódico si no sale esta frase suya, así tal cual como sale. No está el horno para bollos. Esquivamos esta enésima potencial cornada como la corrida de rejones esquivó ayer la tormenta. Con mucho menos arte que los caballos quebraron las intenciones de los astados, pero con igual de efectividad, y sin heridos ni sangre de por medio. Al menos, hasta la próxima corrida. Olé.
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