Puede que fuese por tratarse de un festival nuevo en Madrid, o por tener un cartel centrado totalmente en la música electrónica, o quizás se debiese al excesivo y cutre uso de la IA en su apartado artístico. El caso es que había serias dudas sobre la veracidad del “único concierto de Gorillaz fuera de Reino Unido en 2025”, tal y como fue promocionado por la organización. Al final, no solo se cumplió, sino que superó todas las expectativas.

Maceo Plex o Reinier Zonneveld eran algunos de los DJs que conformaban la mayoría del evento, aunque el grupo británico es al que han dado más bombo. Tanto, que la jornada ha llegado a ser bautizada con el título de ‘Pulse of Gaia presents Gorillaz’. El proyecto post-Blur de Damon Albarn está a punto de cumplir 25 años y de sacar su nuevo y prometedor disco, ‘The Mountain’. Sin embargo, su actuación en Madrid se ha sentido desde el principio como algo de última hora. Como si no formase parte del rollout, por así decirlo. Y seguramente este sea el caso. Aun así, Albarn se puso su uniforme de dictador -literalmente- y dio un espectáculo que fue tanto un repaso a ese cuarto de siglo en activo como una fuente de sorpresas.

El setlist dio protagonismo a los dos primeros trabajos de la banda, mientras que proyectos como ‘Song Machine’ o ‘Cracker Island’ fueron ignorados completamente. Del resto de discos, highlights como ‘On Melancholy Hill’ o ‘Andromeda’. Una pena que, pese a estar este en el recinto, no sonase la canción con Thundercat. Al hablar de Gorillaz, se suele dar protagonismo al apartado visual. Sí, 2-D, Murdoc, Noodle y Russell y sus aventuras eran una constante en las pantallas. Sin embargo, la verdadera magia entraba por las orejas. ‘The Happy Dictator’ sonaba tan luminosa que cualquiera habría firmado para irse a vivir a ese “happy world” sobre el que cantan Sparks. ‘O Green World’, por otro lado, intercalaba el sonido acústico de un piano de cola con la caótica amalgama de clicks electrónicos y guitarras que separaba cada verso. Muy rock ‘n’ roll, en definitiva. A veces, como en esta última o en ‘Rhinestone Eyes’, las melodías principales estaban de fondo, pero los cantos del público se encargaban de traerlas al frente.

Damon fue una figura desconcertante. En ocasiones, daba la impresión de que habría preferido estar tomándose un té en su casa. A la vez, se mostraba con la actitud de un niño que podía hacer lo que quisiese en el escenario. Y claro que podía. Le hizo gracia traducir ‘Last Living Souls’ como “Las Últimas” y se le ocurrió volver a empezar la canción ’19-2000’ tras estar jugando con una máscara de Noodle que había obtenido del público. No sé cómo de rentable ha sido para Albarn coger un vuelo a Madrid para un concierto delante de 17.000 personas, pero está claro que se lo curró. Bootie Brown apareció para rapear en ‘Stylo’ y asumir el protagonismo durante ‘Dirty Harry’, durante la que Damon permaneció fuera del escenario. Esto era esperable, más o menos.

Lo que nadie vio venir fue la aparición de Pos (De La Soul) en ‘Feel Good Inc.’. “Día de suerte”, exclamó Albarn antes de darle un abrazo al legendario rapero. No sería la última colaboración de la noche. Poco después, Trueno salía al escenario ante las miradas confundidas del público para la inédita ‘The Manifesto’, que no podría tener un nombre más apropiado. Es difícil decir la duración exacta del tema, pero debe ser uno de los más largos que hayan hecho nunca Gorillaz. Este empieza como un bop veraniego para convertirse poco a poco en un torbellino de coros e instrumentos típicos de la música hindú. Por último, Sweetie Irie irrumpió en el escenario para su particular versión de ‘Clint Eastwood’: “¿Alguien ha dicho reggae?”, exclamó. Después de conciertos como este, la batalla para salir de la Ciudad Universitaria de Cantoblanco es lo de menos.

Thundercat estaba todavía más desubicado que Gorillaz, que al menos coquetean con la electrónica de vez en cuando. Al músico estadounidense le dio igual. Él se presentó con su bajo, junto a su teclista y batería, y se dispuso a dar un concierto que tenía más de jam que de otra cosa. Con su durag de Dragon Ball, en honor a la canción que también sonó, Thundercat era una fuente de buen rollo y pasión, disfrutando cada puntada en las cuerdas. En su piel, tatuajes con Pikachu, la cara de Mac Miller o su propio logo. Mientras, alguien grabando el concierto con la Nintendo DS. Allí ya estábamos todos. El virtuosismo del estadounidense al bajo empezó como algo por lo que tener la boca abierta, pero poco a poco fue convirtiéndose en un nivel demasiado largo de Super Mario Kart. Cada canción tenía su outro instrumental improvisada y era fácil desconectar en esos momentos. El final con ‘Them Changes’, por otro lado, hizo que todo mereciese la pena.

En cuanto al resto del festival, luces y sombras. Es la primera vez que recuerdo asistiendo a un festival sin pulseras cashless, lo cual es aceptable. Las pulseras pueden dar problemas en caso de grandes aglomeraciones y hacer cola para recargarlas es un verdadero suplicio. Puntos de agua potable: check. Pantallas enormes en el escenario principal: check. Variedad de puestos de comida… ya tal. La cola que había para pedir comida en el supuesto “food court” que habían organizado era un infierno. ¿Por qué? Solo había un establecimiento. Con razón, alguien describió lo que estaba pasando como “patético”. La gran pega que se le puede poner a una velada que resultó mejor de lo que nadie esperaba.