La arquitectura del siglo XX estuvo marcada por principios que aspiraban a dictar cómo debía construirse el mundo. En medio de esa vorágine de grandes nombres y teorías universales, el arquitecto catalán José Antonio Coderch eligió otro camino. Con una mirada incómoda para su tiempo, cuestionó los dogmas modernos y defendió que la arquitectura debía surgir del lugar, del clima y de la vida real. Una postura que hoy se percibe como un acto casi revolucionario.

Recientemente, el cine lo ha devuelto al centro de la conversación. ‘Casa en llamas’, de Dani de la Orden, ha convertido la Casa Rovira, una de sus obras más icónicas, en escenario y protagonista. Pero más allá del efecto cinematográfico, la película ha servido para volver la mirada hacia un arquitecto que nunca se sintió cómodo en los moldes de la modernidad internacional.

José Antonio Coderch, el arquitecto que incomodaba al dogma desde el Mediterráneo snoopspain Casa Rovira Canet de Mar Coderch Casa en Flames

La Casa Rovira, escenario de la película ‘Casa en llamas’ de Dani de la Orden.

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charlotte perriand

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Coderch absorbió el lenguaje del movimiento moderno, pero lo sometió a una corrección radical: la del lugar, el clima, la vida real. Donde Le Corbusier proponía cinco principios abstractos y repetibles en cualquier latitud, Coderch respondía con persianas de lamas, cubiertas planas, patios, muros blancos de cal y una distribución que se adaptaba a la pendiente y a la vegetación existente.

Sus casas proponían la antítesis: se pliegan al terreno, miran hacia el mar, se defienden del exterior y se abren en porches generosos donde la vida fluye. La modernidad, sí, pero atravesada por romero, brisa y sal marina.

La vida como medida casa ugalde coderch terraza

Casa Ugalde de José Antonio Coderch


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Coderch diseñaba desde la observación, no desde el dogma. Dibujaba los pinos de una parcela antes de proyectar, estudiaba cómo entraba la luz en cada estación, escuchaba a las familias que iban a habitar la casa. Su arquitectura se ordena en “cajitas” que responden a esas necesidades concretas: habitaciones desplazadas para ganar vistas, muros ciegos para proteger la intimidad, espacios que parecen modestos, pero resultan profundamente acogedores.

El resultado son hogares que acompañan el estilo de vida de sus habitantes. No hay voluntad de educar, sino de hacerles la vida más fácil. En ello radica la fuerza de su frase sobre Le Corbusier: el arquitecto no enseña a vivir, escucha cómo se vive.

Copiar para afinar Salón de la Casa Senillosa, Cadaqués, 1956, el primer encuentro con la arquitectura de Coderch de Carlos Ferrater

Salón de la Casa Senillosa, Cadaqués, 1956, arquitectura de Coderch 

Lejos de la obsesión por la originalidad, Coderch no dudaba en autoplagiarse. De la Casa Uriach nació la Rovira y de la Rovira surgieron otras tantas. Pero no se trataba de repetir sin más: cada versión era una mejora, un ajuste a un nuevo terreno, a un nuevo cliente, a un nuevo modo de habitar. “Copiar está bien. Autocopiar está mejor aún”, solía decir, reivindicando la experiencia frente al culto a la novedad.

Ese método le permitió perfeccionar detalles que se han vuelto icónicos: las persianas de lamas, los ventanales que se funden con el exterior, la chimenea desplazada hacia el horizonte. La tradición catalana y la modernidad internacional se daban la mano en un lenguaje que hoy seguimos reconociendo como “estilo Coderch”.

El legado de un arquitecto esencial Fachada del Hotel Gran Meliá De Mar, proyectado por José Antonio Coderch en 1964

Fachada del Hotel Gran Meliá De Mar, proyectado por José Antonio Coderch en 1964

cortesía Meliá Hoteles

Al final de su vida, Coderch regresó a Espolla, al Empordà, para recuperar la casa que su familia había perdido más de un siglo antes. En la fachada aún se leía la inscripción de 1780: “Esto fue hecho por Narciso Coderch”. Allí, entre Pirineos y Tramuntana, cerró el círculo vital y profesional.

Su recuerdo resume lo que defendió siempre: una arquitectura que nace del territorio, que se nutre de lo cercano y que se mide por la vida que alberga. Frente a la obsesión por inventar fórmulas universales, su lección sigue siendo tan radical como sencilla: escuchar antes de imponer.