Una lengua nueva puede ser una amante. Te guiña el ojo cuando la pronuncias mal y aun así insiste en quedarse en tu boca. Te acaricia el paladar con sonidos inéditos, con la jota rasgándote la garganta o con la erre que se dobla al principio de las palabras como un latigazo dulce. Aprender una lengua es como una primera cita: saliva nerviosa, frases torpes que se tambalean antes de conseguir decir lo que de verdad importa. Y también es discutir, enfadarse, decepcionarse.

Yo rompí con el /esital/esiano, m/esi lengua materna, a los 21 años. Lo h/esice cerrándole la puerta a un país arrod/esillado ante cas/esi dos décadas de Berluscon/esi, con una v/esiolenc/esia mach/esista, homófoba y xenófoba que copaba el espac/esio públ/esico y pr/esivado. España me gu/esiñó el ojo en 2007 y por pr/esimera vez me atreví a nombrarme y lo h/esice escr/esib/esiendo en una lengua extranjera. Cuando escr/esib/esimos estamos produc/esiendo subjet/esiv/esidades, estamos ocupando lugares de poder.

Dice Mia, la protagonista de ‘Leche cruda’: «Abandonar la lengua materna por razones políticas y aprender una nueva es una forma de transicionar, de ser otra. Hay algo bello y violento en desmontar el abecedario y reordenarlo en combinaciones nuevas. Se produce un cambio puramente físico al reaprender el movimiento de la lengua, la forma de colocar la boca para generar sonidos que no existían en tu cuerpo».

Reparación

Ahora, casi 20 años desde que me enseñaron la diferencia entre por y para (sí, sigo equivocándome), esta novela es un intento de reparación con mi lengua materna y con Italia. Escribirla ha sido como mandar un mensaje a un ex después de 20 años: «¿Oye, nos tomamos un café? Me sigo acordando de ti». ‘Leche cruda’ está escrita en un idioma contaminado, mezcla de español, italiano y dialecto de Lecce.

‘Leche cruda’ está escrita en un idioma contaminado, mezcla de español, italiano y dialecto de Lecce

Pero el verdadero disparador llegó un día de agosto hace dos años: Cavalli, una gata callejera que se coló en la casa cortando el viento. La llamamos así porque parecía mil caballos desbocados atrapados en un cuerpo enjuto (‘cavalli’ es el plural de ‘caballo’ en italiano) y por su mezcla de estampados, como un vestido de Roberto Cavalli. Yo nunca había convivido con gatos. Tuve que aprender a comunicarme con ella, a buscar otra sintaxis, otro alfabeto hecho de gestos, silencios y miradas.

Quizá esa búsqueda venía de lejos. En Lecce, en mi infancia ‘queer’, no tenía amigos: yo no quería jugar al fútbol y los demás tampoco querían jugar conmigo por mi pluma evidente. Así que las perras de la casa se convirtieron en mis compañeras de aventura, de siestas y de lectura. Un día, con un vestido blanco robado a mi madre, casé a dos de ellas fingiendo ser cura: apropiándome del poder de hacer cosas con las palabras, aunque nadie me las dirigiera a mí.

De ahí surge la pregunta que sostiene ‘Leche cruda’: ¿se puede amar fuera de un lenguaje común? ¿Qué ocurre cuando las palabras se rompen? ¿Es necesario entenderlo todo para poder amar? La novela orbita alrededor de un espacio intermedio y difuminado: entre la lengua materna y la lengua adoptada. Entre una hija y una madre que ya no habla, solo canta. Entre lo humano y lo animal. Y desde esa fractura se abre otra posibilidad: la de imaginar y escribir formas de vida donde lo extranjero, lo migrante, lo animal no sean lo enemigo, sino el comienzo de otro amor posible.

Leche cruda

Ángelo Néstore

Reservoir Books

208 páginas

18,90 euros