Lo recuerdo como si fuera ayer: en el bullicio del bar, el mago hacía pasar de una caja a otra un dado gigante. Tenía truco y yo lo supe: las cajas estaban comunicadas en el interior y la gravedad hacía lo suyo.

El mago sabía que lo sabía: de hecho, era parte del efecto, un fallo aparente, una ‘trampa’ a la vista que escondía un misterio mayor. De pronto, el dado no estaba allí, sino en otra caja, apartada a un par de metros, a la que el prestidigitador no se acercó en ningún momento.

Ese día comenzó un enamoramiento que, ahora lo veo, veinticinco años después, me iba a acompañar siempre: la magia, la utopía, la baraja como elemento de expresión. Esa está siendo mi vida: una búsqueda constante del misterio bañándolo todo, incluso en aquellos años —década y media duró la broma— en la que me enfadé completamente con la magia y con los magos. Pese a ello, siempre en mi sueño inconsciente esas manos gráciles apuntándome a mí, un hombre cautivado por su belleza.

«Por eso, es la firma ideal para engrosar, con su ensayo sobre la magia, la lista de títulos que la editorial Eolas está dedicando a reflexionar sobre la belleza de las cosas»

Por eso, años después de mirar al ilusionismo desde lejos, reconocí ante mí mismo —en ese espejo suave como una gasa que describió Carroll— que seguía cautivado; y regresé a los naipes, a las monedas que cambian de cuño y ceca, que se multiplican para cumplir el sueño del avaro, a esos puzles sagrados de lo imposible.

La magia, en la más deformada y plástica de sus acepciones, ha vuelto a impregnar mi vida con fuerza en los últimos años. Por eso, leo con deleite La belleza de la magia, de Ramón Mayrata.

Este hombre poeta, este hombre de risa descontrolada e infantil cuando lo inesperado, este hombre escritor serio y viajero humanista, también es novio impertérrito de la prestidigitación. Y quizás, de todos, sea el más sabio, el que mejor la conoce, el que ha perseguido cada una de sus arrugas, analizado cada gesto.

Por eso, es la firma ideal para engrosar, con su ensayo sobre la magia, la lista de títulos que la editorial Eolas está dedicando a reflexionar sobre la belleza de las cosas. Son libros pequeñitos, con títulos tan sugerentes como La belleza de lo clásico, La belleza de los árboles o La belleza de la huella. Y ahí surge, este septiembre de 2025, La belleza de la magia, que ahora tengo entre mis manos.

Un texto humano, filosófico, lírico, documental y mágico

En el Ramón Mayrata de La belleza de la magia se unen distintos rostros del escritor. Íntimamente ligado al ilusionismo desde su infancia —como desvelará a lo largo del texto—, todas sus facetas creativas están relacionadas con este arte, de un modo u otro.

Así, el lector se encontrará, en este breve volumen, con el Mayrata historiador, que realiza un asequible acercamiento a la evolución de esta disciplina creativa desde su origen, ligada a la brujería y a los poderes desconocidos, hasta su llegada a la televisión de manos de genios vivos como Juan Tamariz.

«Lo lírico y lo humano se unen estrechamente en este libro: el hombre busca y rebusca en su biografía extraordinaria para enriquecer y colorear el texto con historias personales que demuestran que la vida, con magia, es otra cosa»

Pero también está en estas páginas el Mayrata filosófico, que pretende esbozar algunas ideas sobre las semejanzas entre la magia ritual y la ilusionista, o escribe a propósito de la importancia de la mirada del espectador para que el milagro tenga lugar: “Al ver un juego de magia, lo que ves es tu mirada. Fuera de alcance de tu mirada la carta jamás atravesó el paquete. Siempre es así”.

Lo lírico y lo humano se unen estrechamente en este libro: el hombre busca y rebusca en su biografía extraordinaria para enriquecer y colorear el texto con historias personales que demuestran que la vida, con magia, es otra cosa.

Para ello, se sirve de imágenes como las que se repiten cada viernes, desde hace más de cuatro décadas, en el Cafetín Croché, en San Lorenzo del Escorial, donde los mejores magos del país actúan para un público selecto; o aquella escena, siendo un niño, en la que la casa de un familiar se llenó de imágenes mágicas colgadas en cuerdas de tender: eran dibujos que mostraban los secretos para un libro de ilusionismo. Magia sin truco, la trampa al descubierto, las bambalinas del mundo que lo atraparía para siempre, todavía sin él saberlo.

«¿Qué se ama cuando se ama? Me enamoré del ilusionismo tal como me había enamorado de la literatura, de golpe, sin pensar en la verdad o en la mentira sobre la que aquellos mundos estaban edificados»

Queda, lector, el quinto talento de este libro, el mágico. Porque Ramón quiere que quien se acerque a La belleza de la magia sienta algo parecido a lo que experimenta la persona que vive, en primera persona, una desaparición, la unión de dos aros firmes, la localización imposible de una carta.

Así, el autor relata hasta el detalle mínimo algunos clásicos de los salones de magia. Narra el efecto tal y como ocurre en los ojos del espectador, pero sobre todo la atmósfera que se genera ante el imposible: “Contemplo cómo un aro atraviesa otro aro. El brillo del metal de un círculo perfecto atraviesa otro círculo igualmente brillante, rotundo y concluyente. Indefinidamente se enlazan y desenlazan como tantas cosas que vemos y sin embargo no ocurren”.

En sus palabras, el prestigio que ahora te entrega, nos entrega, del acto de amor en el que ha convertido esta faceta de su vida. Dejemos, para terminar, que él nos lo explique: “¿Qué se ama cuando se ama? Me enamoré del ilusionismo tal como me había enamorado de la literatura, de golpe, sin pensar en la verdad o en la mentira sobre la que aquellos mundos estaban edificados”.

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