Es un hombre maduro, plantado en lo que parece la entrada de una finca ganadera. Viste una camisa azul cielo, bajo la que se intuye una medalla dorada, y unos pantalones claros. Entre el índice y el anular de la mano izquierda aprieta un puro y con las yemas del corazón y el meñique sostiene el móvil que agarra con la diestra. Mira la pantalla a través de unas gafas de pequeños cristales redondos, pero más que mirarla se la muestra a un chico, un adolescente con aspecto aniñado, que también observa, con fijeza, el teléfono. Ese chico se llama Juan Pablo Ramírez. Es malagueño y novillero. Está aprendiendo a matar toros. Por eso mismo, sabe que el señor con el que comparte plano no es un cualquiera. Se llama Francisco d’Agostino y es el personaje en el que terminan todas las pesquisas cuando se intenta responder por qué se han organizado cuatro corridas de toros en apenas cinco meses en Mallorca.
Tres de ellas las ha pagado su sociedad –Balears Cambio de Tercio, la cuenta de Instagram que publicó la fotografía del empresario y el novillero– y, antes de que termine 2025, quiere pagar dos más.