«Este tipo de musika rompe kon la regla social, al ser un tipo de musika mas intensa, profunda, rápida incluso con melodías oscuras algunas lo veo también un grito de las personas ke reivindican su especialidad, su diferencia, es un grito de decir ‘yo no enkajo en esta sociedad, pero aki estoy orgullosa de ser kien soy y libre de bailar komo kiera, por muxo ke no te guste mi musika».

Así resume con sus propias palabras (que no hemos querido corregir) Oihana, una joven veinteañera de un pueblo de Navarra, su pasión por el hardcore. En una época en la que parece que ya no hay contraculturas juveniles en torno a la música, al ser todas rápidamente absorbidas por el mercado mainstream (como teoriza Oriol Rosell en su fantástico Un cortocircuito formidable), merece la pena reparar en este estilo musical que, en realidad, alude a un tipo de danza muy idiosincrásica de la juventud española: la hakka o hakken (no confundir con la haka maorí que practican los polinesios y que se hizo muy viral al ser realizada por equipos deportivos de Nueva Zelanda).

A muchos estas palabras no les sonarán a nada, pero la realidad a la que aluden es bien conocida, pues en todos y cada uno de los pueblos de España hay jóvenes que la practican, cuando no en polígonos nocturnos en los que se celebran fiestas o festivales especializados de techno. De hecho, una referencia cinematográfica muy reciente podría ser la película Sirat, de Oliver Laxe, que tantas entradas ha vendido este último año. Y, a nivel histórico, encuentra su explosión en la ruta del bakalao valenciana, cuando el Levante español se situó como la zona de referencia de todo amante del baile y de la música electrónica.

Sin embargo, los orígenes del hardcore techno (o gabber, como también lo llaman) se remontan mucho más atrás. Algunas webs especializadas lo sitúan en Países Bajos, en los años 90. Críticos musicales reputados como Simon Reynolds focalizan su origen en una sola persona, un joven alemán llamado Marc Arcadipane, y en un solo tema que precipitó la fiebre por el hardcore en toda Europa, especialmente en Alemania, Países Bajos y Alemania: «We Have Arrived» («Hemos llegado»), un título del todo profético, que luego fue remixeada por productores de electrónica más famosos (como Aphex Twin), llevando sus bombos rápidos y atronadores a las masas.

«Yo me lavo los dientes kon ‘hardcore’, limpio la casa, llevo el altavoz a la playa o al parke y me enkanta conducir con esta música, me da alegría»

Y llegaron para quedarse. Hasta ahora, la cultura del hardcore techno ha pervivido, como decíamos, en festivales especializados, fiestas en casas abandonadas o polígonos industriales e, incluso, en el pop de masas: toda canción electrónica que sea agresiva o mínimamente espacial, suene distorsionada y alcance un ritmo de hasta 180 pulsos por minuto ya podría considerarse heredera de este género. Pero más allá de lo musical, sobresale una identidad colectiva a la que Oihana hacía referencia, y cuya forma de expresión viene determinada por el baile: la hakka o hakken.

«Desde pekeña»

«Siempre he vivido mucho la músika, desde pekeña», asegura en una entrevista a este diario. «Me akuerdo ke siempre ponía la músika a tope en el salón y me ponía delante del espejo komo loka a bailar. Las kanciones que me gustaban eran las más rápidas, incluso solía buskar las versiones speed up de las kanciones normales». Oihana vivió su pasión para ella misma y sus amigos, hasta que un día se le ocurrió abrirse una cuenta de Instagram para enseñar a los demás a hacerlo. «Así, para bailar no solo de forma libre, sino hacerlo tékniko. Me inventaba kombos para ke la téknika no me resultara tan repetitiva y pudiera aprender de forma divertida, y vi que la gente los guardaba. Entonces, komo ke vi ke servían de ayuda a otros y seguí haciéndolo».

Oihana recibió apoyo por parte de la comunidad, pero también mucho hate. Hay que tener en cuenta que el hakken es un baile muy agresivo en el que las piernas suben y bajan con un trote hiperrápido. Es un baile bruto, tosco, invasivo con el espacio. Y también que puede practicar cualquiera que tenga unas buenas rodillas y unos buenos tobillos. Eso sí, debido a su alto impacto, no por mucho tiempo. Esto podría llegar a molestar a otros influencers o mentores de otros tipos de baile que no consideran al hakken como serio.

Por otro lado, sobre la hakka pende un estigma asociado a los macarras, a la gente de barrio o de pueblo, que el teórico británico Owen Jones supo definir muy bien en su libro Chavs. La demonización de la clase obrera (2011). Términos como «cani» o «choni» eran despectivos en nuestro país (al menos hasta la irrupción del trap, donde se suavizó más este estigma), pudiéndolos ver encarnados en personajes prototípicos de series de televisión como Aída cuya personalidad de barrio, grosera y antintelectual servía para hacer chanza. Un estigma que todavía pervive, como podemos ver en el siguiente tuit, muy reciente:

Más allá de este prejuicio clasista, sobre los que practican el hakken también va circunscrita la presuposición de que consumen drogas. Al ser una música tan asociada a las fiestas maratonianas, mucha gente piensa que solo es posible aguantarlo mucho rato con una buena dosis de anfetaminas o sustancias estimulantes. «Yo me lavo los dientes kon hardcore, limpio la casa, llevo el altavoz a la playa o al parke, también me enkanta conducir con esta música, me da alegría, me motiva», comenta Oihana al respecto. «Yo no me drogo y paso toda la noche bailando sin parar, te podría decir ke puedo estar unas diez horas o más sin parar de bailar si hay unos altavoces potentes. Lo asocian con las drogas porke no está normalizado en la sociedad eskutxar esto en las radios normales o en las fiestas. Lo más normal es eskutxar reguetón o canciones más trankilas».

«El hakken funciona como una ‘performance’ de clase, es un baile rebelde y visceral que expresa un orgullo obrero y contracultural»

«Respekto a las drogas, yo te diría ke sí ke hay mucha gente ke se droga en estas fiestas, pero hay muchos otros ke no, y mi opinión es ke no tendríamos que exkluir a nadie por drogarse ni por lo kontrario», admite la bailarina. «Pero la droga es algo ke está en todos lados, igual o más en las fiestas de reguetón. Al asociar el tekno o el hardcore a una actitud más rebelde, se asocia a las drogas direktamente, pero para mí va mucho más allá de eso, va de ser rebelde en kuanto a expresión korporal, forma de pensar, forma de ser, de hacer las kosas, de ser auténtiko y no seguir la korriente social, es una forma de reivindikarte».

¿Una danza popular?

Es precisamente ese elemento subcultural que valora Oihana lo que hace a la hakka distinto y opuesto al resto de bailes, para simultáneamente extender un llamamiento a todos los que la practican para no sentirse solos ni vilipendiados por practicarlo. Por tanto, si tantos jóvenes lo practican en nuestro país y se trata de un baile que ya cuenta con varias décadas de historia (desde los años 90), ¿podríamos considerarlo un tipo de danza popular o tradicional?

Foto: dia-de-la-danza-bailaoras-baile-flamenco-problemas

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L. Lezama

José de Jesús Fernández Malváez, maestro en Estudios Antropológicos en Sociedades Contemporáneas de la Universidad de Quétaro, quien tiene un excelente trabajo académico sobre la antropología de la danza, desmonta el primer prejuicio que no ve la hakka como un baile de pleno derecho. «Cualquier movimiento corporal rítmico con significado cultural constituye danza, independientemente de su refinamiento técnico», explica, en una entrevista a este diario. «En este sentido, la hakka es una forma de comunicación simbólica enraizada en un contexto social particular».

«El hakken, como baile colectivo de la cultura hardcore, encaja en estas categorías antropológicas», admite Malváez. «Por un lado, el grupo de bailarines de una rave forma una comunidad efímera donde el ritmo externo crea un sentido de comunión. De hecho, estudios recientes describen ese sentimiento como un rito compartido que permite a los participantes perderse en la música colectiva, contrarrestando la alienación social de la modernidad». Una idea que podemos ver de forma ampliada y detallada en el reciente libro El arte sin órganos, de Ana Gorostizu, o en Raving, de la filósofa McKenzie Wark.

Un ‘folklore electrónico’ propio

En cuanto al segundo prejuicio, el clasista, Malváez señala que ya desde su nacimiento el hakken contaba con una significación social y de clase. «Los propios holandeses eran descritos como ‘de clase trabajadora, pragmáticos y enfadados como el demonio’, forjando un auténtico ‘folklore electrónico’ propio», argumenta. «En ese sentido, el hakken funciona como una performance de clase: es decir, un baile rebelde y visceral que expresa un orgullo obrero y contracultural, diferenciándose de la cultura dominante».

Sin embargo, el académico no se atreve de categorizar al hakken como un tipo de danza «en sentido estricto». Lo que sí que está claro, según él, es que antropológicamente, cumple funciones sociales que están implícitas en la danza: «comunica identidad de grupo, genera solidaridad -aunque podría ser efímera-, y permite canalizar emociones colectivas». Y concluye: «Entiendo que esto no resuelve el debate semántico, pero considero que amplía la comprensión, en tanto que incluso bailes rudos como el hakken simbolizan culturas que pueden constituir actos de resistencia. Su actitud desafiante e intensidad refuerzan la cohesión del grupo y la rebeldía frente a las normas sociales tradicionales».