Beber alcohol incrementa, probablemente, el riesgo de padecer demencia, y cuanto mayor sea la ingesta, más alta es la probabilidad. Aunque el incremento del riesgo es muy pequeño en dosis muy bajas, no hay ningún nivel de consumo, por reducido que sea, que produzca un efecto protector frente al deterioro cognitivo. Esta conclusión, similar a la de otros estudios sobre el alcohol y el riesgo de padecer cáncer, se deriva del mayor estudio observacional y genético combinado sobre alcohol y demencia realizado hasta la fecha, que se acaba de publicar en la revista BMJ Evidence-Based Medicine.
Algunos estudios apuntaban a una «dosis óptima» de alcohol para la salud cerebral. Sin embargo, explican los investigadores, la mayoría de estos estudios se han centrado en personas mayores o no han diferenciado entre exbebedores y abstemios de toda la vida, lo que dificulta inferir una causa.
Para sortear este problema, los autores del estudio —cuya primera firmante es Anya Topiwala, investigadora principal en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Oxford, y que incluye también científicos de Cambridge (Reino Unido), California, Yale y Harvard (EE UU)— utilizaron la aleatorización mendeliana, un método de estudio genético que utiliza la variación natural de los genes para investigar la relación causal entre un factor de riesgo (en este caso, el consumo de alcohol) y una enfermedad (la demencia).
Analizaron dos cohortes poblacionales a gran escala: el Programa del Millón de Veteranos de EE UU y el Biobanco del Reino Unido. En total, al inicio del estudio se incluyeron 559.559 adultos de 56 a 72 años en los análisis observacionales, con un seguimiento medio de 4 años en la cohorte estadounidense y 12 años en la cohorte del Reino Unido. De ellos, 14.540 desarrollaron demencia de algún tipo durante el período de seguimiento y 48.034 murieron. Para los análisis genéticos utilizaron datos de 2,4 millones de personas.