La Ryder Cup es todo elegancia hasta que se pincha la primera bola en el tee del 1 el viernes. Lo que ocurre a partir de entonces no difiere mucho de aquellos Clásicos de la era Mourinho o de un Pistons-Bulls de playoffs a finales de los 80. Es deporte en su expresión más crudamente competitiva, aunque también haya dejado algunos de los mejores gestos de deportividad que se recuerdan (quizá el más famoso de todos, el que se conoce como ‘La Concesión’). Y en su ‘escala Richter’ particular va a picar alta la 45º edición, que acoge de viernes a domingo Bethpage Black. En el estado de Nueva York, famoso por el clima de hostilidad verbal que puede llegar a producir, que les pregunten a los Indiana Pacers o a los Boston Red Sox. Esta vez la sufrirá el equipo europeo, y es probable que ocurra algún exabrupto (no esperen contacto físico, la cosa por fortuna nunca se desmadra hasta ese punto) que termine engordando esta lista en el futuro.

La silla de Eric Brown

La rivalidad no se puso realmente seria hasta los 80, cuando el impulso de Seve Ballesteros por abrir lo que entonces era un equipo exclusivamente británico e irlandés a la Europa continental empezó a reducir las distancias. Hasta entonces no pasaba gran cosa sencillamente porque no había rivalidad. Era un monólogo de Estados Unidos, que se agenció 22 de las 25 ediciones disputada shasta 1983. Uno de los tres triunfos de una Europa entonces solo representada por Gran Bretaña llegó en 1957. En la sesión de individuales, el escocés Eric Brown se puso 3 arriba contra Tommy Bolt, que empezó a jugar más lento de lo habitual para tratar de desconcentrarle. Brown mandó a su caddie a la casa club a por una silla, que empezó a utilizar para sentarse a esperar cada golpe de su rival. Al terminar el partido ni siquiera se dieron la mano. Bolt se despidió de Lindrick asegurando que el público británico “es la mayor banda de miserables que puede encontrarse en un mundo supuestamente civilizado”.

Prohibido ayudar a buscar bolas

Es norma de etiqueta en el golf que uno ayuda a buscar la bola de su compañero de partido cuando se pierde entre unos arbustos o algún otro lugar difícilmente accesible. En torneos profesionales incluso los comunicadores que cubren la acción a pie de campo llegan a echar una mano si es necesario. Por eso cuando Eric Brown, esta vez como capitán en 1969, instruyó al equipo europeo para que no ayudara a buscar las bolas de los estadounidenses, Tony Jacklin pensó, aseguraría después en sus memorias, que no habría podido perdonarse nunca haber seguido semejante consigna. Pero de alguna forma, esa actitud permeó en parte de la tropa. En el partido en el que Dave Hill y Ken Still se enfrentaban a Bernard Gallacher y Brian Huggett, Gallacher reclamó que Hill había embocado un putt que estaba dado, de apenas 12 pulgadas, sin marcar la bola antes. En otro momento Still había pedido a su caddie que no sujetara la bandera cuando Gallacher pateaba. El clímax llegó cuando Still amenazó con golpear Gallacher con su hierro 1. La sangre no llegó al río.

Seve contra Azinger

No son pocas las anécdotas de Ballesteros, que se tomaba muy a pecho en la Ryder y no en vano, 14 años después de su muerte sigue siendo la referencia, el patrón oro en lo que se refiere a la actitud con la que Europa aborda esta competición. Seguramente la más notable, por enconamiento y porque el coprotagonista es alguien al que le unía una relación de amistad, sea la de su enfrentamiento con Paul Azinger. Empezó en The Belfry en 1989, cuando se cruzaron en los individuales del domingo. Azinger le negó a Ballesteros la posibilidad de cambiar su bola, que había sido dañada por un impacto, en el green del 2. “¿Es así como quieres jugar hoy?“, le espetó Seve, que después le disputaría un drop tras una bola al agua en el 18. Ganó Azinger, pero el español encontraría venganza dos años después en Kiawah, en una edición que ha pasado a la posteridad con el nombre de ‘Guerra en la costa’. Junto a Chema Olazábal, con quien conformó la que todavía es la mejor pareja y la más frecuente de la historia de la bienal, con 12 puntos en 15 partidos, sometieron a Azinger y ‘Chip’ Beck el primer día por partida doble. Azinger llamaría a Ballesteros ”el rey de la guerra psicológica», denunciando que había tosido aposta durante algunos de sus golpes, y el genio de Pedreña le acusaría por su parte de “mentiroso”.

Guerra en la costa

En Kiawah el ambiente directamente se militarizó. Eran tiempos de la Guerra del Golfo y los americanos se presentaron con gorras de camuflaje a la primera sesión. Una estación de radio local llegó a emitir los números de teléfono de las habitaciones de hotel del equipo europeo para que la gente les despertara en mitad de la noche. Ganó, como casi siempre, Estados Unidos. Pero esta vez por solo un punto, e interumpiendo una racha de tres triunfos consecutivos del Viejo Continente. Al fin era una rivalidad con todas las letras.

Monty se despacha agusto

El tono seguiría escalando a medida que Europa se volvía más competitiva, pero quizá el escocés Collin Montgomerie se pasó un poco de frenada cuando decidió descalificar al equipo estadounidense casi al completo antes de Valderrama 1997, la primera edición disputada fuera de las Islas Británicas. Entre las perlas que dejaría se incluyen tildar a Phil Mickelson de “poco fiable”, a Jeff Maggert de “poco intimidante” y aludir al divorcio en curso e Brad Faxon para asegurar que no creía que fuera a estar muy centrado en el golf. Acabó teniendo que pedir perdón en persona y por escrito, pero también sumó 3,5 puntos de 5 disputados en lo que siendo un triunfo europeo.

Brookline

Pocas veces, por no decir ninguna, la situación ha terminado descarrilando como en Brookline en 1999. Sam Torrance lo describiría como “el día más desafortunado en la historia del golf profesional”. Al final de la última jornada, tras una gran remontada, el estadounidense Justin Leonard embocó un putt que podía significar el triunfo local, siempre que Chema Olazábal fallara el putt que tenía para empatar. Cuando la bola de Leonard entró, el equipo americano irrumpió en el green desbocado y algunos pies pisaron la línea de la bola de Olazábal hacia el hoyo. Previamente algunos aficionados y algún jugador, se publicó el nombre de Tom Lehman, habían insultado a los europeos y se llegó a decir que alguien había escupido a la mujer de alguno.

McIlroy contra LaCava

Otro de los episodios más truculentos, el más cercano en el tiempo, tuvo lugar hace dos años en Roma. El ambiente llevaba enrarecido todo el día. Era el día del Hatgate, el lío que se formó cuando Mike Weir, reportero de Sky Sports, publicó que Patrick Cantlay jugaba sin gorra en protesta porque parte del equipo estadounidense quería cobrar, algo que ha terminado ocurriendo en la edición de este año por primera vez en la historia. El público europeo se pasó toda la jornada agitando sus gorras al paso de Cantlay. Cantlay respondió embocando un putt de más de 14 metros que terminó dando el partido a Estados Unidos. Pero para certificarlo, Rory tenía que fallar el suyo, y en la celebración que siguió al tubo del californiano su caddie, el venerado Joe LaCava, se paró durante unos segundos agitando su gorra sobre la línea de pateo del norirlandés, que se fue a por él. Tuvieron un intercambio de palabras encendido y poco después otro a las puertas de la casa club con Jim ‘Bones’ Mackay, por entonces caddie de Justin Thomas. De darse un duelo entre McIlroy y Cantlay esta semana, promete emociones fuertes.

Bonus track: el enemigo en casa

No solo ha producido tiranteces entre rivales naturales esta cita, también dentro de los propios equipos. Es el caso de la relación entre Sergio García y el inglés Nick Faldo, que se agrió especialmente a partir de la sangrante derrota europea en 2008. Faldo, capitán ese año, tachó de “inútil” a Sergio, que se tomó su tiempo, pero zanjó la cuestión con una frase memorable en París 2018, cuando superó el récord de puntos que hasta entonces ostantabe Sir Nick: “Esto significa mucho para mí. Hoy he superado a algunos de mis héroes… y a Nick Faldo”.

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