San Sebastián
En los últimos tres años se han presentado en el Festival de San Sebastián documentales sobre las obsesiones, los dilemas, los traumas o la propia creación artística de los músicos. Estuvo C. Tangana, después Yerai Cortés y este año es Leiva quien trae al certamen una película en la que hace balance de su carrera, reflexiona sobre sus baches, sus éxitos y expone su fragilidad ante los problemas vocales que a veces le impiden seguir sobre los escenarios. Ese es el hilo conductor de este trabajo que firman Lucas Nolla, Mario Forniés y Sepia y en el que el artista accede a quitarse la coraza. “Uno de mis amigos del barrio (Mario) lleva años queriendo registrar mi vida y yo llevo años sin querer. Solo soy el protagonista de un proyecto de unos colegas y esa confianza y ese acceso privilegiado me ha hecho estar tranquilo y me ha hecho confiar. Nunca lo hubiera hecho yo por mi cuenta, sería muy vergonzoso darse ese autobombo, ¿no?”, dice el cantante en conversación con la Cadena SER.
Precisamente ese pudor es uno de los elementos que vertebra todo el documental. La dificultad de casi disociar en dos, el Leiva con imagen de rockero y canalla de los escenarios, con el Miguel del barrio que sale a correr, se va a la montaña o se baja a jugar con sus colegas al fútbol. “Me costó mucho el pudor porque soy una persona especialmente blindada con mi vida, porque tengo una parcela muy grande de vida privada y la preservo mucho. Todo lo que fuera contar algún aspecto de mi vida personal me ha costado mucho siempre. Ellos veían una historia humana que nada tiene que ver con contar mi vida privada, sino con mostrar un lado humano, digamos, fuera de focos y debajo de los escenarios”, admite el cantante, que, además, ha asumido que es difícil controlar tu imagen pública, los fragmentos de tu vida y tu carrera con los que la gente proyecta una imagen sobre ti.
“La gente probablemente tenga una imagen distorsionada de mí por muchos motivos. El principal, porque te subes a un escenario y te aplauden miles de personas. Te imaginas que la vida se va a parecer a eso, pero no es así. Mi vida es una vida de barrio normal, normal dentro de que es un contexto extraordinario. Yo tengo una economía saneada que el resto de la gente no tiene. Pero tengo una vida muy normal y y las cosas que me mueven no son VIP. Primero soy persona, luego soy músico. Esta película habla de la suerte, de los amigos y del arraigo del barrio, que es mi realidad. En lo público supongo que para cuidarme o por pura supervivencia me he hecho introvertido, pero yo no soy introvertido. Genuinamente me parezco mucho más al que se ve con los amigotes ahí hablando, ¿no? El otro día vi por primera vez con mi hermano el documental, y después me dijo “He visto a mi hermano Miguel los 90 minutos de la película”. Y eso me ha dejado tranquilo”, reflexiona mostrando aún así su lado tímido y comedido en las entrevistas frente a la entrega de los escenarios.
El documental repasa y hace un balance de toda su carrera. Desde el niño de Alameda de Osuna de familia de clase media (ahí están las croquetas de la madre), al joven que empezó a escuchar las bandas de la zona y a tocar en los clubs de Malasaña. De ahí daría el salto junto a Rubén Pozo formando ‘Pereza’ y, años más tarde, vendría la separación y el limbo en el que quedaron ambos con sus carreras en solitario. Todo, sin embargo, volvió a remontar a partir de 2014 y hasta ahí. Esos vaivenes, tan propios de una industria que se mueve por modas y ahora casi por estímulos, le llevaron también a tocar fondo y a plantearse si es más difícil gestionar el éxito o el fracaso. “Me gustaría decirte que el éxito porque es más cool, pero yo creo que es más jodido gestionar el fracaso, sobre todo cuando han probado el éxito, cuando has gozado de una situación con muchas facilidades en un momento dado de tu vida. Te acostumbras a no preguntar cuántas entradas se han vendido. Cuando lo dejé de tener, mi gestión fue muy mala porque tenía mucho que ver con el ego. O sea, me di cuenta que yo en mi discurso público decía, no, el éxito no es importante y y yo estoy por la música. Por supuesto que estoy por la música, pero cuando has probado el jamón de Jabugo y luego te comes la mortadela, tardas un tiempo en disfrutarla. Yo creo que la gestión del fracaso siempre es más complicada. Eso me armó como ser humano. Yo era un imbécil. Ahora me doy cuenta de que en todos esos momentos no tenía ninguna herramienta. Cuando las cosas se derrumbaron y tuve que volver a construirlo, pues volví a darle valor a un montón de cosas que habían perdido el valor.”, reconoce.
Ahora, desde otro lado, se enfrenta a una situación parecida. Está viviendo un momento profesional pero sus cuerdas vocales no le permiten estar al 100% para encadenar conciertos en largas giras. Esa es una de las preocupaciones que sirven de leitmotiv y suspense al trabajo documental, si podrá llegar a la próxima actuación, el qué pasará al pasar por el quirófano y si está preparado para dejar de cantar. De ahí el título del documental, ‘Hasta que me quede sin voz’, uno de los versos de una de sus canciones. “Es verdad que yo produzco y compongo y tengo otras facetas dentro de la música, pero la que me da de comer es la voz. Curiosamente, una de las cosas que más me acompleja es mi propia voz, pero he terminado siendo cantante accidentalmente y, mientras pueda y me respete la voz, que no sé cuánto será, pues aquí estaré”.
La voz es su herramienta de trabajo y su amuleto, cuenta, ha sido la suerte. No cree mucho en este cuento de la meritocracia a lo americano que nos han vendido. Él no ha parado de trabajar desde los 90 pero considera que hay algo azaroso en la vida del artista más allá del talento y el trabajo. “Es muy importante quitar los neones y desmitificar muchas cosas. Incluso todo esto de la meritocracia. En mi vida la suerte ha tenido una injerencia enorme, cosas que han cambiado el rumbo de mi vida. La historia de mi vida está construida más a golpe de suerte y de casualidades que de trabajo, que también lo ha habido. Me he roto la espalda en la carretera. Pero me parecía importante que se explicara bien, porque desde fuera siempre todo tiene un velo y una distorsión que es muy peligrosa, se le da incluso un sex appeal. Joder, que no, que todos somos muy parecidos”, dice.
La cámara sigue a Leiva en los grandes conciertos, antes de actuaciones donde se preguntaba qué pasaría si no vendía todas las entradas, en las fiestas de después, en el estudio de composición o en la casa de Sabina, con el que ha mantenido desde hace años una estrecha y bonita colaboración. Está todo esto pero también la intimidad de una hombre frágil, vulnerable, que admite sus errores y sus contradicciones. En el retrato, filmado en ocasiones por él mismo con un iPhone durante los viajes o en su casa durante los momentos de descanso, afronta muchos de sus problemas. Desde el acoso que sufrió de niño por perder un ojo, la ansiedad, la presión y también complicaciones médicas, como el diagnostico de sus problemas gástricos y el alto consumo de alcohol. “Yo abro una botella de vino cada día a las 7, me pongo una copa y hasta que me la acabo”, le dice por teléfono a su médica, al igual que, tras cada concierto, lo celebra por todo lo alto siendo el último de la fiesta. “Mis líneas rojas han sido rebajar el ‘potenciómetro’ de glorificarme, no quería que fuera un documental de promo, me aburren mucho los documentales donde sale alguien que todo el mundo está todo el rato diciéndole que es la polla”, responde.
Conectado a la realidad del día a día pese a los focos y el privilegio de una vida acomodada, Leiva también reivindica la búsqueda del artista, la necesidad de salir a buscar canciones a la calle, al mundo que le rodea. Esa curiosidad, unida a su compromiso como ciudadano (“antes que artista, soy persona”, reitera durante la entrevista), también lo llevan a alzar la voz por el genocidio en Gaza. Con la chapa en apoyo al pueblo gazatí y a la misma hora de la manifestación convocada en el marco del certamen, el cantante pide no ser ajenos a la barbarie. “Estamos presenciando el horror, el exterminio, el genocidio, Lo que estamos viendo es tan atroz que uno no puede ser inmune a eso. Es aterrador lo que está sucediendo. Y las personas que lo niegan son monstruos. Como ser humano no puedes mirar hacia otro lado”, concluye.