En esta ciudad culta y taurina que es Valladolid no se ha celebrado la efeméride. El 22 de septiembre de 1925, tras torear en el coso del Paseo de Zorrilla, Ignacio Sánchez Mejías cambió el traje de luces por el esmoquin para acudir como conferenciante al Ateneo, donde leyó varios pasajes de su novela ‘La amargura del triunfo’, que por su prematura muerte quedó inconclusa. El diestro sevillano obtuvo un éxito en ese círculo intelectual donde se desenvolvía con la misma soltura que en los ruedos, como lidiador poderoso que, en la línea de Joselito El Gallo –su cuñado-, sometía a los morlacos más broncos. Se prodigó bastante con los miuras. De hecho, una de las tres corridas en las que actuó en esa feria fue frente a los legendarios astados que rumian en Zahariche.
Tenía una personalidad deslumbrante, única, arrolladora. Contemporáneos suyos, mujeres y hombres, no le definían como un seductor. Iban más allá: era la seducción. De su rosario de cualidades dio cuenta Federico García Lorca en la célebre elegía, repleta de figuras poéticas sublimes. Néstor Luján dijo sobre él que era un ‘caso patológico de valor’, más que temerario. Un valor sereno unido a la innata inteligencia para acometer múltiples empresas, y en todas brillaba. Presidente del Betis y de la Cruz Roja de Sevilla, jugador de polo y garrochista, dramaturgo y colaborador de prensa, aviador y hermano de la Macarena, pero, sobre todo, gran mecenas de la Generación del 27, con aquella reunión de poetas para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Góngora, hasta hacer de las veladas en su hacienda de Pino Montano un parnaso.
Ítem más. Enamorado de La Argentinita, promovió una compañía de baile español que programó un espectáculo con música de Manuel de Falla. Antes, durante su estancia en Nueva York en 1929, pronunció una conferencia en la Universidad de Columbia ante alumnos de español, para explicar detalles de la tauromaquia. Un hombre que aseguró conseguir cuanto se propuso gracias a la voluntad, ‘la fuerza dominante de mi carácter’. Un coloso ante la inanidad actual.