La Ryder Cup tiene un gran componente psicológico. Quizás porque a los golfistas se les ha olvidado la sensación de pertenencia a un equipo de la etapa universitaria estadounidense en su mayoría -hasta cuatro europeos- o de los equipos nacionales, desde que el deporte introdujo herramientas de motivación no hay capitán que falle.

Luke Donald, que ha regalado un Rólex como es tradición a cada uno de sus muchachos y lo ha extendido esta vez también a las acompañantes, impregnó el vestuario con frases de Seve como aquella de “si sientes piedad por alguien en un campo de golf, vete a casa. Si no le matas, él lo hará”.

Ahora, en la visita a Nueva York, el hilo argumental son las cuatro victorias a domicilio que ha logrado Europa en su historia (1987, 1995, 2004 y 2012) encabezados por otra frase del genio cántabro. “Le miro a los ojos, le doy la mano, una palmadita en la espalda y le deseo suerte. Pero lo que estoy pensando es: ‘Te voy a enterrar’”. Y un vídeo que recuerda que son 37 los europeos que han ganado alguna vez a domicilio y se anima a aumentar el número. Entre ellos, cinco españoles: Ballesteros, Olazábal, Rivero, Sergio y Jiménez.

Seve participó en el primer raid en 1987 en Muirfield (Ohio). Dos años antes, por fin, después de 28 años, se había detenido la racha ganadora estadounidense con la abultada victoria en The Belfry (Inglaterra), pero la hegemonía americana en su casa nunca había sido quebrantada.

Seve y el capitán Tony Jacklin celebran la victoria

Seve y el capitán Tony Jacklin celebran la victoria

El periodo ‘entreRyders’ había favorecido al golf de Estados Unidos. Habían ganado seis de los ocho grandes, con la excepción del inglés Nick Faldo, que había ganado el Open haciendo 18 pares en la última jornada, y el australiano Greg Norman. Sólo un dato había jugado a favor de Europa en los dos últimos años. Se había creado el ránking mundial y había sido liderado por dos europeos -Langer y Seve- y ningún estadounidense.

Europa alineó a tres españoles. Junto a Seve se había clasificado Pepín Rivero y Tony Jacklin, el capitán, escogió entre sus tres invitaciones a José María Olazábal, de sólo 21 años, el benjamín de largo. Aquella decisión marcó el comienzo de la mejor pareja de la historia.

Con Seve y Olazábal cerrando sesión, los europeos igualaron los partidos de la mañana y borraron del mapa a sus contricantes en los fourball de la tarde (4-0) para irse a la cama con un 6-2. Aún se estiró un punto más el sábado.

Con esa renta se llegó a los individuales, donde estaba la fortaleza americana. El equipo de Nicklaus comenzó a morder la diferencia. Cedió Olazábal con Stewart y, de inmediato, Rivero ante Simpson. Se olía la remontada. Pero Eamon Darcy, golfista de un swing muy particular, batió a Crenshaw, que rompió su putt y pateó 12 hoyos con el hierro 1, y Seve por 2 y 1 consumó la hazaña ante Strange.

El cántabro, autor de cuatro puntos, agarró una botella de champán y roció a todos. Fue el fin a una dinastía de 60 años. A los estadounidenses se les achacó que ganaban muchos dólares en el PGA Tour y que se habían acomodado. América siempre hablando de dinero.