Viernes, 26 de septiembre 2025, 05:00

Probablemente Paul Thomas Anderson (Los Ángeles, 1970) sea el mejor cineasta de nuestro siglo. Desde su irrupción con Boogie Nights (1997), no hay una mancha en su carrera: Magnolia (1999), Pozos de ambición (2007), The Master (2012), El hilo invisible (2017)… Incluso las obras consideradas menores mantienen el listón, de Punch-Drunk Love (2002) a Licorice Pizza (2021). Ahora, para Una batalla tras otra -desde sus primeros pases una favorita de la crítica mundial-, el realizador y guionista californiano se inspira en Vineland, la novela de 1984 de Thomas Pynchon, un autor en el que ya se basó para la psicodélica Puro vicio (2014). Muchos lo calificaban de inadaptable por su prosa densa, desperdigada, compleja. Pero Anderson, valiente, acierta al tomar decisiones arriesgadas, como cambiar la época donde se sitúa. Si el libro transcurría en la era de Ronald Reagan, como reacción a la contracultura de los 60, la película retrata unos EEUU actuales (por cierto, es el primer título de toda su filmografía ambientado en el presente). Eso sí, dibuja un país (aún) más desquiciado, en el que el supremacismo blanco se ha alzado con el poder. Sus cabecillas -entre ellos un grotesco Sean Penn- persiguen a los pocos miembros aún en activo de un movimiento de resistencia. Y secuestran a la hija adolescente (Chase Infiniti) de uno de ellos: Leonardo DiCaprio. Una batalla tras otra se estrena ya en Cines Van Dyck y Van Dyck Tormes.

Pese a traer la acción a nuestro tiempo, en el guión siguen vigentes todos los temas (y contradicciones) del original de Pynchon: la manipulación, la paranoia, la violencia, la vigilancia, el racismo, el desencanto hacia un mundo en el que se ha impuesto la agenda conservadora. Por eso, Una batalla tras otra puede considerarse una carta de amor a la insurrección, la rebeldía, la solidaridad. El personaje de DiCaprio, aunque hoy haya quedado reducido a un paria que recuerda al Gran Lebowski, años atrás lideraba una guerrilla que luchaba por ayudar a los inmigrantes ilegales. La carga política está más presente que nunca en la filmografía de Anderson, como también la parodia. Esta cinta, aparte de la más espectacular que ha rodado -35 mm, VistaVision, gran presupuesto-, es la más heterogénea: mezcla thriller, comedia negra, drama social, western moderno, acción, persecuciones. Aun así, perdura la esencia de su cine, caracterizada no solo por el dominio absoluto de la puesta en escena, sino también por el cariño hacia sus protagonistas, a los que cuida y respeta. Si en el elenco brillan también Benicio del Toro y Regina Hall, la banda sonora la firma una vez más su fiel Jonny Greenwood, guitarrista de la banda Radiohead.

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