Una lectura superficial de Un Rayo Cualquiera asumiría que se trata simplemente de un libro de ensayos sobre narrativa y filosofía, una colección de textos atravesados por las lecturas que la autora ama. Pero la potencia de este conjunto reside, justamente, en todo lo que nos permite pensar —con él, desde él, contra él. La guerra, el poder, el cambio climático, la narrativa heroica, la episteme masculinista y heterocentrada, el capitalismo, el pensamiento científico, el genocidio, el fascismo, la (in)sensibilidad: ningún pliegue del presente queda al margen.

Un libro a contramano de su época —no instagrameable, es decir, irreductible a un hashtag ni a una cita de consumo rápido. Su lectura no es ágil ni busca serlo: la escritura es densa, sintética, cada afirmación condensa múltiples capas de sentido. Leer implica volver, detenerse, encontrar otros desvíos posibles. Es un libro que recrea una conversación, invitando a las ancestras a decir alrededor de la violencia y la sensibilidad y que, a su vez, nos invita a nosotras a conversar.

En él también se ensaya una ética de la escritura leguineana: confía en nosotras. Compone con cada lectora una experiencia única, haciendo que existan tantos libros como manos lo sostengan. Filosofía feminista que pone el foco en lo que sí existe, en lo que persiste. Escritura balsámica en tiempos de crueldad, Un Rayo no se limita a decir qué habría que hacer: lo hace. Practica políticas de la continuidad para nosotras, ahora.

En Un Rayo Cualquiera introducís otra noción de fascismo, distinta a la conocida. ¿Qué sería lo fascista de esta época para vos?

—Más allá de las especificidades históricas y de la teoría política, el fascismo puede pensarse como un modo de vida. Uno que establece la competencia del más apto como criterio para decidir qué mundos deben vivir y cuáles no. Se configura a través de un nosotrxs cerrado, centrado en la figura del héroe: varón, heterosexual, que sabe, que puede, que lidera. El héroe de la guerra o del mercado.
El fascismo destruye la política porque anula la conversación. La política como arte de poner en común lo diferente, como posibilidad de roce, articulación, composición. El héroe fascista no conversa: grita. Y lo que grita es viva la muerte.

¿Quién(es) estaría(n) gritando viva la muerte hoy?

—No lo pondría en nombres propios, porque no se trata de una sola persona: es una forma de hacer mundo. Cada vez que se define un otrx como enemigx que debe ser aniquiladx, cuando se dice que los pueblos originarios son terroristas o que la comunidad LGBTIQ+ es pedófila. Cuando se usa el lenguaje de los piojos, las cucarachas, los parásitos. Es una política emocional, no solo argumental. Una política que activa el odio como forma de vínculo y es parte de nuestros modos de vida cotidianos.

¿En qué se diferencia esta definición del fascismo del que conocimos en el siglo XX?

—El fascismo contemporáneo es una forma de gobierno, pero también una forma de vida. Se expresa en una ciudad donde tres lesbianas son asesinadas por ser lesbianas, donde un pibe gay tiene la cara desfigurada por ser puto, cuando en Inglaterra una movilización les dice a lxs migrantes ustedes no deberían estar acá. El héroe fascista encarna ese momento de máxima visibilidad, pero no podría hacerlo si ese modo de vida no estuviera ya aceptado y celebrado.
El neoliberalismo y la política de plataformas han producido subjetividades frágiles, saturadas, anestesiadas, miedosas. La competencia permanente no fortalece: debilita. Se exacerba la sensación de estar compitiendo con todo el mundo en todos los ámbitos. Nos vuelve incapaces de conversar con lo diferente de nosotres.

La delimitación de un otrx como enemigo existe desde la “conquista” de América, la persecución de las brujas, la formación de los Estados-nación, los campos de concentración. Lo que se suma es la vida en competencia constante, los feminismos como movimientos de masas y la digitalización de esa competencia.

No podemos ser ingenuas: los movimientos feministas produjeron una ruptura. Lo que durante siglos fue excluido —de la cultura, de la escritura, de lo decible— irrumpió y desestabilizó la episteme patriarcal. Durante 5000 años estuvimos excluidas de la cultura escrita. Estos fascismos son también una reacción a nuestra presencia pública.

¿Cómo hacemos para detectar si estamos adhiriendo, de forma individual, a un modo fascista de vida?

—Una política de la escucha real implicaría que los grupos que van a ser afectades por una decisión estén presentes en el proceso de tomarla. No se trata de escuchar como un acto formal, sino de una escucha activa, que transforma la toma de decisiones. Los procesos serían más lentos pero también más justos. Nos debemos la tarea de imaginarlo.

Podríamos preguntarnos, por ejemplo, ¿por qué no están presentes lxs jubiladxs o las personas con discapacidad, entre otrxs, en la decisión de entregarle los recursos del estado al capital financiero? ¿Por qué los pueblos que viven junto a los ríos, y los mismos ríos, no tienen agencia para decidir que serán aniquilados, contaminados?

—Decidir sólo en función de estadísticas, costos o beneficios, deja por fuera a quienes viven las consecuencias, que no son solo simbólicas sino involucran la puesta en riesgo de la vida de grupos enteros, inclusive su exterminio.

Si el fascismo define que un grupo debe ser aniquilado, una conversación donde ese grupo estuviera presente nunca podría llegar a esa conclusión. Por eso podemos preguntarnos quiénes están invitades y quiénes no a ciertas conversaciones.

En el libro decís que llegamos a este desastre porque el modo de vida actual nos insensibilizó hasta el punto de volver posibles políticas de la crueldad. ¿Cómo podríamos revertirlo?

—Me parece importante no construir relatos que nos queden demasiado lejos, de “deber ser” inalcanzable. La intención del libro es más cercana. Pensar más en teji-entes, hacedoras de mundos e historias, que en héroes o heroínas.
Podemos traer voces que ya portan otras experiencias. Hay otros modos de decir y de vivir que existen desde hace mucho tiempo. Reconstruir una memoria común, imaginarla. Ubicarnos en una memoria colectiva formada por mitologías, saberes ancestrales, pensadoras, científicas, poetas, activistas. Es importante que escuchemos y contemos historias que nos digan y hagan de otro modo.
Luego, si el fascismo no conversa, preguntarnos cómo conversamos nosotras, si compartimos experiencias sin hacerlas competir entre sí. Hay una pregunta a ese nosotrxs que nombramos seguido: nosotras feministas, nosotras mujeres, nosotras universitarias, nosotras artistas ¿Cuánta escucha tenemos disponible?

Contar y escuchar son actos de sensibilidad, ejercicios vibratorios. No se trata de «ponerse en el lugar del otre» —algo imposible—, sino de dejarse afectar por lo que se escucha y actuar afectadamente.

—En vez de interpelar al héroe fascista, algo que no dejaremos de hacer, me interesa mucho reactivar al nosotrxs, reactivar nuestras palabras, crear las que hagan falta.

Organizarse no significa adherir a un partido político. Organizarse es actuar según una sensibilidad compartida, una percepción común. El primero de febrero logramos articularnos así. Se dijo algo que nos tocó y nos organizamos desde un sentir. Tal vez eso sea lo que más deberíamos imaginar: cómo articulamos un común.

Vos vas más allá que el planteo general de la economía feminista, para pensar el cuidado de la vida multiespecies.

—Lo que viene haciendo la economía feminista me parece muy importante, insistir en que hay socializadas mujeres que se ocupan de las tareas de cuidado, quisiera pensar junto a ellas qué implica cuidar la vida, lo que existe, humano o no humano.
Cuidar la vida es continuar con la materia misma de la existencia en común. Y somos las mujeres, las lesbianas, lxs trans quienes, históricamente, sostenemos la reproducción de las necesidades capitalistas, pero también somos quienes creamos, quienes reparamos lo dañado, humano o no.
Veo esa potencia creativa en miles de proyectos pequeños, disgregados: lesbianas que sostienen agendas que no son las propias, trabajadoras que escuchan el horror mientras se rompen por dentro, compañeras que acompañan luchas como la palestina, hermanas originarias que defienden el territorio, quienes rescatan animales tras los incendios, quienes siembran, quienes piensan otras formas de alimentarse. Todas ellas tejen otras historias, reactivan otros mundos.
Necesitamos asumir que no somos individuos: dependemos de los hogares multiespecies que habitamos. Si no lo entendemos, seguiremos destruyendo este planeta en peligro.

¿Por qué Un Rayo Cualquiera?

—El libro se llama así por muchas razones. El rayo es una experiencia diferente de lo que vemos ni lo que escuchamos. Lo que vemos es el relámpago; lo que escuchamos, el trueno. El rayo no se ve ni se escucha, pero existe. Me interesa hacerle lugar a experiencias que no son grandilocuentes ni glamorosas, porque son despreciadas y omitidas en el relato del héroe, que solo sabe de guerra y mercado, del éxito y la muerte.
Durante 5000 años, la escritura fue monopolizada por las masculinidades, y el rayo fue identificado con un Dios. Pero el rayo no es uno solo, no es único ni final. Un rayo cualquiera es cualquier encuentro entre sensibilidades capaz de hacer mundo. La política, para mí, es poner mundos en contacto. No el rayo divino que legitima la guerra, sino los múltiples rayos cotidianos. Los encuentros sensibles que pueden generar otro mundo, siempre y cuando tengamos relatos que los alojen y podamos escucharlos, alojarnos en ellos y continuarlos.

La presentación de Un Rayo Cualquiera será este viernes 26 de septiembre 20:30hs. en Casa Brandon (Luis María Drago 236).