Solo dos de los siete toros en liza de Cuvillo galoparon de salida este domingo en el cierre de la feria de San Miguel en Sevilla. Uno de ellos, el primero de corrida, fue el de la alternativa de Javier Zulueta. Colorado ojo de perdiz, rellenito, alegre y transparente, muy sencillo, las fuerzas precisas, quebrado por un segundo puyazo, sonecito bueno. La bondad de bizcocho, habitual en su día en la ganadería. Morante, padrino. Roca Rey, testigo. El protocolo propio de las investiduras. Muy cariñosa la gente con Zulueta, hijo de uno de los dos alguaciles de la Maestranza, vástago de la dinastía de los Lebrija. Sin ser torero de cuna, se le tiene por tal.
Una faena discreta, tímida, abierta en los medios sin demora, demasiado despegado el toreo al natural, solo aseado el intento de compás posado con la diestra, hilván impreciso. Público a favor de obra. La música no se hizo de rogar. Tres pinchazos, una entera, saludos desde el tercio. Poca cosa. Una sinuosa media en el remate de los lances de saludo, un gracioso y seguro galleo con revolera de broche para llevar al toro al caballo y dejarlo de largo. Buenos apuntes de capa. No perdonó quites. Por logrados mandiles en el tercero, un sobrero zambombo de 600 kilos que parecía el padre del torito caramelo de la alternativa. Por chicuelinas alicortas rematadas con lánguida y bella larga en el lombardo quinto, el otro toro que galopó de partida, y que pudo haber sido más de lo que fue.
No se había olvidado nadie de Zulueta cuando volvió a escena de protagonista, ya noche cerrada, con un basto sexto toro que, huido en seguida, se enceló de bravucón con el caballo de la puerta antes de salirse suelto. Para entonces la nota de la corrida de Cuvillo, desigual de traza, era muy pobre. Ni la excepción del primero ni los apuntes no cumplidos de cuarto y quinto sirvieron para paliar la decepción. Segundo y sexto fueron los de peor nota. El uno, feo con ganas, zancudo, frío y ajeno, por mansedumbre manifiesta: genio en la grupa del caballo en un primer puyazo severo y largo, empuje en el segundo, no tan duro pero en serio, y medios viajes a partir de entonces. Morante lo despachó en menos de un minuto. El otro, para concluir la función, por su renuncio a embestir, su aire en el fondo incierto. A este lo tumbó Zulueta de una estocada muy habilidosa, notable por su resolución.
NO HUBO PARA MEDIRSE NI PARA RIVALIZAR
Mientras Pedro Chocolate se agarraba con el segundo puyazo, Morante y Roca Rey se medio abrazaron, y no pasó desapercibido el detalle. Fin de pleito si es que alguna vez lo hubo. Después del agarrón de agosto en el Puerto de Santa María, pelillos a la mar. Cuando el quinto desarmó y cogió a Roca Rey en los medios al cabo de una tanda de redondos de rodilla, Morante apareció al quite con la misma premura que los tres de cuadrilla, con su mano derecha recogió la muleta entonces desarmada y se la entregó al tercero. Una manera de fumar la pipa de la paz.
No hubo guerra. Y menos en esta corrida que no fue de medirse ni de rivalizar. Con apenas media docena de naturales de cadencia y pureza insuperables al cuarto cuvillo dejó sentenciada la cuestión Morante. El júbilo propio del toreo fraseado que enciende a cualquiera. No aguantó más el toro, que se revolvió cuando Morante quiso insistir y por la mano derecha, avisado tras una impropia lidia, se vino directamente al pecho. El acierto en el segundo intento con el descabello llevó también la firma de Morante.
Roca tuvo que pelearse con un público refractario que lo estuvo negando desde el primer momento y que solo cambió de actitud cuando lo vio cogido y casi a merced del toro que los desarmó. Y pelearse además con el zambombo sobrero, que se empleó en el caballo más y mejor que los demás, se paró enseguida y atacó con la cara alta en embestidas sueltas, nunca dos seguidas. Roca renunció a su repertorio popular, estuvo firme y mató a la cuarta y como mal pudo. Después de la cogida, una primera tanda de rodillas bien tirada, la faena perdió ideas y fuerza. Se puso andarín el toro, hubo que perderle pasos. Y una estocada de la casa: un puñetazo hasta la bola.