Me resulta complicado hacer una crónica de un concierto que no existió. Pero aún es más malicioso hacer leña del árbol caído, básicamente porque en esta vida cualquiera puede cometer atropellos, autosabotearse, e incluso hacer el ridículo ante un sala de conciertos (en este caso) o con los colegas en el bar diciendo imbecilidades.
Bien, y aquí me permito disertar sobre lo que no vi, pero intuyo. Inmersos como estamos en un sistema capitalista en el que las subjetividades neoliberales no hacen otra cosa que legitimar que somos mercancía, ni la música nos salva de aquello que dejó por escrito Robert Musil de que la música nos hace la vida más soportable, y permitirnos soñar con la emancipación total del ser humano. Esto lo dijo el escritor autriaco antes de la Primera Guerra Mundial. Hoy estalla Palestina y lo vemos televisado con música que subraya el horror. No nos sirve Musil.
Mientras esperábamos a The Lemonheads (abrieron el no-concierto con media hora de retraso) se oían silbidos, caras de “aquí está pasando algo”. Sí, pasaba que ya se había viralizado por redes sociales que Evan Dando no está pasando por el mejor momento de su vida, y como ser finito e imperfecto que es (que somos) no sabemos, en muchas circunstancias, parar, respirar, y que los focos apunten a otros.
Es difícil de comprender que un sello como Fire, que a bien seguro sabe del estado de Dando, no haya propuesto cancelar esta gira europea. La imagen de la discográfica no creo que salga muy dañada, pero la falta de humanidad (¡ay dios, esa palabra!) quiso que el grupo rodara para ver en escena el espejismo de lo que fue una de la bandas más importantes del indie. Aunque pensándolo bien, esos berreos, esa gesticulación de una persona ida, incapaz de afrontar la mirada de sus fans, esos chistes tabernarios de adolescente dignos de algún personaje de una película de desadaptados sociales de Harmony Korine, esa camiseta sudada y vomitada de Mastodon, todo esto sea nuestro espejo, la venganza de Evan Dando. Un berreo de desesperación, de acabar de una puta vez con los excesos, las extravagancias, de finiquitar los topicazos del rock. ¡Iros a la mierda!. El último grito rebelde del chaval más cool del universo independiente.
Como dice Antonio Rivera García en su aportación al libro coral Música y Capitalismo (Guillermo Escolar Editor, 2025) “Ese ethos del rock star se corresponde con el superhombre de Nietzsche y Bataille, el tipo humano que depende de la productividad y de la utilidad siempre es servil, mientras que el superhombre, al igual que el hipster de Mailer y el rebelde que representa la estrella del rock, es una especie de plusvalía humana, de “excedente de lujo de la humanidad”.
Recogiendo esta reflexión, lo visto en el Apolo fue el sufrimiento de un músico, es el detritus que resta en la plusvalía de un mercado fagocitador de todo lo que se le pone por delante. Cuidémonos, porque la irracionalidad es lo que pervierte nuestros valores, y The Lemonheads, como tantos otros que han quedado en el imaginario del rock, escenificaron su propio asesinato, su exclusivo acto terrorista para rechazar esta mierda de sociedad. ¿Canciones? No hubo. Apariencias, acordes que se diluían, ruido de fondo. Evan, cuídate. Cuidémonos todas.
Foto The Lemonheads: Luis Moner