Cómo se inventó la casa con pasillos, la distribución rompedora (y, sí, moderna) que ahora todo el mundo odia

Hay un acontecimiento que emociona a un redactor de AD como ningún otro. Y no me refiero a un inminente Salone del Mobile ni a una colaboración que coloque a uno de nuestros diseñadores favoritos al alcance de nuestro bolsillo. Me refiero a ese momento en que alguien de nuestro entorno nos cuenta que va a reformar su casa.

Quien escribe estas líneas lleva unos meses buceando en esa dicha. Desde que mi cuñada confirmó su intención de tirar completamente abajo su piso construido en los años 70 y –doble alegría– pidió mi opinión, he vivido entre una sucesión interminable de planos, muestras de acabados y listas de pros, contras e imprescindibles que, si bien a otros traen angustia, a mí me ayudan a encender la bombilla de la creatividad y me trasladan a un éxtasis de pura alegría.

Por qué los pasillos largos vuelven a estar de moda (y 3 ideas para hacerlos irresistibles). Ver más fotos aquí.

© Felix Forest

Pero no todo ha sido fiesta. Ha habido un inconveniente en el proyecto que ha supuesto un verdadero comedero de cabeza: los pasillos. La distribución de la casa exige que parte de sus metros cuadrados se inviertan en zonas de paso, y uno de los requisitos de la propietaria es reducir al máximo ese “espacio perdido”. No nos sorprende: es el requisito estrella de los residentes de hoy en día. Pero ¿qué nos han hecho los pasillos? ¿Por qué hemos pasado de contar con ellos como elemento indispensable a detestarlos? ¿En qué momento empezamos a mirar las galerías por encima del hombro y a tacharlas de anticuadas?

En AD queremos devolver a los pasillos su dignidad haciendo un repaso a la historia de la arquitectura europea. Tal vez, recordando de dónde vienen y descubriendo que, lejos de ser una antigüalla, son una solución moderna, democrática y eficiente, empecemos a mirarlos con otros ojos.