Martes, 30 de septiembre 2025, 01:22
En algún momento desde los años ochenta hasta hoy, o quizás –seguro– en estos últimos tres, el escritor madrileño Emilio Gavilanes (1956) anotó en uno de sus cuadernos el párrafo que iba a abrir su nuevo libro, ‘Anotaciones a lápiz’, publicado por el sello murciano Newcastle Ediciones: «Cerca del barrio había una finca con almendros. Algunas tardes, cuando aún hacía frío, saltábamos la valla y nos colábamos en ella. Zarandeábamos algunos de los árboles más cargados de flor y caía una lluvia de pétalos que parecía no tener fin […]».
Cuenta Emilio Gavilanes que se cambió de la carrera de Geológicas y Físicas a la Filología Románica, en la que finalmente se licenció, «con la intención básicamente de leer». Aquello ocurrió uno cuantos años después de la infancia, el territorio que obsesiona su escritura no solo en las tramas, sino también en su estilo que tiende «de manera espontánea hacia la brevedad» –como la duración de aquellos años tiernos– y construye cada una de sus obras a modo de mosaicos literarios con relatos y microrrelatos.
Al igual que los seis títulos de cuentos que llevan su firma –en 2015 recibió el literario Premio Setenil de Molina de Segura que reconoce el mejor libro de relatos publicado, por ‘Historia secreta del mundo’ (La Discreta)–, dispuestos «como una formulación de fragmentos breves que componen algo más allá de la simple acumulación», sus novelas también encajan historias que «parecen que se refuerzan unas a otras y van dejando al conjunto un sentido que es mayor que la suma de las partes». Lo describe con una voz pausada al teléfono desde Madrid, y desde su reciente jubilación como lexicógrafo de la Real Academia Española [RAE], después de una treintena de años en la institución lingüística. «El lexicógrafo es como el coleccionista de insectos. La definición de cada palabra es el alfiler que la atraviesa y la deja fijada en la caja», escribe en su libro.
«A la memoria le estamos dando vueltas, deformándola y acoplándola a lo que nos gustaría, más que ser fiel a lo que ocurrió»
Recuerdos familiares y de juventud, reflexiones, anotaciones diarias sobre libros y películas…; sobre todo, observaciones de la vida diaria comparten celulosa bajo un título frágil como el trazo del grafito que avanza su voz natural, llena de cotidianidad y donde no falta un humor sonriente: ‘Anotaciones a lápiz’. ¿Lo serán de verdad? «Algunas de ellas sí, porque escribo mucho a mano, aunque el título es simbólico. Las anotaciones a lápiz parecen más modestas, más fugaces y en cualquier momento pueden desaparecer o borrarse», confiesa.

En cambio, después del Setenil, la Región sigue empeñada en grabar a este autor con cincel sobre la piedra de la literatura española. La editorial murciana de no ficción Newcastle Ediciones, de Javier Castro, se asegurará de que no le falte el libro en la caseta número 39 de la Feria del Libro de Murcia entre el 3 y el 12 de octubre. De hecho, fue el editor quien sacó punta a ‘Anotaciones a lápiz’, recuerda Emilio. La relación comenzó el año pasado, cuando Javier Castro Flórez lo fichó para que escribiera en el segundo número de su ‘Revista murciana de letras’, sobre librerías y bibliotecas. «Le gustó tanto que me pidió algún texto para su editorial. Que un editor se preocupe por un escritor tan modesto como yo es muy poco frecuente», agradece Gavilanes.
«Las anotaciones a lápiz parecen más modestas, más fugaces y en cualquier momento pueden desaparecer o borrarse»
Regresa el autor de ‘Breve enciclopedia de la infancia’ (Edhasa/Calpe, 2014) –XVI Premio Tiflos de Novela– durante la entrevista a uno de aquellos episodios, cuando el mundo estaba aún por descubrir, para ordenar el momento en el que empezó a llenar cuadernos. «Lo recuerdo perfectamente, fue a partir de la serie ‘La vida de Leonardo Da Vinci’ –emitida en 1971, estuvo coproducida por RTVE y Radiotelevisione– que me dejó absolutamente fascinado: cómo una persona podía meter el universo en unas cuantas láminas de papel».
Construidos de memoria
Desde los 15 años trató de imitar al hombre del renacimiento por excelencia y escribió sus primeras ficciones y anotaciones «de tipo diario». Aún sigue tomando notas aunque con el móvil, para después pasarlas a limpio. Con ellas trata de explicarse lo que ocurre a su alrededor y para comunicarse consigo mismo. Las de los últimos tres años componen la miscelánea de ‘Anotaciones a lápiz’, ordenadas cronológicamente, y en las que se han colado algunas de los años ochenta. Al volver a ellas, Emilio reflexiona sobre el «curioso fenómeno en la escritura» que convierte –sin querer– los recuerdos reales en un reflejo de esos espejos cóncavos y convexos: «Sobre el tiempo todos reflexionamos continuamente, porque estamos construidos de memoria. Y a la memoria le estamos dando vueltas, deformándola y acoplándola a lo que nos gustaría, más que ser fiel a lo que ocurrió».
Aquel deslumbramiento lo conducía por el camino de las ciencias. «Espero que no suene muy pretencioso, pero de joven lo que quería era explicarme cuál era el misterio del mundo». En absoluto. Suena como los suspiros de un adolescente en plena búsqueda; «sueños de un chaval de barrio», evoca. Sin embargo, las lecturas de Franz Kafka y Thomas Mann vinieron a cruzarse en la vida de Emilio Gavilanes: «Me pareció entonces que la literatura era un artilugio mucho más válido y adecuado para explicarse el mundo, as í que decidí cambiar las ciencias por las letras». Un esbozo de su espíritu como autor en ‘Anotaciones a lápiz’: «El mayor esfuerzo que debe hacer el escritor es concentrarse en distraerse».
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