Pogacar, el ciclista que no conoce el límite El ciclismo siempre ha vivido de relatos imposibles, de gestas que parecían fuera del alcance humano. Pero cada generación tiene un hombre que toma esas páginas y las reescribe con una caligrafía aún más desbordante. En este tiempo, ese hombre es Tadej Pogacar. El esloveno no solo colecciona victorias: fabrica mitologías. Y en este 2025, tras conquistar su cuarto Tour de Francia y retener el maillot arcoíris en Kigali, ha demostrado que el límite no existe cuando el hambre es tan grande como el suyo. El Tour de Francia fue, otra vez, su escenario favorito. Con la serenidad del que ya ha probado la gloria, Pogacar se lanzó al asalto de su cuarto título con la osadía de un debutante. No había día que no se convirtiera en protagonista: los Alpes fueron su anfiteatro de gladiador, los Pirineos, su lienzo de artista.

El ‘concierto’ de Remco, el show de Ruanda, el ritmo de Carapaz y el isrealí tranquiloNACHO LABARGA (MARCA)

Con cada ataque, con cada gesto de superioridad, el esloveno transmitía la sensación de jugar en una liga distinta. Mientras otros miraban el reloj, él miraba el horizonte. Cuando París lo coronó, ya nadie dudaba: era el dueño absoluto del Tour moderno. Pero Pogacar no se conforma. Apenas unas semanas después, en Kigali, arrancó el Mundial con la misma avidez con la que un niño se lanza a por un juguete nuevo. Atacó a 104 kilómetros de meta, sin cálculo, sin miedo, como si el mundo entero fuera solo una carretera cuesta arriba y él la conociera de memoria. Ni Juan Ayuso ni Isaac del Toro, compañeros de equipo y rivales de selección, lograron sostenerle el pulso. Se quedó solo, acompañado únicamente por su cadencia suave sobre los adoquines africanos. Y así, en solitario, volvió a vestirse de arcoíris. El bicampeonato mundial consecutivo lo sitúa en un territorio reservado a los semidioses.

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Eddy Merckx, Peter Sagan, Alfredo Binda, Óscar Freire… nombres que se pronuncian con reverencia. Pogacar ya está allí, con la ventaja de que apenas tiene 27 años y todavía le quedan temporadas enteras por devorar. La estadística es ya deslumbrante: cuatro Tours, dos Mundiales seguidos, cuatro Lombardías, dos Flandes, dos Liejas, tres Strade. Y la sensación de que cada meta es solo el prólogo de la siguiente. Ahora el foco se traslada a Francia, donde el Campeonato de Europa pondrá a prueba otra vez su voracidad.

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El recorrido, con trece ascensiones y un último muro que parece diseñado para héroes, será el nuevo campo de batalla. Allí espera Remco Evenepoel, herido en Kigali y con ganas de revancha. Allí se asomará Jonas Vingegaard, el antagonista perfecto, con su fría resistencia nórdica. Y también Pedersen, Almeida o Skjelmose, que aportarán pólvora al fuego. Para Pogacar, conquistar el oro continental en ruta sería añadir un matiz que aún no brilla en su palmarés. Un objetivo menor para algunos, pero no para quien convierte cada carrera en un capítulo de epopeya. Y después, como broche a la temporada, se alzará Lombardía.

Mirando al futuro

La clásica de las hojas muertas, la carrera donde la melancolía se mezcla con el sufrimiento. Pogacar la ha ganado cuatro veces seguidas, algo que ni Coppi ni Merckx consiguieron. Una quinta victoria lo fundiría para siempre con la esencia de esa carrera. El otoño italiano parece esperarle como un ritual, como si el calendario se doblegara a su voluntad. Lo fascinante de Pogacar no es solo que gane, sino que lo haga siempre con un aura de descubrimiento. 

Así dobló Remco a Pogacar en plena crono mundialista

Cada triunfo parece inaugurar un territorio nuevo, como si todavía no hubiéramos visto todo lo que puede dar. El Tour fue un clímax, el Mundial una confirmación, y lo que viene —Europeo y Lombardía— es la promesa de que la rueda seguirá girando hacia lo desconocido.