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Me preguntaba, mientras leía este libro, si cuando nos enfrentamos a una distopía no nos convendría más bien mirar hacia fuera. Aun a costa de no ver nada, porque si delante de nosotros circulan y proliferan todo tipo de horrores o cosas siniestras o monstruos quizá se deba a que fuera de ese sector ya no queda otro sitio donde mirar, y eso es lo espantoso de verdad. El libro lleva el título de Las ocas, que encuentro bastante clásico, que es sencillo y natural y a la vez dotado de un gran potencial simbólico. Hay otros animales en este libro, algunos recluidos en un lugar que ya no se llama zoológico sino centro de rehabilitación de animales, pero otros fuera del mismo porque estamos en un tiempo y un lugar no muy distintos a los nuestros pero sometidos ya a las inclemencias del tiempo de un mundo arrasado. En este caso, lluvias torrenciales que se desatan de vez en cuando, y que por supuesto padecen más en los barrios pobres. Cuando hay riadas puede haber cocodrilos fugados. Hay árboles arrancados de cuajo flotando en las aguas turbias, durante temporadas no se puede salir de casa, o hay que hacerlo siguiendo ciertas normas y, en fin, la gente vive en estado de excepción permanente. Aun así, su mundo se parece mucho al nuestro. Ya desde el principio, desde las descripciones de la cotidianidad, nos topamos con otro elemento recurrente de la novela, que es el urbanismo, aquí mostrado con los desagradables rasgos que puede adquirir cuando se diseña con egoísmo y mala fe.
El autor de la novela se llama Álvaro Cruzado y la ha publicado en la editorial Blatt & Ríos. Cruzado nació en Granada en 1993 y en 2021 publicó el poemario Geometría interior, que no he leído pero cuyo título parece anticipar los temas que desarrolla en Las ocas.
Conocemos la historia del protagonista por su relato en primera persona. Porque ha llegado a nuestras manos de manera aparentemente azarosa, y desde luego tortuosa, no nos puede extrañar su tono alucinado y a la vez analítico. Este es un chico que acaba la carrera de Arquitectura y encuentra trabajo en una empresa llamada Despacio. Es el sueño de todo recién egresado. Por fin podrá salir de casa de sus padres y demostrar todo lo que lleva dentro, su manera de concebir la arquitectura, su ser que parece haber estado siempre un poco contenido. Tiene una amiga, Alba, a la que admira, que parece ser un espíritu libre, como a él quizá le gustaría. Esa empresa que lo contrata, exitosa en un mundo que da un poco de repelús, como iremos viendo progresivamente, es una trampa de mucho cuidado. Esta expresión me ha quedado un poco rara, “una trampa de mucho cuidado”, pero la dejo porque me recuerda que una de las cosas que más me gusta de Las ocas es encontrar frases chocantes, graciosas porque hacen pensar en las tramas que un escritor se ve obligado a inventar por el gusto de poder justificar con ellas algunas sorprendentes combinaciones de palabras. Por ejemplo, me ha divertido mucho leer “Fuera de mi vista, y llévate este helado derretido”, que es algo que dice el mayor villano de esta novela. Ya que estoy con las expresiones y he dejado a medias lo de contar el argumento, menciono el llamativo uso de los verbos, muchos de movimiento, aplicados a objetos desacostumbrados, y que favorece imágenes como esta: “quiero que mi imaginación se deshoje con una ligera brisa, no sacudiéndola de forma rítmica”. Esto último es nuestro héroe quien lo dice, cuando las cosas han empezado a ponerse pardas y él se ha dado ya cuenta. Porque lo que nos cuenta es su descubrimiento de un mundo oscuro en el que está ingresando. Lo que se suele conocer como un descenso a los infiernos, a lo largo del cual, clásicamente, el héroe va ganando algo que quizá no habría deseado al principio, que tiene que ver con la conciencia de sí mismo, con el reconocimiento de lo bello y lo bueno y verdadero, que está en peligro y quizá no pueda recuperarse.
“Me comprometí con lo que sentía”: a medida que él reconoce la turbiedad de sus circunstancias −que nosotros, lectores, ya habíamos detectado desde el principio−, el protagonista nos va cayendo cada vez mejor. Si la identificación con él se basaba en su claridad analítica y expositiva, cuando vamos avanzando o descendiendo en la historia es ya para nosotros un hermano. En mundos asfixiantes como el descrito, el ascenso se da a través de la caída en desgracia. El fugado, el desclasado, se sacude eso asfixiante pero queda fuera de la sociedad y casi de la vida. El tono ya era pesadillesco cuando las cosas parecían ir bien; el pobre arquitecto acaba en un túnel enloquecedor pero sigue empeñado en continuar el relato de sus peripecias, porque mientras continúe escribiéndolas mantendrá la vida, ya que no siempre la cordura. Hay una ambivalencia, porque acaba paranoico pero ha elegido el bien, lo que él considera el bien. Sin grandes aspavientos a pesar de las siniestreces de las que es testigo y que padece, deja testimonio de su vida, y por eso leemos con apasionamiento esta novela, que me parece que tiene algo clásico por su manera particular de defender la dignidad humana.
Álvaro Cruzado
Las ocas
Blatt & Ríos, 2025
207 páginas