Un miércoles es buen día para ir a los toros. Mejor dicho, cualquier día es bueno para ir a los toros. Sí que es cierto … que después de un par de días de descanso de la feria el público remoloneó para ir al Arnedo Arena en la primera tarde del recién estrenado mes de octubre. El ambiente en los tendidos no era especialmente festivo, se respiraba cierta abulia probablemente por ser la recta final de las fiestas.

Osornio se hizo presente en el ruedo con un delantal en los adentros y se gustó de capote por verónicas rematadas con una revolera a un novillo muy bien presentado que escuchó una tímida ovación en su salida. El mexicano cuidó al animal en el caballo y, tras banderillas, tomó la muleta y comenzó el trasteo con doblones muy toreros. Cogió la altura del novillo y basó su faena sobre el pitón derecho. El animal se desplazaba pero sus embestidas carecían de emoción. Tomó la muleta con la mano izquierda para torear al natural y recetó muletazos templados muy sentidos. Fueron poco más de media docena pero resultaron dignos de destacar. A Osornio le gusta el toreo despacio y la embestida del novillo, que a veces iba andando y que hizo mención de marcharse a tablas, le ayudó para expresarse con la mano izquierda. La tizona entró a la segunda y paseó una oreja.

Un par de vueltas al ruedo dio de salida el que fue cuarto de nombre ‘Cabrero’. No acabó emplearse en el encuentro con el picador. Llegó el turno de los rehiletes en los que destacó pareando Marcos Prieto que acabó desmonterándose. Osornio volvió a torear despacio con su temple innato. Dio tiempo entre las series y buscó la reunión en cada muletazo. El milagro del toreo no necesita un ritmo trepidante sino todo lo contrario y eso lo tiene claro el mexicano. Cada uno de sus muletazos fue un tratado de suavidad, una búsqueda consciente de la pureza y de la belleza del toreo. Su desmayo, su colocación, la forma de componer la figura y, en definitiva, su toreo causaron una muy grata sensación en los tendidos que jaleaban con olés de esos que rasgan la voz. Se tiró con todo detrás de la espada que quedó arriba. Cortó dos orejas y el buen novillo, que acabó siendo noble y embistiendo con los riñones, fue premiado con la vuelta al ruedo.

Se echó en falta un poco de temple en el saludo capotero de Cristiano Torres al segundo de la tarde. Fue más productivo el volatín que se dio el animal que el excesivamente medido tercio de varas. Torres decidió que la mejor forma de emprender la faena era hacerlo de rodillas entre las dos rayas. El novillo, paradito, acudía pronto al cite aunque se quedaba debajo de los trastos. El aragonés no acabó de encontrar material para realizar su toreo explosivo así que apostó por el toreo de cercanías como epílogo del trasteo. Marró con los aceros en reiteradas ocasiones y tuvo que auxiliarse con la cruceta.

El quinto, imponente, fue ovacionado de salida. Torres, pegado a las tablas, lo recibió por verónicas. El novillo descabalgó al picador en un encuentro muy fuerte con el peto. Osornio había puesto muy caro el Zapato y Torres no quiso dejarse nada en el tintero así que firmó un quite por gaoneras. Al poco de que el aragonés cogiera la muleta comenzaron a sonar los acordes del pasodoble ‘Zapato de Oro’ que siempre sirve para ganar la complicidad de los tendidos. Torres anduvo por ambos lados y buscó la hondura en el toreo al natural. Sumó, de forma inexplicable, dos orejas en el esportón. El novillero devolvió uno de los apéndices, gesto que le honró, y dio la vuelta al ruedo con mucha celeridad.

Con una larga cambiada en el tercio reverenció Gonzalo Capdevila al primero de su lote, tercero de la tarde, un animal que no se empleó en la montura. El tercio de banderillas resultó emocionante por la exposición de José Germán, al que Diego Valladar le hizo un gran quite próximo a las tablas. También destacó el juego hacer con los palos de Manolo de los Reyes. Capdevila no anduvo con mucha probatura y se puso a torear pronto armando una primera serie sobre la mano diestra muy bien ejecutada. Alternó la actuación entre ambos pitones.

Se perfiló en la suerte contraria y pinchó en lo alto. Capdevila no acabó de entenderse con el último novillo de la tarde. Tampoco hubo mucho que destacar en varas ni con los avivadores. El novillo fue, de largo, el más deslucido del festejo. Salía desentendido de los trastos y con la cara por arriba. El espada planteó la faena casi en los medios y se justificó por los dos pitones pero, más allá de mostrar una buena actitud, poco más pudo hacer. Entró a matar y colocó la espada arriba con mucha facilidad.