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Bajo una trampilla oculta bajo una alfombra en una vivienda familiar de Frida Kahlo, la artista mantenía un taller con la serenidad de un santuario. En ese espacio oscuro y de techos bajos se rodeaba de colecciones que reflejaban su mirada hacia una belleza poco convencional: insectos disecados, escenas religiosas pintadas sobre láminas de aceite y muñecas asiáticas lacadas con vestimentas antiguas. Según su familia, Kahlo podía pasar allí horas o incluso días, escribiendo, pintando y refugiándose del caos que a veces afloraba en su vida en la superficie.
«Es como su refugio más sagrado», señaló Adán García Fajardo, director del nuevo Museo Casa Kahlo en Ciudad de México, durante una visita guiada a la bodega a principios de septiembre. El museo, instalado en una casa de color rojo arcillaque ha permanecido en manos de mujeres de la familia Kahlo durante cuatro generaciones, abrió por primera vez al público el pasado sábado 27 de septiembre, ofreciendo una perspectiva distinta de la vida de la artista mexicana en una ciudad ya repleta de homenajes. La bodega constituye su pieza central. Junto a una mesa de dibujo cubierta de pinceles y vitrinas con objetos curiosos, la sala exhibe ahora decenas de fotografías y cartas reveladoras escritas por Kahlo, muchas de ellas nunca antes mostradas del archivo familiar.
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Las maravillas naturales de México
UNA ARTISTA CONVERTIDA EN EMBLEMA
Foto: Getty Images
Hoy la figura de Frida Kahlo es un icono cultural cuya influencia trasciende fronteras y generaciones.
Más de setenta años después de su muerte, Kahlo se cuenta entre los iconos culturales más reconocibles, con un rostro de mirada seria bajo la característica ceja unida, reproducido en todo tipo de soportes, desde cojines hasta la gran pantalla. Una avalancha de biografías, documentales, libros infantiles y monografías artísticas ha recordado los detalles de su extraordinaria historia: el accidente de autobús a los 18 años que la dejó con dolores crónicos y su tormentoso matrimonio con el gigante del muralismo mexicano, Diego Rivera.
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En Ciudad de México, la Casa Azul —donde Kahlo creció y más tarde vivió con Rivera— es un lugar de peregrinación repleto de recuerdos familiares y muchas de sus obras más célebres. Sus pinturas, con un imaginario profundamente personal dispuesto en escenas a menudo oníricas, siguen alcanzando cifras asombrosas en las subastas. Y retrospectivas constantes, como la prevista para el próximo año en el Museo de Bellas Artes de Houston y la Tate Modern de Londres, han analizado su influencia en el surrealismo, la moda y su condición de emblema de movimientos sociales como el feminismo y la reivindicación de los derechos LGTBI.
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HOGAR FAMILIAR DE LOS KAHLO
Foto: Rafael Gamo / Rockwell Group
Diseñado por el estudio Rockwell Group, el patio de la Casa Roja ha sido restaurado para reflejar las distintas generaciones que habitaron la vivienda. Un joven árbol de pomelo —motivo del mural pintado por Frida en la cocina— se alza en una maceta de piedra de cantera, elaborada por los célebres canteros de la localidad de Escolásticas. Frente al árbol, una talla en el pavimento reproduce una de las alfombras personales de Cristina Kahlo que solía colocarse en la entrada de la casa, dando la bienvenida a quienes cruzaban el umbral.
Aun así, existen facetas de Kahlo que el mundo desconoce. «Todo el mundo dice: “Era muy resiliente, muy valiente y fuerte incluso a pesar del dolor físico. Nunca sonreía”. ¿Saben por qué? ¡Le faltaba un diente! Por eso nunca sonreía», explica Mara de Anda, sobrina bisnieta de Kahlo, quien junto a su madre impulsó la creación del nuevo Museo Casa Kahlo. El museo se despliega como una memoria familiar a lo largo de las estancias de la casa rehabilitada, iluminando aspectos menos conocidos de la vida de Kahlo, como su carácter, su infancia y los vínculos que mantuvo con sus padres y hermanos.
En el vestíbulo, un árbol genealógico traza la ascendencia de los Kahlo junto a fotografías antiguas tomadas por Guillermo Kahlo, padre de Frida, que se convirtió en fotógrafo profesional en México tras emigrar desde Alemania. Muy cerca se expone una copia en gelatina de plata que muestra a una Frida de rostro dulce, con cuatro años, vestida de blanco y con calcetines altos, así como una de sus primeras obras: una sencilla casa geométrica y un árbol bordados sobre un lienzo.
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SU FACETA MÁS FAMILIAR
Foto: Adobe Stock
La Casa Azul, a unos pocos metros de la Casa Kahlo, fue el escenario vital donde Frida plasmó gran parte de su universo artístico y personal.
La madre de Kahlo, Matilde Calderón, compró en 1930 la casa que hoy ocupa el museo, después de que Kahlo y Rivera se instalaran en la Casa Azul, a tres manzanas de distancia, en el barrio colonial de Coyoacán. La propiedad, de estilo neocolonial mexicano y conocida también como Casa Roja, pasó después de Calderón a sus cuatro hijas y más tarde a Cristina Kahlo, la única de las hermanas que tuvo descendencia. Frida solo residió en la vivienda unos meses, mientras se remodelaba su taller en la Casa Azul, aunque fue una presencia constante en la casa, tanto en su refugio subterráneo como en la cocina junto a Cristina, a quien llamaba su otra mitad, según recuerda la familia.
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OTRA HISTORIA DE VIDA
Foto: Getty Images
La nieta y sobrina nieta Frida frente al bodegón Bandeja de Amapolas.
El museo conserva pocas obras originales de Kahlo, a diferencia de la Casa Azul, gestionada por un fideicomiso administrado por el Banco de México. Sin embargo, dos piezas expuestas son reveladoras de su estilo y de los temas recurrentes en su producción. Bandeja de amapolas, un exuberante bodegón pintado por Kahlo en una fuente cuando era adolescente, anticipa el interés por los motivos naturales al que regresaría a lo largo de su carrera. En la pared de la cocina se encuentra el único mural conocido de la artista, que representa una bandada de gorriones portando una cinta con un epígrafe irónico que señala la estancia como lugar de reunión de gorrones.
Gran parte de la colección, incluidas las cartas intercambiadas entre Kahlo y su familia, procede de un archivo que Isolda Pinedo Kahlo, hija de Cristina, reunió durante décadas en la Casa Roja, donde residió. Otras cartas fueron cedidas por el National Museum of Women in the Arts de Washington, que conserva numerosos escritos de Kahlo legados a su médico tras su muerte. En conjunto, el volumen de la correspondencia es tan vasto —se calcula que Kahlo escribía dos o tres cartas al día durante su vida— que los expertos la consideran ya tanto autora literaria como pintora.
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UNA TRAYECTORIA EPISTOLAR
Foto: Getty Images
Se conserva un importante número de cartas escritas por Frida Kahlo a lo largo de su vida.
«Aquí se descubrirá a una Frida muy afectuosa, muy generosa. Siempre tuvo sentido del humor», afirma Adriana Miranda, comisaria jefa del Museo Casa Kahlo. Las primeras cartas, enviadas tras la marcha de Kahlo con Rivera a Estados Unidos —donde él había sido contratado para pintar murales en Detroit, Nueva York y San Francisco—, reflejan la nostalgia de una joven de 22 años.
«¿Cómo están mis animalitos?», escribe en una de las cartas. «Denle al gatito amarillo más golosinas que a los demás». En otra, redactada meses antes de su muerte en 1954, Kahlo lamenta sus dificultades con la infertilidad al tiempo que celebra el nacimiento de la hija de Isolda: «Sabes cuánto te quiero, ahora aún más, porque habiéndote entregado, me das a tu niña, y así ahora tengo dos amores. Los mismos que quise tener vivos en mi vientre hace muchos años». Con frecuencia, se despedía con un apodo: Fridu, tía Fisita o Friduchi.
LA FAMILIA COMO EJE VERTEBRADOR

Foto: Rafael Gamo
El museo expone una colección que refleja el estrecho vínculo entre Frida Kahlo y su familia.
Las cartas «cambiaron por completo el panorama» de lo que se sabía sobre la vida de Kahlo, señala Luis-Martín Lozano, destacado especialista en la artista y exdirector del Museo de Arte Moderno de México. En 2007, Lozano fue el primer historiador del arte en obtener un acceso amplio a los archivos familiares gracias a Mara Romeo, hija de Isolda, y a Mara de Anda, su hija, conocidas conjuntamente como las Maras. Su investigación se publicó en el libro Frida Kahlo: El círculo de los afectos.
«Descubrimos que la familia fue de una importancia enorme para Kahlo», afirma Lozano en una entrevista. «No importaba que tuviera una vida internacional muy interesante, que fuera artista, que fuera comunista, que mantuviera relaciones bisexuales. Tenía una familia que era su ancla». «Como especialista, esto resulta interesante porque permite explicar muchos elementos que aparecen en sus cuadros. El simbolismo de numerosos aspectos de su obra está relacionado con esos afectos personales», añade.
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LA «MARCA FRIDA KAHLO»
Foto: Getty Images
El lanzamiento de Mattel de una Barbie inspirada en Frida supuso una demanda por parte de la familia.
La inauguración del museo coincide con el auge extraordinario del valor de la marca Frida Kahlo. Este mes, la pintura El sueño (La cama), realizada en 1940 y en la que la artista se representa cubierta de enredaderas mientras yace en una cama bajo un esqueleto, saldrá a subasta en Sotheby’s con un precio estimado de entre 40 y 60 millones de dólares, lo que superaría su propio récord como la obra latinoamericana más cara jamás vendida en una puja.
La propiedad de las marcas que controlan el nombre y la imagen de Kahlo ha sido objeto de disputas. Tras la muerte de la artista, sus derechos de propiedad intelectual, según la legislación mexicana, pasaron a Isolda y más tarde a una sociedad de licencias fundada por Romeo junto a un empresario venezolano. Sin embargo, la rápida comercialización de la figura de la pintora derivó en conflictos entre la familia y el grupo. En 2018, Romeo presentó una demanda después de que Mattel anunciara el lanzamiento de una Barbie inspirada en Kahlo, logrando una orden judicial que detuvo temporalmente su venta en México. La muñeca, señaló Romeo entonces, «debió ser mucho más mexicana, con la piel más oscura, con ceja unida, y no tan delgada, porque Frida no era tan delgada».
«Nuestro objetivo como familia siempre ha sido proteger a Frida y darla a conocer», afirma de Anda. La transformación de la Casa Roja en museo representa hasta ahora el mayor paso en la redefinición del legado de Kahlo. El proyecto llevaba gestándose veinte años, explica de Anda, mientras ella y su madre revisaban y catalogaban los recuerdos de su abuela para exhibirlos. El jardín central de la vivienda fue remodelado como patio para acoger mejor al público esperado y se añadió una escalera iluminada que desciende a la bodega. Hace dos años, en el último acto de preparación, la familia encontró un nuevo hogar para Romeo, que aún residía en la Casa Roja.
«Eso es lo mágico de esta casa: la responsabilidad que tenemos como familia de compartirla con el mundo», afirma de Anda. «Es necesario contar la verdadera historia, con las cartas auténticas, con los objetos reales que le pertenecieron a ella, a su familia».