El garfio a punto de enganchar el saco. En el encuadre combaten los límites de mar y tierra. El territorio encendido en blanco y negro … desprende su sonido inherente. La fotografía con su textura arrastra la dureza cotidiana. Es el hábitat intransferible de un ecosistema que mira con sentido y luz propia. ‘Portuarios, 1990’, una colección de imágenes a modo de reportaje, rescata la fotografía del profesional y creador santanderino Luis Otí en su proyección expositiva. Las imágenes del santanderino centrarán la propuesta del último trimestre del año y enlace con 2026 en la programación del Centro de Documentación de la Imagen de Santander (CDIS), coordinada por Manuela Alonso Laza.
El regreso de Otí queda fijado en las series de imágenes del fotógrafo en las que fundió los recuerdos, el testimonio, el documento y la intrahistoria visual de «esa parte de la ciudad tan alejada de las miradas». Con motivo de esta muestra que se inaugurará a finales de este mes de octubre y se exhibirá hasta mediados de enero, Luis Otí recuerda que comenzó muy pronto, pues apenas con once años ya usaba una cámara: «En mi familia había varios aficionados y yo heredaba las cámaras que iban sustituyendo por otras nuevas. Así, haciendo siempre fotos he llegado hasta hoy».
El germen de ‘Portuarios’ está focalizado en el puerto de su juventud, «por el que no sin cierto riesgo se podía pasear mientras troncos de árboles o redes llenas de sacos pasaban cerca de nuestras cabezas». De ahí surgió la necesidad de documentar el duro trabajo que se llevaba a cabo. En ese 1990 Luis Otí trabajó en el reportaje que da lugar a esta exposición dividida en cuatro partes a modo de relato sensorial y de hoja de ruta por los espacios de ese territorio resaltado por una estética muy definida.

El reportaje de los noventa, que recobra el CDIS, es un itinerario estructurado en cuatro partes.
L.O.

Aunque hoy en día, todo es diferente en el puerto: «Casco en lugar de boina, chalecos reflectantes…, ya no existen los tinglados ni el silo, pero aquel puerto de mi juventud, siempre me producirá nostalgia», confiesa el fotógrafo cuya larga trayectoria profesional se caracteriza por su «pulcritud técnica, una mirada respetuosa y aséptica con los ambientes que retrata, donde la persona siempre juega un papel fundamental en su relación con el mundo, en la búsqueda del contraste de la vida cotidiana, y donde nada es sólo blanco o negro, a pesar de la ausencia de color». El punto de partida como fotógrafo de Otí (Santander, 1950) está fechado en en 1972, de una manera totalmente autodidacta. Durante un tiempo, participa en concursos fotográficos, consiguiendo diversos premios.
Desde 1980 a 1986, realiza reportajes por varios países de Europa y América. Y un año después inaugura en Santander su estudio y se dedica profesionalmente a la fotografía.
Su trayecto en lo expositivo, a mediados de los ochenta, protagoniza muestras individuales y colectivas en diversos museos, centros culturales y galerías de la comunidad así como en el Instituto Cervantes de Utrecht en 2002 y Manchester en 2004. Sus fotografías aparecen en numerosas publicaciones y forman parte de colecciones como la del Fondo Cultural de la Ciudad de Venecia, la Casa de España en París, Museo de Bellas Artes, la Autoridad Portuaria de Santander, el Gobierno de Cantabria, Fundación Caja Cantabria, Ferroatlántica y La Vidriera en Maliaño. Poco antes de ‘Portuarios el entonces Museo de Bellas Artes, hoy MAS, acogió su serie Máscaras (Venecia, 1988). Y participó en la serie ‘Equivalencia’s, en el Palacete del Embarcadero, entre 1991 y 1992, compartiendo diálogo visual y espacio con la obra del fotógrafo Jorge Fernández . En los años previos a la pandemia sus imágenes formaron parte del proyecto expositivo ‘Monólogo y silencio. La extensión interior del gesto’ de la Fundación Caja Cantabria.
En su descripción por los trayectos portuarios que propiciaron las imágenes de la creación que compartirá con el público este otoño en el CDIS, Luis Otí evoca el ruido que le hace acercarse a un tinglado apenas iluminado por una pobre luz cenital, donde se cargaban los últimos sacos de cacao en grano que llegarán al puerto.
Los recuerdos de juventud le llevaron a documentar «el duro trabajo que se llevaba a cabo en esa parte de la ciudad tan alejada de las miradas»
En su caminar la cámara alude al «trabajo durísimo, el calor insoportable dentro de los trajes, la respiración difícil a través de la máscara, el polvo en suspensión…».
En una tercera parte se encuentra «con más personal en tareas de carga y descarga, limpiando los suelos de los tinglados donde se colocarán nuevas mercancías…».
Y así llega al silo, entonces el edificio más alto de la ciudad. «En el último piso veo a dos hombres, uno de ellos sentado en algo parecido a un trapecio. Tiene que bajar a limpiar uno de los silos vacíos. Descuelgan una potente lámpara, el hombre penetra en el vacío, el vértigo de una altura equivalente a un edificio de doce plantas. Su silueta se recorta hasta que sobrepasa la lámpara que ahora le ilumina haciendo que parezca un astronauta en un paseo espacial».