“Tengo ganas de olvidarme de los tambores”, le compartía Ana Diosdado al periodista Jesús María Amilibia, refiriéndose su obra Olvida los tambores, un drama generacional que abordaba la vida de los jóvenes de la época, sus deseos de cambiar el mundo, sus contradicciones y sus miedos ante esos cambios que defendían, los cuales les hacían perpetuar esas mismas estructuras sociales que afirmaban querer derribar.

La obra había recibido el Premio Mayte Commodore de Teatro, había superado las quinientas representaciones, llevaba dos años en cartel, se había estrenado en Buenos Aires y había comenzado a ser representada por compañías de teatro universitario y de aficionados. “No sé exactamente a qué se debe el éxito —reconocía Ana Diosdado—. El primer reparto, con María José Alfonso, Juan Diego y Emilio Gutiérrez Caba, era atractivo y joven, y a veces pensé que ahí podía estar la clave del éxito. Sin embargo, después el reparto se cambió y la obra sigue gustando mucho. Tal vez se debe a que pocos autores españoles jóvenes estrenan y siempre hay algo de interés por lo que podamos decir”.

Sea cual fuera la razón, Olvida los tambores se convirtió en el fenómeno teatral de la temporada que confirmó a Diosdado como una de las autoras noveles más destacadas del panorama español, cosa que no era fácil. En plena dictadura, los empresarios preferían apostar por las adaptaciones de textos de autores extranjeros que hubieran triunfado en escenarios internacionales —lo que, por otra parte, también era un salvoconducto de cara a la censura—, que por los nuevos talentos, y menos aún si eran tan jóvenes como Diosdado.

“La verdad es que sigue siendo muy difícil estrenar. Los empresario no se arriesgan con los nombres desconocidos; dan muy escasas oportunidades […]. No es que yo sea enemiga de las buenas adaptaciones porque, cuando son buenas son imprescindibles para la vida teatral. Estoy en contra de las adaptaciones de las malas obras de teatro”, declaraba Ana Diosdado al diario Pueblo, antes de afirmar: “es que hay cosas que maldita sea la falta que hace que se adapten”.

A pesar de el éxito de Olvida los tambores, la verdadera vocación de Diosdado no era el teatro, sino la literatura. Su novela En cualquier lugar no importa cuándo había sido una de las veinte finalistas del Premio Planeta 1963, al que habían concurrido 234 originales. Lo mismo sucedería con Campanas que aturden, finalista en la edición de 1969. Sin embargo, lejos de continuar por la senda de la narrativa, Diosdado comenzó a escribir teatro.

“No fue de una manera casual, pero casi. Lo intenté un poco en plan de ejercicio, en plan de trabajo, para ver qué tal me salía una obra de teatro. Me puse a escribir sin saber siquiera si llegaría a acabarla y mucho menos si llegaría a tener un futuro de alguna clase. Fue, como habrás supuesto, Olvida los tambores y, sí, la terminé, se la leí a un grupo de amigos a los que gustó mucho y se arriesgaron, mejor dicho, arriesgaron su dinero, ya que fueron ellos la empresa. Nos salió bien el asunto y así empezó todo. A partir de ese momento, comencé mi carrera como autora teatral”, declaraba a Alejandro Colás Torregrosa, de la agencia Pyresa, Diosdado que, a partir de entonces, estrenaría Usted también puede disfrutar de ella —una crítica de la sociedad de consumo y la publicidad—, Los comuneros —la historia de Padilla, Bravo y Maldonado vista por los ojos de Carlos V, que no gustó a los críticos teatrales de franquismo, poco amigos de las revoluciones— y El okapi, una obra sobre la libertad ambientada en una residencia de ancianos, de cuyo reparto formaba parte su padre, Enrique Diosdado y la esposa de este, Amelia de la Torre.

Dos madres

Ana Diosdado actriz y escritora en 2005.

Ana Diosdado, actriz y escritora, en 2005.

Quim Llenas/Getty Images