Los fantasmas del sábado es un libro de cuentos del boliviano Adhemar Manjón, publicado en 2021 por la Editorial 3600. Llama la atención el hecho de que un hater, también escritor y boliviano, pidiera vía Facebook, en fecha 31 de diciembre de 2024, que alguien le dijera a Manjón que la narrativa “no es lo suyo”, calificando toda su obra de aburrida y sin “ímpetu”. Llama la atención, digo, porque nada está más alejado de la realidad: Los fantasmas del sábado es un libro intenso y agudo, desbordante de acción y humor negro, con una propuesta estética y un mecanismo crítico que funciona.
Veamos. ¿Qué puede resultar de incorporar a la literatura una ciudad verdaderamente grotesca? Se retrata a Santa Cruz de la Sierra: carnavalera y cristiana; creciente, desigual y deforme (sus anillos parecen lombrices retorcidas sobre sí mismas); llena de universidades y fanática del fútbol local; bastante racista y orgullosa de su hospitalidad; cosmopolita y, al mismo tiempo, segura de su identidad y tradición; institucionalista (orgullosa de sus cooperativas) y corrupta; procurada, preferida y violenta. En consecuencia, un retrato artísticamente honesto y realista de la ciudad, la colocaría de inmediato al borde del esperpento. Lo demás, el arte literario de Manjón, solo asegura la propuesta estética.
El libro comienza situándonos en una ciudad terrible, con su Casco Viejo demasiado viejo y unas periferias a las que no llega ni el Estado. En esa Santa Cruz “de mierda” se desarrolla la historia de Ricardo, un estudiante de Filología Hispánica al que la vida le aíra el sábado.
El segundo cuento se llama Goyo y en él ya es insoslayable el narrador ridiculizante que se vale de la impudicia y la ironía para lograr el humor negro. Quien lea Goyo, acepta acompañar al segundo perdedor y antihéroe del libro, en sus devaneos y experiencias del mismo sábado de bajos instintos de todos los cuentos del libro.
La ironía es también el recurso que Manjón controla para echar a andar su mecanismo crítico. En este libro, la aparición de elementos definitorios de la “cruceñidad” (las comillas son mías), como el historiador Alcides Parejas o el club Oriente Petrolero, acaban por desestabilizar las percepciones convencionales.
El tercer cuento se construye en torno a un personaje todavía más frustrado que los anteriores. Se llama Ronny y en el sábado de esta ficción tendrá que hacer lo que todos los fines de semana: sobrevivir a la soledad y al odio de sí mismo, mientras trata de llamar la atención de los demás en Facebook.
En el siguiente cuento se le sigue el rastro a Maicol, un joven-problema, de las periferias, fatalmente vinculado al cuento anterior (cada cuento le suma información e interpretación a los demás, creando un todo mayor a la suma de las partes).
Como elemento esperpéntico, los personajes son perdedores, ridículos y terminan peor de lo que empiezan; además, toda la locura alegre de los sábados de fiesta sucede por fuera del libro, excepto en el penúltimo cuento, Beto. Allí, el protagonista es un joven virgen y universitario que buscará pasar de cero a cien en su vida sexual.
El último cuento lleva la propuesta estética a su máxima expresión. Si Santa Cruz participa de la monstruosidad, en muchos aspectos ridícula, este cuento es una mirada a las partes traseras del monstruo. Manjón narra, desde el naturalismo y el fisiologismo (visceral y repugnante), el sufrimiento y la miseria de los más excluidos. No abandona, sin embargo, el humor negro que atraviesa los cuentos generando efectos tanto dramáticos como críticos.
En definitiva, Los fantasmas del sábado es un libro intenso, ingenioso y dueño de su arte, en el marco de una literatura que narra lo grotesco y acaba siendo, en cierta medida, esperpéntica. De allí la visión amarga de la realidad y el título evanescente en una, sin lugar a dudas, bien lograda obra de ficción.