Natasha Rangel no teme mirar el abismo y contemplar las criaturas que habitan en su interior. En esa oscuridad nacida del subconsciente es capaz de encontrarse de frente con los mitos que moldean su cosmovisión, así como con los monstruos ocultos tras un velo mortuorio. Esa fascinación con el poder simbólico de lo grotesco ha marcado fuertemente su obra, incluyendo su más reciente libro, Un animal impronunciable.
Se trata de la primera antología de terror de la escritora venezolana, publicada por la editorial chilena Trazos de aves, como parte de su colección Zorzal mecánico. Sigue la tradición aviar iniciada con su novela corta Estorninos negros (2024), de la editorial uruguaya DosPájaros. De acuerdo con su sinopsis, en sus 10 relatos “explora lo femenino en su forma más salvaje y primitiva”, construyendo su propio imaginario a partir de los mitos latinoamericanos, mezclando culturas con una atmósfera gótica.
En entrevista para El Diario, Rangel señala que más allá de lo técnico o anecdótico, la esencia de sus historias está en el componente simbólico. Indica que le interesa esa búsqueda de las imágenes a través de las metáforas e hipérboles, jugando con el lenguaje y sus significados, lo cual contribuye al estilo tan particular de sus textos. De hecho, señala que el cuento como formato precisamente le permite explorar esa poética de lo simbólico.
“Me interesa el género del cuento, porque me interesa la intensidad, pero además también me fascina el surrealismo. Me encanta esta idea de observar los símbolos en el caos, que al final es inevitable, y esa es también un poco la belleza y la perdición del surrealismo, resistir la tentación de asociar esos símbolos y darles un sentido sin tomarlos como lo que son”, afirma.
Genealogía del destino Foto: Elvianys Díaz.
Uno de los elementos centrales de Un animal impronunciable es la familia Fortune, el paso generacional de sus mujeres, vinculadas por la sangre en más de un sentido, y que se relaciona directamente con los personajes de Estorninos negros. Rangel cuenta que ambas historias en un principio eran una sola, cuando todavía trabajaba en su manuscrito en Caracas.
“Ese proyecto lo desarmé y acabé llevándolo a la maestría en Escritura Creativa que hice en El Paso, Texas. Estando allí me metí con todo en la investigación de autoras de lo inusual siguiendo la teoría de Carmen Alemany Bay y empecé a desarrollar personajes que se desenvolvieran entre la incertidumbre de lo fantástico y lo grotesco de lo abyecto. A la vez, había un componente genealógico femenino que determinó el orden del manuscrito”, cuenta.
Así, la trama de Estorninos negros terminó desarrollándose aparte en su propia noveleta, mientras que el resto de las Fortune quedó como un preámbulo fragmentado en diferentes cuentos. A su vez, comparten páginas con otras historias que a simple vista no parecen relacionadas, pero que emiten la misma energía de lo onírico, incorporando elementos mitológicos de los pueblos autóctonos de Venezuela, México y Estados Unidos, así como el folklore de criaturas como el Wendigo o la Sayona.
A pesar de desarrollarse en un tono que podría etiquetarse como terror, en donde lo grotesco y siniestro se abordan sin sutilezas, la autora refiere que también habla de vínculos femeninos positivos, sólidos. Por eso, al leer cada relato en el orden en que están dispuestos en el libro, se ve la progresión de una genealogía marcada por el destino.
“Cuando llegas a la última parte del libro, o sea los últimos tres relatos, son de estos personajes abrazando la incertidumbre, abrazando este Fatum o este destino que tienen encima. Y no lo ven como esta cosa catastrófica, sino que lo asimilan como parte de su naturaleza y lo hacen parte de ellas”, adelanta.
Monstruos femeninos Natasha Rangel. Foto: autorretrato.
Rangel (Caracas, 1994) actualmente reside en Estados Unidos, donde completó su maestría en la Universidad de Texas. En 2023 ganó el premio Lo Mejor de Nos de Banesco y el portal La Vida de Nos por su crónica Saborear la casa en una sopa de arroz. Sus textos han sido recogidos en antologías como Diarios de encierro (2020), Brevelectric: narrativa sin sello (2022) y Eight Travel Stories (2021). Recientemente también participó en Feroces. Compilación de autoras venezolanas (2023) y Cabezas en la ventana. Antología de terror latinoamericano (Elefanta Editorial, 2024).
Su narrativa aborda el terror desde ideas como lo folklórico y lo femenino, bebiendo de diferentes fuentes como la literatura, el cine y los videojuegos. Afirma que jugar a los 12 años de edad el clásico de terror psicológico Rule of Rose la marcó, pues le hizo ver los cuentos de hadas desde otra perspectiva. De hecho, reconoce que en cuentos del libro como Tributo usa parte de los elementos la fantasía y las hadas, pero en el contexto multicultural de las Fortune.
Señala que el recurso narrativo de la anagnórisis, es decir, el momento en que se revela la identidad de un personaje, la llevó a sumergirse en la literatura gótica, donde se obsesionó con la idea de lo fantasmagórico y de manifestar lo oculto. Algo que la influenció mucho en libros de las hermanas Emily y Charlotte Brontë, como Cumbres borrascosas y Jane Eyre.
“En su momento también me dediqué fervientemente a leer todo lo que tuviera que ver con pasados tormentosos, cosas ocultas que luego se revelaban y estaba como esta incertidumbre y este peso por el pasado. La idea del confinamiento, de la represión, la idea incluso de que los cuerpos femeninos eran monstruosos es algo que también es parte del gótico femenino, cuando piensas en Jane Eyre, por ejemplo”, explica.
Precisamente de la tradición gótica toma un elemento importante: el monstruo como representación de los temas tabú en contraposición con lo moralmente aceptado por la sociedad. Así, señaló que siempre le llamó la atención cómo en diferentes mitologías los peores monstruos eran mujeres, como algunos yokai japoneses, fantasmas en películas de Hollywood e incluso La Sayona venezolana y La Llorona de varios países latinoamericanos. A su juicio, considera que estos monstruos son justamente representaciones del miedo o el rechazo social hacia conductas femeninas que son tomadas como “antinaturales”.
“Algo hay en ti que ya no es compatible con el status quo, que ya no es compatible con nuestra idea de sociedad, y por lo tanto hay que castigarlo, exorcizarlo o buscar la forma de que vuelvas o la forma de destruirlo, sobre todo si es el monstruo. Esas cosas han sido como parte de ese bagaje de lecturas y de cuerpos que me he llevado conmigo al momento de escribir”, continúa.
La sombra del arquetipo Foto: Nana Balzán
Al momento de mudarse a Estados Unidos, Rangel narra que encontró en los mitos y leyendas venezolanos una forma de mantenerse conectada a su raíz y no sentirse una cifra más en las estadísticas de migración. Por eso, acota que en el proceso de escritura de Un animal salvaje y Estorninos negros tuvo un papel fundamental la lectura de libros como Los mitos en la región andina de Venezuela, de las antropólogas Elisabeth Sosa e Hilda Inojosa.
Esto a su vez vino precedido de una búsqueda en la cosmovisión de su país de referentes que le permitieran seguir estudiando la relación entre el cuerpo femenino con lo salvaje, con la tentación y el castigo. Encontró además la oportunidad de emplear estos mitos como arquetipos para construir las bases de sus historias. “Para mí lo arquetipal siempre es una oportunidad de usar un molde conocido y retorcerlo, actualizarlo, a través de un ángulo no explorado”, resalta.
Rangel explica que los arquetipos permiten usar conceptos universalmente conocidos para construir un perfil de personaje sobre el cual se puede trabajar. Así, cada uno de estos patrones apelan a ideas inmersas en el inconsciente y que son fáciles de identificar, trayendo consigo sus propias características y fortalezas, pero también sus debilidades. Ese lado oscuro que la escritora llama “la sombra”, y que es explotado principalmente por géneros como el terror.
“Eso es lo que a mí también me interesa. Lo que es visto como la debilidad o lo oscuro del arquetipo, a mí me gusta pensar cómo puede volverse una fortaleza, porque al final, en el terror, se vuelve aquello que nos fortalece frente a la adversidad o frente a la incertidumbre, o se vuelve el conflicto”, agrega.
Terror vegetal Natasha Rangel. Foto: cortesía Feroces
La autora señala que los cuentos de las Fortune en Un animal impronunciable surgieron como un ejercicio narrativo para escudriñar los orígenes y el trasfondo de ciertos personajes de Estorninos negros. Sin embargo, aclara que no tenía en mente la construcción de universo literario, por lo que cree que su recurrencia en futuras historias solo dependerá de los propios personajes y el potencial que vea de expandirlos.
“En algún punto mis personajes, al hablar una misma lengua, al estar unidos por una cultura y por un mismo espacio geográfico, la mayoría de las veces son personajes que pueden coincidir siempre que no estén muertos. Yo creo que me gusta imaginar que esos personajes coinciden en algún punto”, reflexiona.
Actualmente se mantiene trabajando en sus próximos proyectos, y justamente está terminando el manuscrito de su nuevo libro, el cual se titulará Las Odonatas y saldrá el próximo año con la editorial independiente venezolana Lecturas de Arraigo. Allí aborda un tema que ha sido el foco de sus investigaciones recientes, que es el terror ecológico.
Afirma que para ello está estudiando el trabajo de autores como la periodista brasileña Eliane Brum, la escritora cubana Elaine Vilar Madruga o la argentina Marina Closs. El uso de la naturaleza como motor para historias que tomen la relación con lo vegetal y lo inusual, como la selva, desde la perspectiva del horror, o de catástrofes colosales. Todo esto partiendo de experiencias como los traumas de la infancia ante la idea de un gran terremoto que destruiría Caracas; así como de sus inquietudes actuales por el impacto del ser humano en el medio ambiente.
“Hay demasiadas cosas que se pueden explorar con el tema del ecoterror. A mí me impactó mucho que Venezuela perdiera el año pasado su último glaciar, y eso ha dado pie a que esté preguntándome por el Arco Minero del Orinoco, e incluso pensar en los paisajes como ecosistemas vivos ficcionalmente”, acota.