Cuando hablamos de las meriendas para los niños, a muchos padres les asalta la duda: ¿qué les doy para que sea saludable, práctico y que además se lo coman? «La respuesta corta es fruta», responde la técnica superior en Nutrición y Dietética Ana Luzón.
«La fruta aparece en la merienda de mis hijos más del 80% de los días», afirma esta experta. ¿Por qué?: «Porque es accesible, variada, colorida y aporta fibra, vitaminas, minerales y agua. Pero, sobre todo, porque quiero que entiendan que la fruta no es un “castigo saludable”, sino una parte normal y apetecible de su alimentación«.
Ahora, cás allá de la fruta, se puede conseguir «equilibrio y flexibilidad» también, añade la técnica en dietética. «La fruta suele ser la primera opción, pero no la única. La idea de fondo es la misma que con cualquier comida: buscar un equilibrio entre hidratos de carbono, proteínas y grasas saludables», explica.
Y menciona varias alternativas, por ejemplo: «Fruta más yogur natural más un puñado de frutos secos; plátano con crema de cacahuete y copos de avena, o pera troceada con queso fresco y unas tostadas integrales. «De esta forma, evitamos meriendas exclusivamente azucaradas y aportamos saciedad, energía y nutrientes que sostienen el crecimiento y la concentración», añade.
Otro aspecto que resalta esta especialista es la importancia de darles voz a los niños, es decir, «implicarles y dejarles elegir. «Es punto clave. No se trata de imponer diciéndoles ‘esto es lo que hay’, sino de ofrecer opciones dentro de un marco saludable. Por ejemplo con frases como: ¡Hoy tenemos manzana, plátano o mandarinas. ¿Cuál prefieres para tu merienda?’; ‘¿Quieres tus galletas con un vaso de leche o con un puñado de almendras?’. Y este gesto sencillo les ayuda a «sentir autonomía, confiar en sus señales de apetitoy construir una relación positiva con la comida», afirma Luzón.
¿Y qué pasa cuando te piden o te planteas darles galletas o snacks? «Aquí quiero ser clara», contesta Ana Luzón: «Incluir de vez en cuando unas galletas con fruta y frutos secos no es un problema, al contrario. El peligro no está en una galleta puntual, sino en educar con mensajes de prohibición o culpa que, a la larga, pueden abrir la puerta a una mala relación con la comida y a posibles trastornos de la conducta alimentaria (TCA).
«Un niño que aprende que ‘las galletas son malas y no se pueden comer nunca’ es más propenso a la ansiedad y al atracón cuando las tenga a su alcance. En cambio, si las galletas forman parte de la alimentación de manera puntual, normalizada y combinadas con otros alimentos, se convierten en algo neutro, sin carga emocional», aclara.
Así, que, en conclusión, «la fruta puede y debe ser la base de las meriendas infantiles, pero el equilibrio está en sumar proteína, hidratos de calidad y grasas saludables». «Implicarles y darles a elegir fortalece su autonomía y previene la lucha en la mesa, no se trata de criar niños que coman ‘perfecto’, sino de que crezcan con una relación sana y flexible con la comida». Porque, al final, «más que lograr que merienden exactamente lo que nosotros queremos, lo importante es que aprendan a escucharse, a disfrutar y a confiar en que la alimentación no es un campo de batalla, sino un aliado para crecer y vivir con energía», destaca esta técnica en dietética.