Se acerca el fin de semana, la entrevista está por hacer y la paradoja asoma: ¿no sería perverso dedicar parte del descanso a editar una … charla sobre cómo el trabajo ha pasado de ser una forma de sustento a convertirse en un eje opresivo sobre el que gira nuestra vida, contaminando la intimidad y hasta la salud? Pero Remedios Zafra (Córdoba, 1973) responde a tiempo, también tras una semana «dura» y «de cierto cansancio». Autora de ensayos tan aplaudidos como ‘El entusiasmo’, ‘El bucle invisible’ y ‘El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática’, este martes descorchará el ciclo ‘Filosofía ambulante’, coordinado por la gestora cultural Cristina Consuegra. La cita tendrá lugar en el Centro Cultural La Malagueta a las 19 horas.
–Voy a romper la regla no escrita que impide a los periodistas hablar de nosotros mismos: son poco más de las cuatro de la tarde, he comido rápido y mal y ahora estoy con esta entrevista antes de volver al trabajo, después de pasar toda la mañana allí. Me parecía honesto ponerlo sobre la mesa si vamos a charlar sobre los ritmos de vida insana que genera estar permanentemente trabajando. ¿La falsa convicción de que podemos con todo tiene más de narcisismo o de autoexplotación?
–Somos un espejo frente a otro espejo. Mi contexto es sumamente similar. Hemos normalizado trabajar con prisas y encadenar trabajos. Pienso que, en parte, tiene que ver con el tipo de trabajo que realizamos; es fácil concatenar multitud de pequeñas tareas que por sí solas parecen realizables pero que en conjunto operan como una losa. Es algo que narré en la presión de las «quinientas sábanas» en mi libro ‘Frágiles’, propia de los trabajos intelectuales, creativos y del ámbito de la cultura. Esa fragmentación de nuestros trabajos es favorecida por la tecnología y los ritmos productivos e hipercompetitivos de ahora y pienso que tienen mucho más que ver con una suerte de autoexplotación estructural que con el narcisismo. No creo que nos motive tanto un buen concepto de nosotros mismos y la necesidad de compartirlo sino la responsabilidad de cumplir con compromisos laborales que son también «vínculos». Yo empatizo contigo cuando me cuentas tu situación, tú conmigo y entendemos que no podemos fallarnos en esta entrevista. Hay por tanto una conciencia sobre esta «presión de aceptación» que tenemos, pero necesitamos quizá una mayor complicidad y alianza para apoyarnos en las negativas, para comprendernos cuando decimos «no».
–En tu último libro propones una «reapropiación» de nuestro tiempo. ¿Cuáles son las consecuencias, cuando podemos pasar conectados todo el día, de construir la identidad en torno al trabajo?
–Si el trabajo se convierte en la centralidad de nuestra vida e identidad, la vida-vida se reduce y sufrimos. Después de este sufrimiento, muchos incluso enferman porque no es posible una vida emancipada sin tiempo para vivir. Cuando sentimos que después de una semana de mucho trabajo, o de varias semanas, meses o años de mucho trabajo (porque lo hemos normalizado), tenemos apenas unas horas libres y lo vivimos con emoción, tenemos un problema.
–Resulta triste que, incluso cuando asoma la enfermedad y el cuerpo necesita parar, la receta de la vida moderna consista en medicarse para seguir produciendo.
–Es triste pero fíjate que es muy coherente con un sistema tecnoliberal que favorece dar respuestas rápidas, y en consecuencia más impulsivas y menos reflexivas, a lo que deseamos o a lo que nos inquieta. Quiero decir que la época nos ha provisto de respuestas idóneas para los ritmos acelerados que priman en nuestras vidas: cuando queremos algo pulsamos un botón para comprarlo y al poco tiempo lo tenemos en casa, cuando queremos saber casi ni nos esforzamos en recordar o en documentarnos sino que pedimos la respuesta hecha a una IA… Pero, especialmente, cuando algo nos perturba ya no dedicamos un tiempo a pensarlo o a hablarlo con otros. La soledad de muchos es paralela a una ansiedad medicalizada pero casi siempre productiva, es decir a la naturalización de pastillas que apagan lo que perturba mientras nos permiten seguir siendo productivos. Creo que estas pastillas apuntan además a lo que esperamos tanto de la filosofía, que debiera ayudarnos a entender mejor el mundo, como de la comunidad, con la que necesitamos contar para cuidarnos y compartir lo que nos preocupa.
«La soledad de muchos es paralela a una ansiedad medicalizada pero casi siempre productiva»
–¿Realmente hay salida a esta rueda para hámsters? Hace ya muchos años que Antonio Gala proponía «salir de esta especie de laberinto en que nos han metido, que es una organización que necesita esclavos para seguir manteniendo la pura organización que necesita esclavos, y así hasta el final». No parecen haber cambiado mucho las cosas.
–Ciertamente, las que la época contemporánea promueve son vidas que favorecen este bucle y que crean el espejismo de estar activos mientras damos vueltas a lo mismo, es decir mientras mantenemos el sistema que nos daña. Creo que, con distintos grados y con diferentes vestidos, es algo que llevamos viendo mucho tiempo. Y pienso que tiene que ver con la primacía de un mundo que antepone capitalismo y espectáculo a democracia. Y digo capitalismo buscando criticar algo que está en su base teórica: que se basa en los intercambios que prescinden de vínculos morales entre las personas, y pienso que estos vínculos que hablan de colectividad y de personas que se importan las unas a las otras es clave frente al individualismo precario que se incentiva. Y, aunque el panorama parece desalentador viendo la deriva reaccionaria y bélica de un mundo que incentiva mayor desigualdad, la resignación que se alienta nunca puede ser la respuesta.
–En ‘El informe’ cuentas la historia de una investigadora que dedica la mitad del año a trabajar en un centro de investigación y la otra mitad a ser pastora. ¿Cuáles son los riesgos de normalizar la precariedad que tantas veces empuja al pluriempleo?
–Hay muchos tipos de precariedad y en estos años me ha interesado observar especialmente la que algunos han denominado irónicamente como «precariedad de los privilegiados», refiriéndose a quienes han podido estudiar. Pienso que la precariedad de quienes tienen expectativas es particularmente dolorosa y habla de un mundo que sigue infravalorando el trabajo intelectual y académico, muy dañado en los últimos tiempos. Si no cuidamos a nuestros investigadores, a nuestros profesores, a nuestros poetas y creadores, ¿quiénes recordarán a las personas que son personas en un mundo más deshumanizado?, ¿quiénes ayudarán a crear desvíos frente a esos bucles que nos hacen sentir engranajes de la máquina?, ¿quiénes educarán con pasión y sostendrán la educación para todos?… ¿Los riesgos del pluriempleo? En este ámbito del trabajo intelectual, hablaría del riesgo de desafecto con trabajos esenciales para la humanidad, de trabajos que necesitamos hacer bien, con concentración y profundidad. Es ese hacer bien con valor y sentido lo que se pone en juego en un mundo precario. Y creo que esto es ampliable a culquier trabajo al que nos dediquemos, sea la investigación, el cuidado, el pastoreo o la carpintería.
–El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, aseguró hace unos días que hay un «problema de actitud» de los trabajadores en España. Puso el ejemplo de Carlos Alcaraz: «¿Tú crees que trabaja 37 horas semanales? No, es la cultura del esfuerzo», dijo.
–Son muchos los adjetivos que pondría a esas palabras y me cuesta verbalizarlos por advertir el mundo tan distinto que alguien con esta responsabilidad puede estar percibiendo respecto al que vivimos otros. Pero sí diré que me parecieron hirientes y desconocedoras de la realidad de los trabajadores. No creo que sea una cuestión de actitud, ni de esfuerzo, ni mucho menos de echar más horas. Diría que, muy al contrario, es cuestión de trabajar mejor, no de trabajar más. Vivimos un mundo donde el trabajo, especialmente el mediado por tecnología, lo inunda todo, y no llegamos a casa para descansar, sino que lo habitual es seguir trabajando o seguir preocupados por el trabajo, de forma que no necesitamos más horas de trabajo sino más vida. Y los sueldos no son, ni por asomo, los de deportistas de élite, ni los de un presidente de la CEOE.
«No necesitamos más horas de trabajo sino más vida»
–¿Qué sentiste cuando el Congreso rechazó la ley de reducción de la jornada laboral?
–Siento aún muchísima tristeza, y confieso que algo de rabia, por una medida tan sumamente justa. Recuerdo que volví a releer a la filósofa a Simone Weil, cuando hace ya casi «un siglo» reivindicaba la reducción de la jornada diciendo: «Imaginemos ahora que se ha establecido la semana laboral de 30 horas… miles y miles de trabajadores podrían por fin respirar, disfrutar del sol, moverse al ritmo de la respiración… Todos esos humanos, que habrán de morir, conocerían de la vida, antes de morir, algo más que la prisa vertiginosa y monótona de las horas de trabajo, la pesadumbre del reposo demasiado breve, la miseria insondable de los años de vejez». Creo que la ciudadanía va a adelantar a muchos políticos que han rechazado esta propuesta de reducción y van a ir logrando lo que necesitamos, repensar nuestros tiempos y trabajos, como ya están haciendo en muchos contextos, favoreciendo un trabajar menos horas pero con mayor concentración. De hecho, poco me parecía esa reducción para lo que debiéramos poder aspirar. La vida no puede ser solamente trabajo, ni por supuesto el llenar nuestro tiempo de trabajo puede ser garantía de un «buen hacer». No solo promovemos el agotamiento sino resultados y trabajos hechos sin motivación y a veces sin valor.
–¿La inteligencia artificial puede ser una aliada para aliviar la burocratización que a menudo supone una sobrecarga de trabajo?
–Puede serlo y debiera serlo. Hay muchas iniciativas que están yendo en esta línea y creo que tenemos que apoyarlas. Lo que resulta inaudito es que, en lugar de ayudarnos en los trabajos tediosos que fagocitan mucho tiempo y nos desmotivan de nuestros verdaderos trabajos, la IA que estamos usando con mayor asiduidad sea más bien la que se ocupa de los trabajos más creativos, como crear imágenes u obra narrativa. Sería terrible caer en una humanización de la máquina paralela a una mecanización humana, orientándonos a nosotros a los trabajos más precarios y burocráticos.
–¿Qué te parece cuando escuchas hablar de las bondades de la competitividad?
–El mundo del trabajo, que es ahora en gran medida el mundo de la vida, ha naturalizado toda suerte de eufemismos para alentar el individualismo y la desarticulación colectiva. Pienso que «bondades de la competitividad» es una de estas expresiones sobre la que descansa la conversión de los compañeros en «rivales» y las lógicas, a menudo agresivas, que deshumanizan a las personas en pro de más ganancias, habitualmente para quienes ya acumulan muchas. Pienso que necesitamos mejorar como sociedad, como humanos y también como trabajadores enfatizando palabras como colaboración.