Antía Yáñez (Burela, Lugo, 1991) sostiene que lo más real que hace es escribir. Aunque sobre todo escriba ficción. Un vistazo a la deliciosa serie de entrevistas imposibles que publicó este verano en Público demuestra que esa aparente paradoja es verdad al 100%. Ingeniera de Caminos de formación pero dedicada desde hace años a la docencia y a la literatura, Yáñez reflexiona sobre la venganza, la injusticia, la desigualdad y la violencia machista en El clan de las barbies, su última novela.
¿Cuál fue la idea sobre la que germinó su novela?
Fueron varias noticias que aparecieron en prensa como supuestos avances para la humanidad y que, como sucede frecuentemente con otros logros que afectan a las mujeres, podrían resultar todo lo contrario. Los avances no siempre se utilizan en beneficio de la humanidad, sino en detrimento de los grupos, colectivos o personas más vulnerables. En la novela también quería dejar en el aire el debate sobre si el dinero puede comprarlo todo, en este momento de capitalismo llevado al límite en el que si tienes dinero puedes comprar órganos y bebés, y la idea me venía al pelo para la historia que quería contar.
«El clan de las barbies» está ambientada en el siglo XXII, donde todavía existen monjas y prostitutas…
No es tan distópico como parece. Las monjas llevan ahí miles de años. Ya verá, seguro que la Iglesia, que está ahora mismo a tope con sus negocios inmobiliarios, las acaba reconvirtiendo, como a todas las personas que tiene a su disposición.
En su libro hay cierta crítica a algunos estereotipos femeninos cuyas características encarnan algunas de las personajes. ¿Cómo combinó esa crítica con la empatía que producen esos mismos personajes?
Las protagonistas son dos mujeres y un hombre trans, que no es mujer pero que ha sido educado por su madre como mujer. Quería centrarme en el desarrollo psicológico de las mujeres a las que nos han educado para no ejercer la violencia. El 94% de la población reclusa de España son hombres, de ahí que surja la pregunta: ¿Por qué ellos son más violentos? Tiene mucho más que ver con la educación que con algo supuestamente biológico. ¿Qué hace que algunas personas decidan vengarse y no esperar a la justicia? Me preguntaba qué tienen que haber vivido, y surgieron esos estereotipos de la prostitución, los abusos, etcétera, como recopilación de los males que hay en nuestra sociedad. Esos males son la excusa para explicar cómo se cocinan a fuego lento las ansias de venganza. Extraigo el estereotipo de la casuística, pero, a partir de ahí, lo que se explica es cómo lo vive y cómo gestiona esas situaciones cada persona. Conozco muchas historia de venganza, pero he visto muy pocas explicaciones de por qué hay personas que la buscan. Se da por hecho que es algo muy visceral, y lo es, pero siempre me ha gustado indagar en lo que hay detrás de esa visceralidad. Por eso escogí a personajes en una situación económica vulnerable, tan abrasados que quieren quemarlo todo. No tienen nada que perder, y en el momento en que una persona no tiene nada que perder…
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«Si dejamos atrás a los más débiles de entre nosotros, ¿qué nos diferencia de una manada de lobos?»
«La barbarie sólo se diferencia de la normalidad por el número de veces que ocurre», afirma usted en el libro.
He pensado mucho en
esa frase a lo largo de estos meses, por Gaza. La barbarie es
barbarie la primera vez, la segunda, la tercera… Pero, ¿y luego? ¿Qué pasa si nos acostumbramos a ella?
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En otro momento de la historia, otro personaje defiende el derecho a ser débil, lo que acaba siendo una reivindicación de otra forma de mostrar fortaleza.
Si siempre gobernase
la ley del más fuerte, ¿qué nos diferenciaría de otros mamíferos?
Lo que hace avanzar al ser humano es que no dejamos a nadie atrás. Pero últimamente hay fuerzas que están intentando que suceda al
revés: que dejemos atrás a los débiles porque son una rémora.
Estos discursos de odio sobre la inmigración, sobre los subsidios…
Hay un auge de la ley del más fuerte, del más rico, que me recuerda la naturaleza
más salvaje. Si dejamos atrás a los más débiles de entre
nosotros, ¿qué nos diferencia de una manada de lobos? En una visita
a Atapuerca me explicaron que habían descubierto el cráneo de una
niña, creo que era una niña, que tenía un problema que le impedía
masticar, pero que pudo vivir porque los miembros de su grupo
masticaban la comida por ella antes de dársela. Según eso, nuestros antecesores ya se preocupaban por los débiles, ya
entonces nos cuidábamos los unos a los otros. Pero ahora estamos
yendo a otro lugar, donde en vez de diferenciarnos de los animales,
nos estamos aproximando más a ellos perdiendo toda nuestra
humanidad.
Su novela transcurre en un escenario muy distópico, por usar esa palabra que estuvo tan de moda. ¿Por qué la llevó hasta allí?
Por el avance tecnológico que se descubre al final del libro. Y porque quería dejar una advertencia sobre hacia dónde nos dirigimos. Porque si lo que prima es la ley del más fuerte o la ley del más rico, en vez de más humanidad, tendremos menos. El hecho de avanzar cien años me permitía también ver todo eso con más perspectiva. De hecho, mientras escribía me lo preguntaba muchas veces: si seguimos así y nada cambia, ¿dónde estaremos en cien años? Si sigue ganando Trump, si siguen exacerbándose los discursos de odio, ¿cómo estaremos?
En su novela también hay personajes femeninas que sustentan estereotipos machistas.
Las mujeres, por el
hecho de ser mujeres, no somos seres de luz. Fuimos educadas, y la
sociedad sigue lanzándonos, mensajes diferentes a los de los
hombres, y es verdad que podemos tener cierta predisposición a ser más sensibles
en ciertos temas porque hemos pasado por determinadas situaciones. Pero
eso no significa que seamos feministas por naturaleza. Está a la
vista que, por la forma en que hemos sido educadas, las mujeres
recurrimos menos a la violencia que los hombres, pero eso no quiere
decir que no existan mujeres tan violentas como los hombres.
En el ámbito profesional y personal en el que usted se mueve, ¿percibe reticencias a tratar temas relacionados con el feminismo?
No he sufrido
autocensura. Todos mis libros tienen una perspectiva feminista no
porque la haya metido yo por que sí, porque esté de moda, sino porque
yo vivo así, es mi forma de vida. Hace tiempo que empecé a visitar
coles y a dar charlas por los libros, y lo que sí me estoy
encontrando en los últimos años cuando hablo de violencia
machista o de temas relacionados con la perspectiva de género,
empieza a haber murmullos, sobre todo entre los chicos y más aún si son
adolescentes: «Oiga, que las mujeres
también matan», me dicen. «Sí, claro, les respondo». «Pero entra en el buscador de
cualquier periódico y busca ‘Mujer mata a su marido’, a ver
cuántas entradas aparecen». También he encontrado profes que me han
dicho que aunque mis novelas les habían gustado, no iban a
ponerlas en clase porque no querían crear polémica con los padres. Por un lado me da pena, pero por otro les entiendo: tienen una carga burocrática enorme, unas ratios
imposibles, algunos trabajan en situación de emergencia casi permanente… Como para echarse
a la espalda que les monten una
protesta.
“Las mujeres jóvenes no tienen ningún problema en quedarse para vestir santos, como se decía antes, solas en una casa con siete gatos. No tener pareja ya no es un drama”
¿La literatura debe tener un papel relevante en la educación de esos jóvenes que están viendo cómo se redefinen los roles y estereotipos de género?
Las encuestas dicen que los hombres jóvenes votan más a la extrema derecha, pero que ellas no. Y no sabemos cómo va a evolucionar eso. Hay una frase de Alba Carrillo que me gusta mucho: «El más facha, por un polvo se vuelve rojo». El concepto de amor romántico se está rompiendo, las mujeres jóvenes no tienen ningún problema en quedarse para vestir santos, como se decía antes, solas en una casa con siete gatos. No tener pareja ya no es un drama, y la esperanza que yo tengo es que cuando esos hombres vean que ellas pasan de ellos…
¿Que acaben reflexionando a base de abstinencia sexual?
(Risas) Algo así. A ver, hace poco leí otra información que decía que una de las principales razones de que las mujeres tengan menos hijos es que no encuentran a la persona con la que quieren tenerlos. A eso me refiero. Volviendo al papel de la literatura, creo que su objetivo principal no puede ser enseñar, sino hacer disfrutar. Pero también creo que debe ampliar nuestro punto de vista, abrirnos a otras realidades y combatir el discurso único. Sin decir qué discurso es el bueno, pero mostrando que existen alternativas. Lo preocupante es cuando los libros son altavoces del discurso único.
«Las raíces de la ficción están en la realidad. Cuando construyo un mundo literario es porque he reflexionado mucho sobre la realidad»
¿Por qué empezó usted a escribir?
Empecé cuando era pequeña en el cole, el instituto… Luego lo dejé un poco cuando empecé a estudiar ingeniería de caminos, que no tiene nada que ver con la literatura. Pero cuando terminé la carrera y tenía que decidir qué hacer, empecé a mandar relatos a varios certámenes, decidí escribir una novela y contacté con un editor que me animó a hacerlo. Publiqué O misterio de Portomarín, que es literatura infantil y juvenil, después empecé a preparar Senlleiras, que es literatura adulta. Ganó un premio y tuvo bastante eco y eso me animó a seguir.
Le preguntaba por algo más introspectivo, por alguna razón de fondo más allá de los premios o de ver publicados sus escritos.
Por cómo soy
psicológicamente, tengo una cabeza que nunca para. Desde pequeña siempre me he inventado historias. Y llegó un momento en que hasta
me dio pena que esas historias se perdieran. Hay gente a la que le
gusta mucho compartir lo que piensa, pero yo no soy así,
al contrario. Sacar afuera esas historias mediante la escritura era
casi una forma de exorcismo, de decir que todo lo que yo tenía
dentro era algo valioso y que, si lo escribía, no se iba a perder. También era la forma de obtener una validación externa, claro.
Escribo porque tengo muchas historias dentro de mí y me gusta
desarrollarlas, no porque sea una necesidad vital, ni porque me guste que me
lean, de hecho creo que eso es lo que menos me gusta de la escritura porque me hace sentirme muy vulnerable. Pero desde esa vulnerabilidad, que también se reivindica en El clan de las barbies, sé que escribir es una de las cosas más reales que hago, a pesar de que
siempre escribo ficción.
“Si sólo cuentas lo que te pasa se pierde un poco la capacidad de imaginar, que es de las pocas cosas que no se pueden comprar con dinero”
¿Qué lecturas o qué autores y autoras sustentaron sus ganas de escribir?
Conscientemente, ninguna. Nunca he pensado que quería tener una vida o una carrera literaria como el de este autor o este otro. Es verdad que todas las lecturas me han ayudado de alguna manera, pero cuando empecé a escribir no era muy consciente de lo que es el oficio de escritor. Yo leía los libros de los escritores que me gustaban y vivía dentro de los mundos que creaban, pero no salía de ellos ni me preguntaba cómo vivía su autor o su autora… Quiero decir que no era fan de ellos o de ellas, sino de los mundos que creaban.
En sus artículos en ‘Público’ y en otros medios, como la revista ‘Luzes’, de lo que usted habla es de la realidad, no de la ficción.
Las raíces de la ficción están en la realidad. Cuando construyo un mundo literario es porque he reflexionado mucho sobre la realidad. Y no soy muy partidaria de la autoficción, porque si sólo cuentas lo que te pasa se pierde un poco la capacidad de imaginar, que es de las pocas cosas que no se pueden comprar con dinero.
Antía Yáñez.Pablo Giménez