Oferta especial: Suscríbete por solo 1€ al mes a la revista National Geographic. -76% de descuento. ¡Últimos días!
¡NOVEDAD! Ya disponible la edición especial El cerebro infantil de la colección Los Secretos del Cerebro de National Geographic.
Cuando pensamos en inteligencia artificial, lo primero que se nos pasa por la mente son los bots conversacionales y asistentes virtuales: desde ChatGPT hasta Siri, pasando por Claude, Gemini, Google Assistant, Copilot, Meta AI, Grok y Alexa, entre otros (aunque los mencionados son los más populares).
Estas herramientas, como no paran de asegurar las compañías que las desarrollan, tienen la función de hacernos la vida más fácil al ser capaces de automatizar tareas muy repetitivas y aburridas, analizar grandes cantidades de datos, proporcionar (casi) cualquier tipo de información y generar contenido de cualquier clase.
Sin embargo, el uso de la IA va más allá de los chatbots de las grandes tecnológicas. Se está empleando para hacer más “inteligentes” a los robots, crear vehículos autónomos que no necesitan a un ser humano pegado al volante y averiguar cómo vivir más tiempo.
La inteligencia artificial está transformando la forma en que se investigan, diagnostican y tratan las enfermedades. No solo ofreciendo un diagnóstico médico asistido que permita a los algoritmos detectar tumores, fracturas o anomalías con gran precisión, sino detectando de manera temprana el riesgo de afecciones cardíacas, diabetes o hasta Alzheimer a partir de los historiales clínicos.

Con la inteligencia artificial, es posible proporcionar tratamientos más efectivos a los pacientes al estar adaptados completamente a ellos tras analizar su ADN y datos genómicos. Y lo que suena todavía más increíble, propio de una película de ciencia ficción: ayudar a los pacientes con parálisis a controlar brazos artificiales/robóticos a través de sus pensamientos. Solo se requiere un chip cerebral impulsado por esta tecnología para que las personas afectadas tengan una mejor calidad de vida.
Usar la robótica y la IA para devolver cierta autonomía a las personas paralizadas
Brazo robótico | Imagen con fines ilustrativos
Un equipo de científicos de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA, por sus siglas en inglés), institución de educación superior que destaca por sus programas de investigación científica en informática, ingeniería, estudios de salud y ciencias de la vida, ha diseñado un nuevo sistema de interfaz cerebro-computadora (BCI) portátil y no invasivo que utiliza la inteligencia artificial para hacer las vidas de las personas con discapacidades físicas más fáciles.
Una interfaz cerebro-computadora es un sistema que permite la comunicación directa entre el cerebro y un dispositivo externo, como podría ser un ordenador o una prótesis, sin necesidad de usar los músculos o el sistema nervioso periférico. El dispositivo registra la actividad eléctrica del cerebro, la procesa con algoritmos y la convierte en comandos para controlar tal dispositivo o mejorar las funciones naturales del sistema nervioso.
La Universidad de California en Los Ángeles desarrolló la BCI donde la IA actúa como una especie de copiloto, trabajando junto a los usuarios paralizados para ayudarles a controlar un brazo robótico o el cursor del ratón de un ordenador. Este innovador sistema abre una puerta a la creación de otras tecnologías que permitan a las personas con discapacidades físicas manipular objetos. Jonathan Kao, líder del estudio y profesor asociado de ingeniería eléctrica e informática en la Escuela de Ingeniería Samueli de la UCLA, explicó:
Al utilizar inteligencia artificial para complementar los sistemas de interfaz cerebro-computadora, buscamos vías mucho menos arriesgadas e invasivas. En última instancia, queremos desarrollar sistema AI-BCI que ofrezcan autonomía compartida, permitiendo que las personas con trastornos del movimiento, como parálisis o ELA, recuperen cierta independencia para tareas del día a día.
El sistema desarrollado por la UCLA es tan innovador porque, hasta ahora, los dispositivos BCI más avanzados requerían una neurocirugía arriesgada y costosa y, a menudo, las ventajas de la tecnología se veían eclipsadas por lo invasivo que era el procedimiento.
Por su parte, las BCI portátiles, aunque más seguras, a menudo carecían de la fiabilidad necesaria para su aplicación práctica. La propuesta de la universidad soluciona este inconveniente combinando un gorro electroencefalografía (EEG) con una plataforma de inteligencia artificial basada en cámara, que registra la actividad cerebral.
Los investigadores, además, desarrollaron algoritmos especiales para decodificar las señales cerebrales de un gorro EGG. Luego, la plataforma de IA basada en cámara toma el control e interpreta la intención del usuario en tiempo real para guiar las acciones, como mover el cursor del ratón de un ordenador o un brazo robótico.
El ensayo estuvo formado por un grupo de cuatro participantes; tres de ellos sin discapacidades motoras y uno paralizado. En la prueba con dos tareas, en la que había que mover el cursor hacia ocho objetivos y usar un brazo robótico para desplazar cuatro bloques, todos los participantes la acabaron mucho más rápido gracias a la asistencia con inteligencia artificial. En el caso del usuario paralizado, completó la tarea del brazo robótico en aproximadamente seis minutos y medio, cuando antes no hubiera podido hacerla por sí mismo.
Johannes Lee, coautor principal del estudio y candidato a doctorado en ingeniería eléctrica e informática de la UCLA, aseguró que «los próximos pasos para los sistemas AI-BCI podrían incluir el desarrollo de «copilotos» más avanzados que muevan brazos robóticos con mayor velocidad y precisión, ofreciendo un toque hábil que se adapte al objeto que el usuario quiera agarrar».