El mejor torero que Venezuela le ha dado al mundo se llamó César Girón Díaz (Caracas, 1934-Maracay, 1971), y fue figura mayor del toreo. Su tauromaquia aunaba temple, poderío y casta, eran famosas las pullas que lanzaba a sus alternantes en el patio de cuadrillas pero también una capacidad técnica y artística que le permitió cortar dos rabos en tardes consecutivas en la Real Maestranza sevillana (27 y 29.04.54), cuatro auriculares y un rabo en la Plaza México (26.03.61) y abrir cinco veces la puerta grande de la Monumental de Las Ventas en Madrid. En este texto se rememora la última de ellas, que César anunció como la de su despedida y que le permitió cobrar los apéndices de un ejemplar de Antonio Pérez de San Fernando por una faena izquierdista que todavía se recuerda. Fue en la Feria de Otoño de 1965, cuando el as caraqueño ya toreaba poco –sólo 16 corridas en Europa en un año en que sus hermanos Curro y Efraín totalizaron 20 cada uno–, lo cual no impidió que en tan señalada ocasión ofreciera a los madrileños una cátedra inolvidable.
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Para la cuarta de feria se anunciaron ocho toros del mencionado hierro salmantino para César Girón, Joaquín Bernadó, Andrés Hernando y Efraín Girón, y Las Ventas casi se llenó. En tarde muy torera, el homenajeado cuajó a plenitud al toro del adiós y le cortó las orejas, dos también –a una por bicho– pasearía Andrés Hernando, y a Bernadó lo llamaron a dar la vuelta al ruedo; el menor de la dinastía Girón, en cambio, tuvo el santo de espaldas.
A Cañabate lo arrebata el primer César del toreo. El segundo va a ser, obviamente, el gran César Rincón, la otra figura señera de América del Sur. Es evidente que el mayor de los Girón ha sido de los contados diestros capaces de triunfar cuando se lo proponían, su impresionante palmarés así lo acredita y su actuación de ese día lo confirma. Consideremos, antes de leer lo que sigue, que Antonio Díaz-Cañabate, cronista del ABC durante muchos años, era más proclive a la nostalgia de tiempos idos que a la celebración del presente. Y que sus escritos siempre estuvieron más impregnados de críticas sarcásticas que de elogios. La propia crónica de esta corrida lo demuestra. Pero no en el caso de la última faena de César Girón, que consiguió arrancar de su pluma las más encendidas alabanzas. Lean si no:
“Hermosa y poderosa de lámina de la corrida de APE. Con caras de toros hechos (…) El número dos, “Cajetilla”, no pesaba el animalito más que seiscientos cuarenta y un kilos (pero) lo inexplicable es que se les doblaran los remos con frecuencia, a “Cajetilla” y a los otros siete (…) Con el caballo también fueron blandos, pero todos, los ocho sin excepción, llegaron a la muleta con una bondad, con unas tan palpables ganas de que les cortaran las orejas, que daba gloria verlos embestir (…) Gracias a esta bondad, la corrida no resultó pesada ni mucho menos (…)
Parece ser que César Girón se ha despedido de su vida de torero. Al morir el quinto toro su cuadrilla lo abrazó. Hernando y su hermano Efraín le brindaron el séptimo y el octavo. En la lidia de este último no intervino ya César. Si la despedida es definitiva, buena despedida en verdad. Su faena al quinto fue, quizá, la mejor que le he visto al venezolano. Desde luego, y con mucho, la mejor de la tarde. Faena sin un fallo, sin una concesión a lo trivial. Faena sobria y justa, iniciada con unos naturales de una perfección absoluta, bellísimos de línea y de armonía. Si eran un adiós, si la muleta al girar, al avanzar por el aire en vuelo majestuoso, al llevar al toro prendido en sus vuelos, decía adiós, lo decía como un pañuelo que se agita conmovido. Este adiós será perdurable en nuestra memoria ¡El adiós por naturales de César Girón! ¡El adiós a la belleza creándola, recreándose en ella! ¡El adiós al arte manifestándolo, recalcándolo, como diciendo: ahí queda eso! ¡Admirable despedida la de un torero que se retira en triunfo, que a sus ojos agolpó lágrimas, y a los nuestros emoción! ¡Adiós, César Girón! ¡Adiós naturales que vibraron en la plaza con clamor de belleza! El toro murió de una estocada. A César Girón se le otorgaron las dos orejas (…) Por la calle de Alcalá se llevaron en hombros los adioses de unos naturales que refulgían en el crepúsculo…
A su primero lo toreó sin emplearse y lo mató de una estocada y dos golpes de descabello. Colocó dos discretos pares de banderillas.” (ABC, 3 de octubre de 1965)
La grandiosa faena de César al quinto toro de Antonio Pérez de San Fernando marcó la culminación de un festejo en el que otro espada, el segoviano Andrés Hernando, desorejó a los dos de su lote, el más propicio para el torero. Triunfo de los que dejan poca huella, ya que el segoviano era un torero más de cantidad que de calidad, de alardes valentones más que de buen arte. Apostillaba Cañabate: “Andrés Hernando es un torero de personalidad cuando ejecuta el toreo auténtico. Cuando lo falsea, esa personalidad se pierde, se confunde con la turbamulta anodina de los seguidores del efectismo. Mató al tercero bien, de una estocada, y al séptimo de otra, pero que por entrar con el brazo suelto cayó atravesada. Tal vez por eso el presidente le denegó la solicitada segunda oreja (…) pero no nos fijemos en esta cuestión orejil. Lo importante no es cortarlas en mayor o menor número. Lo importante es torear…” (íbid)
Después de la del caraqueño en trance de irse, la faena de más entidad la cuajó con el sexto toro Joaquín Bernadó aunque la malogró con la espada como con frecuencia le sucedía. El puntilloso cronista del ABC lo encontró “un tanto frío, sin decidirse a aprovechar las bonísimas condiciones de los toros. En el sexto realizó una faena larga (…) y en algunos pases pudimos apreciar la finura y suavidad de su toreo, inexplicablemente sólo susceptible a ráfagas. A este toro lo mató mal, de cuatro pinchazos y una estocada, y dio una vuelta al ruedo (…) En un quite por chicuelinas en el segundo, Bernadó elevó este adorno a lo exquisito.” (íbid). Por el contrario, la breve reseña, sin firma, que el semanario El Ruedo dedicó a la corrida consideraba que “Lo de más calidad lo hizo el catalán. No cortó trofeos porque nadie puede hacerlo matando tan mal.” (El Ruedo, 5 de octubre de 1965)
Efraín, el hermano menor de la familia Girón –cuatro de ellos matadores de toros—fue el menos favorecido por los hados, pues su primer toro se partió un pitón contra el peto y tuvo que despacharlo sin más, y con el octavo, el tal “Cajetilla” con sus 641 kilos, “colocó par y medio al cuarteo y uno bueno al cambio, y con la muleta estuvo bien, aseado, pero sin entusiasmo.” (íbid)
Despedida apócrifa. Porque resulta que César Girón siguió toreando, con intermitencias, hasta el año de su trágica muerte en accidente de automóvil. A Madrid no volvió, pero a cambio participó en numerosas becerradas por plazas desmontables para hacerles el caldo gordo a El Cordobés y Palomo Linares el año de su famosa “guerrilla” (1969). En el Nuevo Circo de Caracas también se había despedido “formalmente” encerrándose con seis toros mexicanos de Valparaíso (27.03.66), y cuando a los pocos meses volvió a hacerse anunciar, un bufete de abogados local decidió levantarle una demanda en tribunales por falso testimonio, o algo así, sin que la sangre llegara al río. Pero resulta lamentable que figuras de tanta trascendencia –desde luego, César no ha sido el único– se empeñen en manchar su buen nombre con reiteradas idas y vueltas.
En México, para no ir más lejos, el mayor de la dinastía Girón –y no sólo por ser el primogénito de doña Esperanza y don Carlos–, ofreció un capítulo final deplorable, despedido a cojinazos en castigo a su desaprensiva actuación la tarde en que confirmaron sus alternativas los noveles Mario Sevilla y Raúl Ponce de León con Raúl Contreras “Finito” como segundo espada. “Vigilante”, de Manuel de Haro, fue el toro que cerró, tristemente, la trayectoria de César Girón en ruedos mexicanos (24.01.71).
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