Cuando uno se acerca al género bélico con mirada crítica, casi siempre termina metido en un brete del que es complicado escapar: o la película condena el sufrimiento y la violencia que genera la guerra, o la ensalza irremediablemente a través de las imágenes, incluso a veces involuntariamente. Ante el cine bélico solemos ser o Spielberg o Truffaut.
El primero dijo en los noventa que cualquier película bélica es antibélica en el fondo, mientras que el segundo opinaba un par de décadas antes que el hecho de poner imágenes al sufrimiento y retratar la guerra desde la épica, algo muy norteamericano –que se lo pregunten al Mel Gibson que filmó Hasta el último hombre–, hacía incompatible el cine con el discurso pacifista. Lo pacífico debe estar en las imágenes. Si no está, probablemente se trate de una glorificación a posteriori de grandes gestas, a mayor gloria de un relato nacional.
‘Estar en un brete’, por pura etimología, implica sufrimiento puesto que la expresión es el último vestigio del uso cotidiano de la palabra ‘brete’: un conocido instrumento de tortura medieval. Y en lo que respecta al cine bélico estamos en un brete desde hace muchos años.
Pero los matices existen y son, precisamente, uno de los principales motores creativos para muchos y muchas cineastas. El realizador australiano Justin Kurzel parece haber pensado eso con The Narrow Road to the Deep North, en España estrenada con el más escueto nombre de El camino estrecho, miniserie de cinco episodios solo disponible en Movistar Plus+.
Un ejercicio novelesco e íntimo
Por qué una serie producida y distribuida internacionalmente por Amazon Prime Video en nuestro país no se puede ver en su plataforma es un debate que dejaremos para otro artículo. El caso es que no queda menos que aplaudir que Movistar Plus+ no deje pasar la oportunidad de lucir en su catálogo una de las series australianas más ambiciosas de los últimos años.
El camino estrecho es una gran producción en el sentido clásico, con una dirección de arte, un reparto internacional, localizaciones y ambientaciones que tal vez no se veían en la producción televisiva del país desde Australia: Faraway Downs, la serie del siempre excesivo Baz Luhrmann realizada a modo de venganza tras recortar el metraje de la película homónima para estrenarse en cines. Sí: el fracaso comercial que supuso Australia, incluso con unos apasionados Hugh Jackman y Nicole Kidman, tuvo luego una serie.
Sea como fuere, Justin Kurzel se propuso adaptar el bestseller escrito por Richard Flanagan en 2013, ganador del Man Booker, el premio más prestigioso de las letras británicas. Y el reto no era pequeño: su primera serie estaría ambientada en su mayoría durante la Segunda Guerra Mundial, en un campo de prisioneros japonés en Tailandia, con otras dos líneas temporales antes y después del gran conflicto.
‘El camino estrecho’Cinemanía
El camino estrecho narra la historia de Dorrigo Evans, a quien interpretan en su versión joven Jacob Elordi y en su versión actual Ciarán Hinds. Dorrigo es hoy un reputado cirujano que debe escribir un discurso para la inauguración de una exposición de ilustraciones que hizo un soldado siendo prisionero.
El discurso le lleva a recordar los días que fue médico en el campo de concentración donde los prisioneros de los japoneses debían construir el ferrocarril que iba a unir Bangkok con Rangún, capitales de Tailandia y lo que por entonces se llamaba Myanmar, hoy Birmania.
Justin Kurzel es de los pocos directores actuales que ha basado su carrera casi exclusivamente en un estilo particular de mirar al pasado. No tiene una sola película ambientada en la actualidad: su debut en el largometraje de ficción, Snowtown, nos trasladaba a los noventa, y su última película, The Order: La hermandad silenciosa, se desarrolla en el 83. Y entre unas y otras ha hecho filmes como Macbeth, Assassin’s Creed –que en el fondo es futurista pero ya sabe–, o La verdadera historia de la banda de Kelly. Ésta última, quizás, la película más formalmente emparentada con El camino estrecho.
Kurzel es un cineasta con una aproximación a la ambientación de época muy peculiar, que apuesta por lo digital sin ambages y acerca mucho la cámara a los personajes. Las texturas, la piel desnuda, la sangre y las heridas, así como las armas y armaduras tan importantes en la película del 2019, año de gracia de George MacKay, parecen ser en cierto modo la antesala de la mirada, sólida y severa, que Kurzel ofrece sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial.
Una fórmula que ha ido refinando hasta ofrecer una narración que decide optar por azuzar el debate de Spielberg y Truffaut con el que iniciábamos el texto… solo cuando rema a favor del estado mental de Dorrigo. Convirtiendo El camino estrecho en una aproximación, por momentos muy íntima, a la mirada de un hombre traumado tan incapaz de romantizar el mundo de antes de la guerra, como de juzgar con acritud el mundo de hoy.
‘El camino estrecho’Cinemanía
Un melodrama clásico, en el buen sentido
Los hambrientos y exhaustos prisioneros de El camino estrecho deben construir nada menos que las vías del conocido como ‘ferrocarril de la muerte’, el mismo que circulaba por la estructura diseñada por Alec Guinness y William Holden en El puente sobre el río Kwai, el clásico de David Lean.
Solo que aquí, Dorrigo es quien debía cuidar de los explotados chavales, convertidos en mano de obra esclava, enfrentados al cólera y a las palizas constantes de los guardias japoneses. Para escapar de esa dolorosa realidad, el Dorrigo prisionero recuerda en el campo los días que vivió una aventura con la esposa de su tío, dos años antes de la guerra, a pesar de estar prometido ya con la mujer con la que, efectivamente, pasaría el resto de su vida.
El melodrama, entendido como ese acento sobre las emociones, es el ingrediente que, a todas luces, cambia tanto el sentido narrativo de la historia de Dorrigo Evans, como el tono de la última obra de Justin Kurzel. El camino estrecho es, también, una historia de amor. Y está rodada con un refinado gusto esteta marca de la casa, pero con una sensibilidad y un romanticismo que no abundan en el cine del realizador australiano.
‘El camino estrecho’Cinemanía
Y lo cierto es que el gesto romántico, ante la despiadada historia de la Segunda Guerra Mundial, genera un mundo de contrastes que se agradece. Un mundo que, curiosamente, saben abrazar tanto un Jacob Elordi en el papel de guapo más complejo de su carrera, como un sólido Ciarán Hinds que transmite solo con la mirada tanta conexión emocional que, por momentos, genera cierto aire abrumador.
En una escena de la serie –de cinco capítulos medidos con tino para no poner el dedo en la llaga ni en lo terrible de la guerra ni en lo terrible del amor–, Dorrigo y dos sobrevivientes de la guerra asaltan una humilde pescadería de su pueblo natal. Los tres han dejado atrás los horrores de la guerra. Los tres pueden volver a una vida que, esperan, sea pacífica. Y, sin embargo, todos ellos se ven empujados a cometer un delito por una necesidad íntima: liberar a los peces atrapados en los acuarios.
Peces de agua dulce que devuelven a un río cercano en honor a quienes murieron atrapados y obligados a ser poco menos que animales, en algún lugar de la selva tailandesa. Un pequeño gesto que resume los contrastes que componen El camino estrecho: profundamente romántica, profundamente cruel y despiadada y, por momentos, inevitablemente bella.