Sebastián Montoya tiene 20 años y está a un solo paso de llegar a la Fórmula 1; su papá, Juan Pablo Montoya, hizo una carrera legendaria en el automovilismo mundial, pero cuando Sebastián tenía 12 años, la primera vez que corrieron juntos, lo sacó de un golpe de la pista para que supiera que tenía lo que hay que tener para competir detrás del volante. Hasta ahora ha corrido en la Fórmula 4 italiana, en la Fórmula Regional Asiática y Europea, en la Fórmula 3 y ahora está en la F2, donde ya se subió al podio justamente en la carrera más prestigiosa: el GP de Mónaco. Esta es la historia de un fanático del Real Madrid, de un niño que nació en Miami, pero habla español como bogotano, que quiere ganar el campeonato mundial de Fórmula Uno y escribir su propia leyenda.
En la pista Opa-Locka, en Miami (Estados Unidos), Juan Pablo Montoya —ex corredor de la Fórmula 1, ganador de 7 Grandes Premios, protagonista de 30 podios, campeón de la Fórmula Cart y de carreras de leyenda como Mónaco e Indianápolis— corre detrás del kart de su hijo, diseñado para no ir muy rápido, con una sola intención: generar la primera sensación de adrenalina en Sebastián, un niño de tres años. Él, confiado, aprieta más el acelerador, pero la velocidad no aumenta. “Era como ir en un carro mecánico sin poder pasar de segunda marcha”. No se frustró: desde entonces, Sebastián Montoya Freydell ha buscado las maneras de ir cada vez más rápido.
Sebastián Montoya Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
En vacaciones, Juan Pablo lo montaba en un Polaris (un vehículo todoterreno 4X4) y derrapaba para que el niño, con un casco que le llegaba hasta los hombros, sintiera el vértigo de ir de un lado para el otro. “De los mejores recuerdos de mi infancia”. Ocho años después, compitieron entre ellos por primera vez. Sebastián medía 1.50 metros y pesaba poco más de 38 kilogramos. Juan Pablo, probando a su hijo, le pegaba por detrás cada vez que iba a sobrepasarlo. Lo hizo en tres ocasiones hasta que Sebastián, en una muestra de valentía —y de rabia—, lo dejó avanzar antes de una curva muy cerrada a la derecha y no frenó. Todo lo contrario: apretó más el acelerador. Sebastián, de 12 años, levantó el kart de su papá y lo sacó de competencia.
“Solo pensaba en el regaño. Y que ya no me iban a dejar manejar nunca más, que tenía que buscar algo nuevo por hacer. Recuerdo que me dije a mí mismo: ‘Se me acabó todo’. Pero cuando llegué a los pits mi papá me sorprendió”.
—Eso es lo que tienes que hacer, Sebastián.
—¿Cómo así?
—No te la puedes dejar montar en la pista.
—¿En serio?
—Sí. Ahora tenemos que aprender a controlarlo.
Sebastián Montoya Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Y ahí una de las primeras lecciones: nunca esconderse, mucho menos temblar. Sebastián aprendió que en el automovilismo, como en la vida misma, no hay que amilanarse y que si te pegan varias veces tienes que saber cómo responder y darte tu lugar. “Desde ese instante entendí que si alguien me corría limpio, yo corría limpio, pero si me pegaban, yo lo hacía 10 veces más. Claro, al final todo se queda en la pista”.
Sebastián nació en Estados Unidos (Miami, 2005) y dominó el español, curiosamente —y contra su voluntad—, gracias a los castigos de su mamá. En casa estaba prohibido hablar en inglés y cuando lo hacía de manera involuntaria con sus dos hermanas menores (Manuela y Paulina), Connie Freydell los sentaba a cada uno contra una pared y los dejaba solos un buen rato. Así logró la cadencia melodiosa que tiene ahora para hablarlo, como cualquier otro bogotano. “Usted habla conmigo y no nota que el español no es mi lengua nativa. Y eso es gracias a mi mamá”.
Sebastián Montoya Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Sebastián comenzó su carrera como piloto en la Rotax Micro Max, del Florida Winter Tour, a los ocho años. Para competir cada fin de semana, su promedio en el colegio tenía que ser superior al 80 por ciento, de otro modo no tenía permiso para viajar con su papá. “Si me portaba mal, o no hacía las tareas, mi mamá no me dejaba ir a las carreras. En mi casa la regla era clara: primero el colegio, después los karts”.
Mientras que Juan Pablo se encargaba de organizar el calendario de carreras y de preparar el kart (el motor, el chasis, los frenos, los ejes, las ruedas), Connie revisaba las tareas, las evaluaciones, las notas. Tal fue su crecimiento como piloto, y las victorias, que hubo un punto en el que Sebastián —como lo hace ahora— tuvo que luchar contra el tiempo para responder con ambas cosas.
“Cuando estaba aprendiendo a multiplicar me bajaba del kart y mientras esperaba para la otra sesión hacía ejercicios. Entonces era: corra, pare, repase la tabla del 2, vuelva y corra, pare de nuevo, practique la del 3 y la del 4, y salga a la pista. Después lo organizamos por días: el jueves era el día de las matemáticas, el viernes de historia, el sábado de inglés y el domingo de ciencias. No podía desperdiciar el tiempo”. Era, de cierta forma, encontrar la manera de poder —así fuera frenética— disputar dos carreras a la vez.
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Si recurrimos a las analogías para dimensionar el camino hacia la Fórmula1, llenar una botella con un embudo sería un buen ejemplo: en la parte superior, la más ancha, cabe mucho líquido, pero a medida que va bajando, y que todo se hace más angosto, solo un poco tiene prioridad para pasar. Y con la botella llena, no hay nada más que hacer.
Sebastián Montoya Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Es especulativo hablar del número de pilotos en el mundo que hoy en día trabajan para llegar a la F1, pero podemos hablar es del camino: las categorías previas en las que es ideal correr, cada una con su pequeño “embudo”. Luego de la etapa de karts viene la de monoplazas. El primer paso es la Fórmula 4, que si bien no es una categoría mundial, tiene calendarios en diferentes partes del mundo. Sebastián Montoya lo hizo en la Fórmula 4 italiana durante dos temporadas. En la última, en el 2021, compitió contra 43 corredores.
En el 2022 estuvo en la Fórmula Regional Asiática y Europea (el siguiente paso, un nuevo embudo): en la primera compitió contra 35 pilotos y en la segunda contra 39. Ese mismo año disputó una sola carrera de Fórmula 3 (el siguiente paso) y en el 2023 llegó del todo a la categoría en la que había 38 sillas. En el 2024, de nuevo en la F3, 34 corredores se inscribieron, mientras que este año, con el gran salto a la Fórmula 2, apenas fueron 22. En la F1, que sería el último escalón, el número de sillas se reduce a 20.
Si bien el factor económico es importante para recorrer todo el camino, a medida que se avanza ya no es suficiente. Y el talento detrás del volante toma más importancia. Sebastián está a un paso, quizás el más largo, pero haber pasado por tanto —y con tan buenos resultados— le hace pensar que este sueño, tan difícil, recién está empezando.
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En su habitación en Madrid (España), Sebastián Montoya tiene una vitrina en la que guarda objetos como el casco que usó este año en el Gran Premio de Mónaco de Fórmula 2 en homenaje al primer siglo de la Federación Colombiana de Fútbol. Ese día, 25 de mayo, Sebastián fue tercero y subió al podio como lo hiciera su papá 22 años atrás, cuando obtuvo su segunda victoria en Fórmula 1. También conserva un banderín de la Selección de Colombia de fútbol, con su nombre, y los trofeos que le dieron en los GP de Barcelona y Silverstone 2025, en los que fue segundo.
El fútbol sigue siendo de su interés. Y mucho. De hecho, habla con propiedad del Real Madrid y de las nuevas contrataciones, como la del neerlandés Dean Huijsen, o del presente del equipo blanco y del gran inicio de temporada del francés Kylian Mbappé. Pero hay algo —o mejor, alguien— que definió su pasión por el club: Cristiano Ronaldo. “Me gustaba mucho Messi, pero cuando Ronaldo llegó al Madrid cambió todo. No es tan talentoso como el argentino, pero ha trabajado tanto que está a su nivel. La mentalidad que tiene, sus maneras. Es un fuera de serie”.
Su primer gran castigo —curiosamente— no tiene que ver con el automovilismo, sino con el fútbol y con un niño que no era talentoso con la pelota de la misma manera que lo era cuando manejaba un kart. “Yo jugaba por toda la casa haciendo de cuenta que las paredes eran arcos. En un Día de la Madre, mi papá le regaló unas flores enormes. Me advirtieron: ‘ojo con ir a pegarles’. Y, obvio, entre más te avisan, más lo haces. No pasaron ni cinco minutos y flores y florero al piso. Mi mamá cogió todos los balones de fútbol que tenía, incluso uno de fútbol americano, y los botó. No hubo más pelotas en la casa durante un buen tiempo”.
Sebastián Montoya Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Así comienza la charla con Sebastián Montoya, con recuerdos sencillos que lo han llevado a entender que la disciplina es un martilleo diario y constante, y que para llegar a la Fórmula 1 no es suficiente con manejar como un robot, sino saber qué excluir para no dejar nada al azar. “No tengo tiempo para esperar por la suerte. Yo construyo la mía”. Una vida a toda velocidad con un solo objetivo: la máxima categoría del automovilismo mundial en la que, dos décadas atrás, su papá logró siete victorias y 30 podios. “No lo vi ganar en la F1. Cuando fue primero en Monza e Interlagos, sus últimos triunfos, yo apenas tenía cinco meses”.
¿Es cierto que cuando niño usted no quería ser piloto de autos, sino de motos?
Sí. Mi papá me regaló una cuatrimoto cuando tenía cuatro años y era más rápida que mi primer kart, entonces me gustaba más. A los seis me dieron una moto KTM de las chiquitas, no recuerdo el cilindraje, pero iba a toda. Yo quería velocidad entonces empecé a soñar con ser piloto de motos.
¿Y qué pasó?
Pues fíjese usted que el único problema de esa moto era que yo no tenía la fuerza suficiente en la pierna para prenderla. Necesitaba ayuda de alguien y por eso le fui cogiendo pereza. Después cambié de kart a uno que levantaba más velocidad y hasta ahí llegaron las ganas de correr motos.
Y empezó una vida entre pistas y aviones…
Bueno, esa ya había empezado antes cuando mi papá corría en la Nascar y todos los fines de semana viajábamos para verlo. Era ir a la pista, ver la competencia, volver a casa, ver si tenía tareas pendientes, hacerlas y de nuevo la rutina del colegio.
Sebastián Montoya Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Desde siempre una vida de rutinas…
La rutina te ayuda a mejorar. No hay otra forma. Es la única manera de ser campeón.
¿Entonces nunca hubo fines de semana libres para pasar tiempo con los amigos?
Muy pocos. Cuando fui creciendo ya no era ir a ver a mi papá, sino correr cada fin de semana. Y llegas a un punto en el que, siendo niño, tu normalidad es viajar de un lado para el otro. Recuerdo que una vez organizamos un fin de semana con mis amigos más cercanos y cada uno preparó una actividad diferente: hicimos wakeboard, jugamos fútbol, también estuvimos en un parque de trampolines y en la piscina. Eso es lo más cercano que estuve de la normalidad para un niño de mi edad.
Es lógico que a usted le gustaba otro tipo de normalidad…
La normalidad para mí era ver a mi papá manejando y después dándome consejos para poder manejar más rápido. Esa era y es la vida que me encanta: ser veloz.
¿Cómo hizo con el colegio cuando empezó a competir en el Campeonato Europeo de Karting en el 2017?
Perdía colegio a la lata. ¿Puede creer que en un año dejé de asistir 134 días? Una locura. Por fortuna conté con el apoyo de mis profesores y de mi mamá, que siempre me mantuvo enfocado en cumplir con los compromisos académicos: promedio superior al 80 por ciento, pues, de otro modo, chao, no hay carreras.
¿Es verdad que en octavo grado perdió artes?
¡Sí! Y para recuperarla estuve una semana yendo tres horas al día, algo así como desde las seis de la mañana hasta las nueve y media. Mire, no soy bueno para dibujar, ni mucho menos, pero me sentaba con la profesora y dibujaba y pintaba, y lo repetía, y ella me decía que cambiara algo, y yo lo cambiaba. Fue bastante intenso. Hice como nueve pinturas diferentes. Recuperé la materia a punta de esfuerzo.
Volvamos a los carros ¿Se acuerda de la primera vez que se estrelló?
Recuerdo una en Ocala, en el norte de la Florida. Ese día la pista estaba muy resbalosa. Salí de los pits y en una curva intenté cruzar el kart, no tuvo agarre y terminé contra la barrera. Pero eso no fue lo peor: me bajé, iba caminando y a dos pilotos les pasó lo mismo y, pum, me golpearon durísimo. La cosa no fue más allá del susto.
Por cierto, ¿alguna vez se ha fracturado?
No. Y, por favor, no llame a la mala suerte. Una vez me abrí la piel debajo de la mandíbula al levantarme de la cama. Todavía estaba muy dormido, me resbalé y me di contra el borde de la mesa de noche. Y ya.
Sebastián Montoya Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
¿Cree en la suerte?
En ese tema de lesiones, sí.
En el circuito de Misano usted hace la transición de karts a autos. Fue su estreno en la Fórmula 4 italiana con 15 años. ¿Cómo le fue?
Fue un desastre. Tuve una buena clasificación, largué cuarto y terminé octavo, creo. Mi primer año en la Fórmula 4 italiana me costó mucho: no tenía buenas sensaciones y además un ingeniero…
¿Un ingeniero qué?
Éramos cuatro pilotos en el equipo Prema: Gabriele Mini, Gabriel Bortoleto, Dino Beganovic y yo. Y el ingeniero que me tocó, un italiano, parecía enamorado de Mini. En una carrera le dije por la radio que el carro estaba muy suelto y que si seguía así me iba a estrellar porque no tenía control sobre él. Y el tipo llega y me dice: ‘es que tienes que manejarlo como Mini’. Usted no sabe la rabia que me dio.
Y en un test de esa temporada es que usted rompe el piso del carro…
Sí. Y, además, en las cuatro prácticas me salí de la pista. No me sentía cómodo con el carro. Fue una lucha constante hasta que un día le dije: ‘solo le estoy pidiendo que le ponga un poco más de ala trasera para que se tenga el carro, nada más’. No le estaba pidiendo que me ajustara las presiones de las ruedas. Y el tipo que no y que no, hasta que por fin me hizo caso. Salgo de nuevo a la pista y en el sector dos y tres fui el más rápido. Llego de nuevo a los pits y el tipo me dice: ‘ves, es que no estabas manejando bien’. La rabia y la frustración que sentí en ese momento.
¿Cómo se llama el ingeniero?
¿Para qué? Ya no importa. Con decirle que al final del año no nos hablábamos.
¿Le cambiaron de ingeniero para la siguiente temporada?
Sí, y me dieron la posibilidad de escoger al que siempre había querido.
¿Y cómo le fue?
Volamos todo el año. Con decirle que en un test que organizó el equipo les metía entre seis y ocho décimas a mis compañeros. ¿Y sabe por qué? Porque tenía un ingeniero que me escuchaba. Soy Sebastián Montoya, manejo así, punto. Necesito un equipo que lo entienda y que me ayude a potenciarlo.
Suena un poco prepotente…
Para nada. Mire le explico: uno debe confiar en lo que tiene y creerse el cuento. Si no lo hace, no llega a la meta. Uno es el que maneja el carro y el que sabe qué necesita, incluso lo que está haciendo mal. El ingeniero debe potenciar las fortalezas y aconsejar en qué puntos se puede mejorar, no decirte que manejes como alguien que no eres. Al final usted es el que decide si le sirven los consejos o no. Es lo que le digo: tener la piel gruesa.
Usted dice que en el automovilismo no se puede ser nice person (buena persona) ¿Por qué?
Cuando estás trabajando tienes que dejar a un lado las emociones. Y no significa que yo sea grosero, ni mucho menos. Todo lo contrario. Siempre he sido muy respetuoso, algo que le debo a mi mamá. Soy consciente de las cosas que digo y trato de pensar en el efecto que tendrán en las demás personas, pero también tengo la piel gruesa a la hora de decir lo que no me gusta, de tomar postura y de no dejarme afectar por lo que digan los demás.
¿Entonces, en la pista, su papá no era una nice person con usted?
Mi papá me enseñó que cuando uno la está embarrando debe aceptarlo, enfrentarlo y corregirlo. Por ejemplo, me decía: ‘está frenando muy temprano, no está completando la pasada, no está defendiendo bien, la está cagando’, lo hacía con un tono fuerte. Y yo no entendía bien el porqué. Claro, eres un niño de 14 años y apenas estás aprendiendo lo que debes saber del automovilismo. Hay cosas que te pueden quebrar. Entonces supe que detrás de cada reclamo había una enseñanza, la piel se hizo gruesa, al punto de que ahora eso me ayuda a motivarme. Uno escucha, toma lo que le sirve, corrige y mejora. Es el camino para crecer.
Hablemos de su trayectoria. ¿Cuál fue su mejor carrera en la Fórmula 4 italiana?
El Gran Premio de Misano en el 2021. En la largada se me apagó el carro y pasé la primera curva en el puesto 24. Estábamos volando en las prácticas y antes de arrancar solté el embrague muy rápido. Reaccioné y empecé a pasar carros a toda. Terminé en el cuarto puesto.
¿Fue en esa carrera en la que usted sintió que podía lograr lo que quisiera en el automovilismo?
Sabe que no. Si bien en Misano fui muy rápido, hay otra en la que tengo un mejor recuerdo: Monza en la Fórmula Regional Europea. Era la primera competencia de la temporada 2022, el asfalto full mojado, carros descontrolados. Sentí que estaba manejando como nunca. Una verdadera clase de conducción, para qué. Fueron dos carreras (sábado y domingo) y en ambas subí al podio como mejor rookie (novato). Tenía 17 años.
Sebastián Montoya Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
¿Y una lección fuera de la pista que lo haya hecho mejor piloto?
Cuando volvía de correr karts en Europa, a participar en pruebas locales en Miami, ganaba y con mucha margen. Un día, después de una práctica, me quejé de que en Estados Unidos ya no eran lo suficientemente rápidos. Fui, me senté y me puse a jugar con mi celular. Entonces llegó un amigo de mi papá, se me hizo al lado y me dijo: ‘usted es muy rápido, sí, pero allá afuera hay alguien que debe estar trabajando más duro para ganarle. No se confíe. Que el día que le ganen no sabrá por qué’. Mierda, quedé en silencio: este man tenía toda la razón. No bastaba con ser talentoso, necesitaba entrenar más que los demás.
A finales del 2024, cuando su llegada a la Fórmula 2 era una realidad, vivió un momento muy duro a nivel mental. ¿Qué pasó?
Le estaba prestando mucha atención a lo que decía la gente y me olvidé de lo que soy y lo que tengo para dar. Además de otras cosas, que prefiero no entrar en detalles, me empezaron a dar muy duro en redes sociales, mucho odio. Y yo no entendía el porqué. Si usted mira mis resultados en Fórmula 3 no fueron tan buenos, entonces cuando llegué a la Fórmula 2 empezaron a decir que no era buen piloto y que la única razón por la que me había ganado un puesto era porque daddy pays (papá paga). Y empieza el ruido, y que sólo he llegado hasta acá por mi papá. Y eso te afecta porque empiezas a desconfiar de ti mismo y de tu talento.
¿Y qué enseñanza le quedó?
Sabe: le doy gracias a Dios porque tuve que vivir eso y porque me enseñó a darme cuenta de que no le puedo dar importancia a lo que la gente hable. Siempre van a hablar de ti, sea bueno o malo. Estoy muy agradecido porque tengo personas increíbles a mi alrededor que no me dejaron perder el camino, que me cuidan y que quieren lo mejor para mí.
Tengo entendido que ahí también ayudó mucho el coach mental que tiene…
Me hizo énfasis en que no podía quedarme con las palabras de quienes no me conocen. Y me recordó que soy una persona alegre, con mucha energía, una persona que no se mete con nadie para lograr lo que quiere. Simplemente tengo que enfocarme en lo mío.
¿Le dijo que les bajara a las redes sociales?
No. Uno no se puede encerrar en un cubo y no tener contacto con el exterior. Hay que entrenar para no dejarse quebrar y aprender a convivir con eso. Ahora solo me importa lo que piensa la gente más cercana. El resto, me va y me viene.
¿Tiene muchos amigos?
Conocidos, muchos; amigos más bien pocos.
¿Cuánto hay que pagar para correr en Fórmula 2?
Mucho.
Sebastián Montoya es la nueva portada de la Revista BOCAS. Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Alrededor de…
Solo le digo que gracias a Dios tengo unos buenos patrocinadores. Y sigo buscando más.
Volvamos a los mecánicos, ¿cómo es su relación con los dos que tiene ahora en el equipo Prema de F2?
A uno le tuve que decir que no me gustaba la manera en la que me estaba diciendo las cosas. Me hacía sentir como un tonto, como si no entendiera nada. Entonces le pedí que no me dijera cómo tenía que manejar, sino en qué debía mejorar para ir más rápido. Punto. Desde entonces la comunicación ha fluido un montón y cuando le paso los reportes que tengo que hacer después de cada carrera, analizamos la telemetría y buscamos la forma de ir más rápido. De eso se trata esto: de respetar el trabajo de ambos.
¿Rompe muchos carros?
Uf, ¿pero qué puta pregunta es esa? (risas). Por fortuna no. Toco madera.
Hay pilotos que por ir al límite pierden el control y cogen fama de rompecarros…
Uno tiene que ir al límite y empujar lo que más pueda. Pero también ser inteligente y estratega. Hay carreras en las que en las primeras vueltas aguanta porque sabe que después de la 20, por decir algo, es que comienza su momento. O al revés. Y no, no soy rompecarros.
Esta temporada ya suma tres podios: fue tercero en Mónaco y segundo en Barcelona y Silverstone. ¿Alguno más especial que el otro?
Si bien en Mónaco fui tercero, subir al podio es una cosa impresionante. No sé si pueda explicarle la sensación de estar allá arriba, ver el Principado, es único. En Silverstone más que el podio fue haber largado quinto para al final ser segundo, qué carrera. Y en Barcelona ver un montón de banderas de Colombia agitándose y a la gente brincando como loca como si hubiera ganado. No puedo escoger uno, ni decir cuál fue más especial. Solo sé que ya llevo tres podios esta temporada.
¿Cuánto es su peso ideal, el que le piden antes de subirse al carro?
No se lo voy a decir.
¿Un rango?
Entre 62 y 75 kilogramos. Sufro mucho porque bajo de peso muy rápido. La última vez que estuve en Colombia comí como un animal, pero perdí peso a la lata. En la Fórmula 2 el carro es pesado y usted debe tener un excelente estado físico porque en las curvas rápidas se hace difícil tener el control. Y me cuesta mantener la masa muscular. Por eso es que hago dos sesiones de gimnasio al día.
¿Cómo son esas jornadas de pretemporada?
Intensas. De nueve de la mañana hasta el mediodía, gimnasio, puras pesas. Después el almuerzo y para bajar la comida, una hora de simulador. En la tarde vuelvo al gimnasio, entre dos y tres horas para hacer cardio y más pesas, y de nuevo al simulador. En la noche, comer y a dormir temprano.
Como un robot…
Más bien como un soldado. En la pista sí tengo que ser como un robot. Es así de simple: si mi meta es seguir creciendo, llegar y ganar el Campeonato Mundial de Fórmula 1, tengo que entrenar más que los demás.
Hace poco usted firmó con la agencia A14 del español Fernando Alonso. ¿En qué consiste esta nueva alianza?
Todo comenzó cuando la gente de A14 me preguntó si tenía mánager. Les dije que no, que todo lo hacía mi papá. Y eso es complicado porque, al final de cuentas, es un papá hablando de su hijo. Ellos se van a encargar de abrir puertas, de hablar con los equipos de Fórmula 1 y de que tenga lo que necesito cada vez que me monte en un carro. Un grupo más grande trabajando por tu sueño.
¿Entonces Juan Pablo ya no estará en ese tema de lobby?
A ver: mi papá siempre estará apoyándome, pero ya no será su responsabilidad buscar nuevas oportunidades. Y eso está bien. Sí, soy el hijo de Juan Pablo Montoya, pero no soy Juan Pablo Montoya. Quiero construir mi propio camino. Tengo todo para hacerlo. Yo no corro por mi papá, corro para mí, porque esta vaina me apasiona. Al final del día sé lo que puedo hacer, lo que tengo para dar y así alcanzar mi meta: ganar el Campeonato Mundial de Fórmula 1. Sé lo rápido que soy, lo bueno que soy.
Tremenda confianza…
Pues sí. Hasta que no esté manejando como un puto robot, perdón por la grosería, no voy a descansar. Sin esa mentalidad es imposible llegar. Cuando me subo al carro lo único que pienso es en ganar. Si no lo hago, ¿qué gracia tendría?
¿Cuál es la mayor enseñanza de su papá, fuera de las pistas y de los carros, claro?
A decir la verdad. Soy muy buena gente y prefiero no pasar vergüenza, ni herir susceptibilidades. Un día mi papá me dijo: ‘tiene que tener las huevas para poner la cara y para ser firme en lo que cree y en lo que quiere. No importa lo que pase’.
¿Me puede dar un ejemplo?
Este año, en Budapest, vino la gente de Adidas porque estaba diseñando unas nuevas botas. Me las probé, no me mataron, pero no dije nada. Usted sabe, un patrocinador y el miedo a que se vaya. Cuando mi papá las vio dijo: ‘son horribles. ¿A usted le gustaron?’ Ahí entendí que no podía tener filtros en nada, ni siquiera en cosas tan sencillas. Por el contrario, mi opinión importa. Ese fin de semana uno de mis mecánicos me preguntó por el carro y que cómo creía que estábamos para la clasificación. Sin pensarlo le solté: con el carro que tenemos no clasificamos por encima del puesto 15. Es mejor ser honesto, ¿no?
¿Reza antes de las carreras?
Sí, lo hacía en la vuelta de reconocimiento, pero no me quedaba el tiempo suficiente porque antes de la largada tienes que hacer muchas cosas en el carro. En una carrera el mecánico me puteó porque estaba rezando y tenía que poner primera para arrancar. Ahora lo hago en los pits antes de subirme al carro.
¿Tiene alguna cábala?
Siempre me pongo primero el guante derecho.
¿Por qué?
Uy, no sé. Así lo hacía desde que montaba karts. Ahora que lo pienso quizás porque es más sencillo primero el derecho y luego el izquierdo.
¿Un piloto que admire mucho? No se vale decir que su papá…
Senna. Y Hamilton. Es un monstruo.
¿Ha manejado carros de Fórmula 1?
De los últimos no, pero pude manejar el Ferrari del 2008. Esa fue la última vez que ganaron un Campeonato de Constructores. Un patrocinador lo compró y me invitaron a probarlo.
¿Y qué tal?
¡Una putería! Lo manejé en Imola, una pista que conozco bastante bien. Yo sabía dónde tenía que frenar, pero cada vez que lo hacía se me iba la cabeza para adelante y quedaba viendo el timón. Tremendo.
Bueno, la velocidad en la recta entre un carro de Fórmula 2 y de Fórmula 1 no es tan diferente…
No, nosotros en F2 alcanzamos como 330 km/h y ellos, si no estoy mal, 345 km/h, en promedio. La cosa es que antes de cada curva ellos frenan entre 10 y 20 metros más tarde y pasan esas curvas a toda. Imagínese usted ir en su carro a 180 km/h en una recta. Es un montón, ¿no? Pues esa es la velocidad con la que se cogen las curvas en la F1.
En una vida a mil por hora, ¿hay algo que haga despacio?
Comer. Como muy lento. Y eso sí que le emputa a mi papá, que come a toda.
¿A qué le tiene miedo?
A los gatos y a los tiburones.
Me refiero en la pista…
A ver: si usted tiene miedo en la pista, mejor no salga, no lo haga. Yo he levantado 340 km/h y no voy pensando en que: uy, voy a toda mierda, juemadre. No, estoy enfocado en tener claro cuál es el mejor lugar para frenar y en seguir acelerando.
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