Maggie Leri, nacida en Asunción en 1973, es madre, diseñadora gráfica y deportista. A los cuarenta años recibió un diagnóstico que cambió por completo su vida: una enfermedad crónica, autoinmune e incurable. Lejos de rendirse, decidió rediseñar su existencia y compartir su historia con valentía en Brava, su ópera prima. En este libro, nos abre las puertas a su mundo interior con un relato auténtico y conmovedor, donde memoria, emociones y resiliencia se entrelazan. Con franqueza y sensibilidad, Maggie nos invita a reflexionar sobre la fortaleza humana frente a la adversidad y el poder transformador de la palabra.
¿Qué fue lo más difícil de recordar y escribir en Brava?
Lo más difícil fue volver a entrar en esos pasillos oscuros de la infancia. Hablar de temas que nunca pude hacerlos visibles, porque me daban vergüenza, miedo, pudor. Revivir abusos, silencios, la sensación de no ser creída. Entendí luego que hablar de lo innombrable era necesario para sanar, y para que otros también, si así lo desean, encuentren en mis palabras un espejo.
¿Cómo nació la decisión de transformar tu experiencia en un libro?
Durante años escribí en silencio, para mí. Pero un día comprendí que callar no ayudaba. Tenía que compartir lo que me sostenía, porque si una palabra podía ayudar a alguien más, ya valía la pena. Así nació Brava.
¿Qué significa para ti la palabra “brava”?
Brava es un grito. Es mirar el dolor a los ojos y decidir no rendirse. Es seguir, incluso con miedo. Es honrar las cicatrices, no esconderlas. Para mí, ser brava es creer en mí misma, incluso cuando todo alrededor parece decir lo contrario.
¿Cómo cambió tu vida el día del diagnóstico?
Fue como abrir una puerta que llevaba cerrada veinte años. Por un lado, miedo e incertidumbre. Por otro, alivio: por fin tenía un nombre para lo que me pasaba. Empecé, a partir de eso, a dejar de tener vergüenza de mi cuerpo y sus debilidades, a vivir en estado de conciencia plena y de gratitud.
¿En qué medida la escritura se convirtió en un refugio o una terapia?
La escritura fue siempre mi lugar secreto, mi espacio de oxígeno. Es donde puedo decir lo que no me animo a hablar en voz alta. Es terapia, refugio y también libertad. Al escribir, las palabras me devuelven el aire que a veces me quitan algunas situaciones de la vida.
¿Qué papel jugaron tus recuerdos de infancia en el proceso de sanación personal?
Un papel central. La memoria puede doler, pero también libera. Al traer a la luz mi niñez, entendí muchas de las heridas que seguían abiertas en mi adultez. Escribir sobre esa niña fue también abrazarla y decirle: “ya no estás sola”.
¿Qué sentiste al hacer público tu testimonio por primera vez?
Temor, dudas. Es como caminar sobre un campo minado: no sabés qué puede explotar. Pero también alivio. Cuando las primeras personas me dijeron “me pasó lo mismo” o “yo también me sentí así”, entendí que el silencio pesa más que la exposición.
¿Cómo se entrelazan tu rol de madre y tu experiencia con la enfermedad en la obra?
Mis hijas son parte de mi motor. Muchas veces me pregunté cómo iba a explicarles mis miedos, mis dolores, mi fatiga. Brava también es un diálogo con ellas. Porque quería que entendieran que la fuerza no es no caer, sino volver a levantarse una y otra vez.
¿Qué esperas que el lector encuentre en tu libro?
Que se reconozca. Que no lo lea como la historia de Maggie, sino como una invitación a mirar la suya propia. Que se vaya con la certeza de que no está roto, sino transformándose.
¿Hubo momentos en los que pensaste abandonar el proyecto?
Sí, muchas veces. Escribir sobre uno mismo atemoriza. Pero cada vez que quise dejarlo, sentí que la historia me pedía nacer. Y comprendí que no era solo mía: le pertenecía también a quienes la estaban esperando.
¿Qué aprendizajes personales te dejó escribir Brava?
Que la vulnerabilidad no es debilidad. Que mi voz tiene fuerza. Y que todo, incluso lo que parecía destrucción, podía convertirse en semilla.
¿Cómo influye tu faceta de deportista en la forma de enfrentar la enfermedad?
El deporte me enseñó disciplina, constancia y a confiar en mi cuerpo, incluso en sus límites. En el agua aprendí a respirar distinto, a fluir, a seguir. Esas mismas lecciones son las que aplico cuando la enfermedad me desafía.
¿Qué autores o lecturas te inspiraron para escribir tu ópera prima?
Alejandro Palomas fue una gran inspiración por la honestidad de su narrativa. También busqué refugio en voces autobiográficas que escriben sin miedo a lo incómodo, a lo áspero. Leerlos me mostró que se puede contar con crudeza y con ternura al mismo tiempo. Me nutren también las obras de Joyce Carol Oates, Isabella Hammad, Elvira Sastre, Arundhati Roy, Lucía Berlin.
¿Qué mensaje le darías a quienes atraviesan un diagnóstico similar?
Frente a un diagnóstico de salud o dificultad de cualquier tipo en la vida, creo que ayuda: llorar, enojarse, sentir miedo. Y luego elegir quién quiere uno ser frente a lo que pasa: víctima o protagonista. El diagnóstico es parte de tu historia, no tu identidad completa. Los quiebres o dificultades son siempre una oportunidad de transformación y reinvención.
¿Tienes en mente continuar escribiendo después de Brava?
Sí. Estoy trabajando en tres proyectos: una versión infantil de Brava, una segunda parte que sigue creciendo conmigo, y una guía práctica con herramientas de sanación que me acompañan día a día.