No son muchos los historiadores que se han ocupado del desembarco de Saipán, una operación gigantesca que se produjo en las islas Marianas tan solo nueve días después de que los soldados aliados llegaran a Normandía. A diferencia de esta última, nunca le dedicaron películas, … series de televisión, documentales, ensayos o novelas. Nada de nada, aunque movilizó a 127.000 soldados, desencadenó una de sus batallas más duras del conflicto, fue igual de decisiva y escondió uno de los episodios más trágicos de la Segunda Guerra Mundial: el suicidio de más de 9.000 civiles japoneses entre el 8 y el 12 de julio de 1944.

Desde el final de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos y Japón estaban convencidos de que el desenlace de un nuevo conflicto a gran escala entre ambos se produciría en el Pacífico occidental. Probablemente, en una batalla en el mar de Filipinas, donde se encuentra la mencionada isla de Saipán, en el archipiélago de las Marianas. En base a esta idea, los países planificaron su estratégica antes del conflicto y después de que este hubiera comenzado. El momento llegó, finalmente, en junio de 1944.

Así explicaba Craig L. Symonds en ‘La Segunda Guerra Mundial en el mar’ (La Esfera de Los Libros, 2019) la coincidencia entre los dos desembarcos: «Que los aliados fueran capaces de organizar dos importantes invasiones en puntos opuestos del mundo, con una diferencia de solo nueve días, venía a subrayar el carácter global de la guerra y, al mismo tiempo, la magnitud de los recursos de los aliados». El almirante Soemu Toyoda, por su parte, comentó la estrategia que iba a seguir Japón si los estadounidenses atacaban las Marianas aquel verano de 1944: «Debemos alcanzar nuestros objetivos por el procedimiento de aplastar de un solo golpe el núcleo de la gran concentración de fuerzas enemigas en una batalla decisiva».

El desembarco de Saipán, la isla más grande de dicho archipiélago y la más próxima a Japón, tuvo lugar el 15 de junio. Estados Unidos decidió invadirlas por dos motivos. El primero, recuperar Guam, que les había pertenecido hasta la invasión nipona de 1941. El segundo, que desde allí los bombarderos B-29 Superfortress podían llegar a Tokio. Es importante, también, el hecho de que tres de estas islas eran lo bastante grandes como para albergar bases militares.

El segundo Día D

La concentración de fuerzas estadounidenses se produjo al mismo tiempo que los preparativos para el desembarco de Normandía. Se puede decir que estábamos ante el segundo Día D de ese mes. De hecho, como apunta Symonds, «en términos de potencia de fuego, la flota de invasión de Saipán era aún mayor que la que se destinó a Normandía». Hablamos de 15 portaaviones, siete acorazados, 11 cruceros y 86 destructores que darían cobertura a 56 buques de transporte de ataque y a 84 LST, con capacidad para 127.571 soldados y marines. Todo ello, al mando del comandante Raymond Spruance.

Durante el viaje a Saipán, a los marines americanos les insufló mucho valor un inesperado anuncio por megafonía: «Escuchen. Ha comenzado la invasión de Francia. El Cuartel General Supremo ha anunciado que hasta la fecha los desembarcos han tenido éxito. Eso es todo». En ese momento se produjo una gran ovación, a pesar de que todos sabían allí que la Armada Imperial japonesa seguía siendo la tercera fuerza naval más poderosa del mundo.

La estrategia de Japón, sin embargo, fue justo la contraria. En vez de armar de valor a su población, la desanimó y asustó hasta límites insospechados. Por eso, cuando Estados Unidos comenzó la invasión, comenzó la primera campaña de suicidios. ABC titulaba al día siguiente: ‘Los norteamericanos desembarcan en Saipán’. La noticia contaba: «El comunicado del almirante Nimitz, comandante en jefe del Pacífico, anuncia que el grueso de sus fuerzas tomó tierra bajo la protección de la artillería de los cruceros, acorazados y destructores. Los primeros informes indican que la pérdida de los estadounidenses en hombres ha sido relativamente baja».

«Suicidios forzados»

La costumbre de suicidarse alcanzó proporciones trágicas pocos días después, aunque no puede decirse que fueran todo lo voluntarias que se supone que eran. Algunos historiadores lo han calificado, de hecho, como «suicidios forzados», puesto que tienen su origen en la difusión de falsas advertencias por parte del Ejército japonés a su población, en las que aseguraban que las tropas estadounidenses iban a torturar a los civiles y violar a las mujeres nada más tomar tierra.

A esto se sumaba la deshonra personal que suponía para los «no combatientes» que los soldados lanzasen cargas «banzai» contra el enemigo –como se referían los aliados a los ataques suicidas de los japoneses en oleadas humanas–, mientras sus familias se rendían sin la más mínima intención de resistirse. Una actitud que no estaba permitida dentro del Código Bushido con el que se regía la vida de muchos ciudadanos.

Así pues, decidieron evitar la vergüenza del pueblo con una táctica sobrecogedora. Los militares organizaron partidas armadas que recorrieron todas las aldeas del territorio insular para incitar al suicidio y persuadir a todos aquellos que tuviesen dudas. En ocasiones, esto ocurría, incluso, bajo la amenaza directa de los oficiales o mediante el uso de la violencia. Lanzarse al abismo era una cuestión de honor, por lo que familias enteras comenzaron a quitarse la vida arrojándose desde los acantilados cercanos a la costa, conocidos como Marpi Point, como si de un desfile de muertos vivientes se tratara.

Torturas

Los primeros enemigos en desembarcar fueron las Divisiones de Infantería 2ª y 4ª, que avanzaron hacia el interior luchando palmo a palmo contra los japoneses, muchos de los cuales, por lo general, preferían también suicidarse antes que rendirse. El 6 de julio, el almirante Nagumo se pegó un tiro. Cuatro días después, el teniente general Yoshitsugu Saito se hizo el harakiri mientras los jefes militares trataban de convencer a sus soldados de que siguieran el mismo ejemplo, ya que, si caían prisioneros, los estadounidenses les torturarían hasta matarlos. Al menos, eso era lo que les decían sus superiores.

El 9 de julio se produjo el episodio más triste, cuando miles de japoneses se arrojaron vivos desde lo alto de los acantilados Marpi Point hasta las afiladas rocas cerca del agua. Las primeras víctimas fueron los niños lanzados por sus propias madres y luego estas saltaban también al vacío. En ocasiones lo hacían con sus bebés en brazos, seguidas después por los ancianos y los adultos. El soldado estadounidense Michael Witowich fue testigo de cómo algunos cuerpos se quedaban colgados, con vida, en los salientes de las paredes rocosas tras saltar. Años después todavía recordaba los gritos de dolor. Eran tan insoportables que disparó contra los heridos moribundos para acabar con su sufrimiento.

Por desgracia, la tragedia no acabó ahí. El objetivo era la muerte antes que la supuesta deshonra, de manera que los civiles que se negaron a saltar fueron detenidos por soldados japoneses y ejecutados dentro de sus casas. Por lo general, los encerraban en sus casas con las puertas bloqueadas y lanzaban una granada dentro. Ni siquiera sacaban a los niños pequeños. Toda la población civil fue aniquilada, y muchas de las tropas y los verdugos que participaron en esta escabechina también se suicidaron.

Guy Gabaldon

Hubo algunos estadounidenses que intentaron evitar los suicidios, pero fue casi imposible. Conocemos la historia de Guy Gabaldon, apodado el ‘flautista de Saipán’, que logró convencer a más de mil japoneses de que los americanos no eran tan salvajes como los había pintado el Ejército y que, por lo tanto, no iban a ser torturados ni violados. Este soldado se escapaba solo a explorar la isla, desobedeciendo las órdenes, para regresar con decenas de prisioneros al día, usando su conocimiento del japonés. Sin embargo, fue una excepción.

Al final, de los casi 30.000 japoneses muertos durante la invasión de Saipán, se cree que más de 9.000 se suicidaron en dos puntos concretos de esos acantilados: Laderan Banadero y Banzai Cliff, ambos situados en el extremo norte de la isla. El primero tenía una caída de 220 metros hasta las rocas junto al mar. A sus pies, numerosos testigos aseguraban haber visto miles de cadáveres aquellos días de 1944. Por eso lo bautizaron como el ‘Acantilado del suicidio’. El segundo, traducido como el ‘Acantilado Banzai’, está muy cerca del anterior, pero se diferencia de este porque da al mar. Por eso, muchos de los japoneses que saltaron desde aquí no murieron y fueron rescatados en el agua por barcos estadounidenses.

La isla fue conquistada el 9 de julio de 1944, mientras que Guam y Tinian, en agosto. A continuación, los estadounidenses siguieron avanzando con gran éxito por el Pacífico hasta Japón. Construyeron un aeropuerto de grandes dimensiones en Tinian, desde el que despegaron los B-29 que bombardearon un gran número de ciudades niponas y los dos que lanzaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Poco después, el 26 de julio, el crucero pesado Baltimore entraba en el puerto de Pearl Harbor con el presidente Roosevelt a bordo, lo que demostraba su dominio total del Pacífico oriental. La rendición de Japón era inminente.