La vizcaína Karmele Urresti (Jone Laspiur) es enfermera y en sus ratos libres canta en una coral. Vive con sus padres y su hermano al estallar la Guerra Civil, y a ellos, del entorno nacionalista, se les vuelve la vida muy difícil cuando Bilbao –y Ondarroa, su pueblo- caen en manos del bando nacional. Ayudada por el Gobierno Vasco en el exilio, Karmele se instala en París donde se enamora del trompetista Txomin Letamendi (Eneko Sagardoy). Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial les obligará a volverse a mudar, esta vez a Venezuela. Mientras, los padres de Karmele y su hermano permanecen en Vizcaya donde serán represaliados por no haberse sumado al alzamiento.
Toda la familia confía en que las gestiones internacionales del lehendakari, el peneuvista José Antonio Aguirre, consigan el abandono del poder por parte de Franco. Pero los días y los meses pasan y las promesas de Aguirre cada vez más se antojan quimeras. Este argumento, escrito por el propio director Asier Altuna (Aupa Etxebeste!, 2005), se inspira en la novela de la ondarresa Kirmen Uribe, La hora de despertarnos juntos, publicada en euskera en 2016.
La película es una revisión histórica concebida en clave guerracivilista, es decir, marcada por un maniqueísmo de buenos y malos ya superado -por la historiografía, que no por ciertos políticos interesados-. Si este es gran lastre, no pequeño, del film, también tiene interesantes aciertos. Por un lado nos cuenta una historia poco presente en la filmografía española sobre la Guerra Civil y que tiene que ver con la realidad del Gobierno Vasco en el exilio. Por otro lado nos ofrece un magnífico recital de canciones populares vascas, sobre todo en la primera parte del film.
La producción es notable, y en algunos momentos tiene un aire documental por su brillante representación de los usos y costumbres rurales de la época. La cuidada fotografía se debe a Javier Agirre, responsable de la iluminación de películas como Maixabel (2021), Marco (2024) o la serie Cristóbal Balenciaga (2024). Destacan las interpretaciones femeninas, la de Jone Laspiur (a la que vimos en La isla de los faisanes) y la de Nagore Aranburu, en el papel de madre de Karmele, y a la que veremos muy pronto en un papel muy distinto en Los domingos, haciendo de superiora de un convento.
Al margen del citado guerracivilismo, previsible por la historia que cuenta y el punto de vista elegido, lo que más pesa en el film es la honda tristeza y desesperanza que transmite, con un final muy visual y simbólico abocado a un nihilismo sin horizonte. No hay ningún punto de fuga en los personajes que les permita una cierta reconciliación con la vida, como si la situación política tuviera la última palabra sobre la vida de los personajes. En el caso de Karmele, que tiene un guion que da mucha importancia a los vínculos familiares y al amor, es más llamativa la aplastante ausencia de esperanza de los protagonistas. En definitiva, una buena historia empobrecida por su sesgo, y una buena producción desaprovechada por lo mismo.