En un mundo que celebra las retiradas triunfales, Norman Foster parece desafiar el guion. A sus 90 años recién cumplidos, mantiene la energía de quien acaba de empezar. Habla de la arquitectura como un viaje abierto y de la vida como una sucesión de próximos pasos. Su secreto, dice, está en la curiosidad: seguir preguntándose qué más se puede hacer.

Norman Foster, un visionario sin fecha de caducidad Norman Foster

Norman Foster ha construido un legado que pocos arquitectos podrían imaginar. Ganador del Pritzker y autor de proyectos que han marcado la historia reciente, como el Reichstag en Berlín o la sede de Apple en California, su nombre es sinónimo de influencia global. su nombre es sinónimo de influencia global. Pero lo que realmente sorprende no es la magnitud de lo logrado, sino la forma en que sigue hablando del porvenir.

“Lo tengo todo por lograr”, asegura sin titubeos. Y no se trata de una frase retórica, basta con mirar su calendario. De la renovación de Old Trafford en Manchester a la regeneración de un pequeño pueblo en los Alpes suizos, Foster sigue moviéndose entre escalas muy distintas con la misma curiosidad de siempre. Su estudio, Foster + Partners, continúa en primera línea internacional, compitiendo en los concursos más exigentes y marcando tendencias con la misma frescura de hace cuarenta años.

Un origen humilde El edificio del Hong Kong and Shanghai Bank (1986) es uno de los epítomes de la arquitectura high-tech y el trabajo que dio fama internacional a Norman Foster.

El edificio del Hong Kong and Shanghai Bank (1986) de Norman Foster

La trayectoria de Norman Foster no se entiende sin mirar atrás. Nació en Mánchester en una familia trabajadora y, con solo 16 años, dejó los estudios para ganarse la vida en oficios tan dispares como panadero, portero de discoteca o repartidor de helados. Con esfuerzo y tesón, consiguió entrar en la universidad y más tarde obtener una beca para Yale, donde comenzó a perfilarse el arquitecto que hoy conocemos.

Ese arranque marcado por la perseverancia explica mucho de su manera de trabajar. En un entorno académico exigente, aprendió a pensar a lo grande y, sobre todo, a rodearse de talento. Esa capacidad de construir equipos sólidos se convirtió en una de sus mayores virtudes y en la base de un estudio que hoy reúne a centenares de profesionales de todas las disciplinas. De aquel joven con aspiraciones modestas queda la misma fuerza de voluntad, ahora volcada en imaginar ciudades enteras.

Cocina con península en tonos claros.

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Diseñar el futuro, a cualquier edad The Sage Gateshead, un proyecto de Norman Foster

The Sage Gateshead, un proyecto de Norman Foster

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Para Foster, la arquitectura nunca ha sido solo cuestión de formas. La entiende como una herramienta para mejorar la vida de las personas, ya sea a través de una vivienda, museo, un puente o un estadio. Cree que un edificio puede convertirse en catalizador de cambio, capaz de generar comunidad y de proyectar identidad.

Ese enfoque explica por qué le entusiasman proyectos tan diferentes como la renovación de Old Trafford en Mánchester o los planes de un rascacielos que aspira a convertirse en el más alto del mundo. En todos ve una oportunidad para pensar el futuro y dar respuesta a necesidades colectivas. Porque para él, lo importante no es la escala, sino la capacidad de cada obra para dejar huella en el día a día de la gente.

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Y es que Norman Foster ha sido descrito como visionario, irrepetible o simplemente único. Quizá porque su obra se resiste a encasillarse. Combina precisión técnica con poesía espacial y un instinto empresarial con una sensibilidad casi artesanal. Y su mensaje, más que un balance, es toda una lección de vida: el futuro no está reservado a los que empiezan, sino a quienes nunca dejan de imaginarlo.