Es ver el cartel del festival de Madrid y se me llena el alma de felicidad. Y de agradecimiento torero. También de sana nostalgia. Una vida de aficionado reunida en un solo cartel. Una vida de amistad, de emociones, de sustos y satisfacciones, la media verónica, el trincherazo, la mejor mano izquierda en la plaza y también en los sentimientos, la dura postguerra, los malditos huesos, el perenne fumeque, las tardes de las Ventas, los viajes a América, ruina y gloria en vaivenes de autentico vértigo, ahora arriba, ahora abajo y finalmente, justicia divina, la fortuna recuperada del maestro, la económica y la reputacional. ¡Vaya serie, la que se está perdiendo Netflix!

Antoñete, entre Martín Recio y Manolo Montoliu. 1985 I TAUROMAQUIA FOTOS Y VÍDEOS

Antoñete, entre Martín Recio y Manolo Montoliu. 1985 I TAUROMAQUIA FOTOS Y VÍDEOS

Y además, mi amigo Manuel Montoliu, y Martín Recio sin olvidar a Periquito, la cuadrilla perfecta, poder, elegancia y ocurrencias; el toro blanco, el mechón blanco y el vestido lila, y el colofón final/vital de sus comentarios respetuosos y sabios en la tele, todo eso y más como leitmotiv del cartel de este domingo en Las Ventas, todo en el mismo pasquín, bonita palabra, -a propósito, ¿recuerdan cuando los toros se anunciaban en pasquines, en carteles?… te levantabas una buena mañana y en las esquinas de costumbre (ya creo que no hay esquinas ni costumbres en las grandes urbes) aparecían, como por arte de magia, en realidad era magia, aparecía digo, la combinación de toros y toreros del domingo siguiente, con su terminología clásica, si el tiempo no lo impide, con permiso de la autoridad…, a las tantas en punto de la tarde…, una magnífica banda amenizará el espectáculo…, sensacional…, colosal…, magnífica… novillada, y ya no digamos si era una corrida de toros.

«Una leyenda y otra y otra y un hito y otro y otro, la gloria y el infierno, una vida de vértigo espera la gran obra en las pantallas»

Ya no es así, fundamentalmente porque apenas hay ya novilladas los domingos salvada la excepción de Madrid, y si las hay son de uvas a peras, de feria a feria, y con las combinaciones hechas de antemano sin esperar al expreso de la meritocracia. Aquello de triunfador el pasado domingo también es agua pasada, ahora los chicos triunfan y ya te veré, hasta el año que viene, que así de largo se lo fían; y qué bonita (esperanzadora) era aquella advertencia de «Nuevo en esta plaza» que te removía la curiosidad. Nada de eso sucede ya y no quiero decir que los expertos de la divulgación actual no hagan las cosas bien, que digo yo que las harán, aunque no siempre, que muchas veces veo un cartel o un pasquín o un banner, que uno también está en las nuevas tecnologías, y más allá de que me gusten las ilustraciones que no siempre tienen el buen gusto o el gusto que me encaja a mí, me cuesta encontrar el día o la hora del festejo (el de Antoñete, quede claro, será el día 12 a las 12 de la mañana, pero no busquen entradas si no están dispuestos a someterse a la reventa, no quedan, bendito, maldito vicio, la reventa, si la hay mal y si no la hay mucho peor), y ya no digamos si pretendes conocer los méritos que acompañan a cada espada si se trata de novilleros, triunfador aquí o allá o si es de arte o de valor, nada, silencio. ¿Se acuerdan de cuando el Curro de Linares tenía cita con el arte o Porras con la muerte? Todos sabíamos qué clase de toreros aspiraba a ser cada cual y qué íbamos a ver… o aquello de fino estilista, que, aunque no siempre era verdad, tenía su aquel.

«Un gran festival al quite de la desmemoria, la explanada de Las Ventas nunca hubiese estado bien amueblada sin un guiño a Chenel»

Pero me he desviado del motivo de esta columna, del festival de Antoñete, justo, merecido y necesario. Ni el toreo ni Madrid podían pasar de largo ni someter al desgaste del tiempo a quien les ha representado de una manera tan leal y tan fiel, de quien ha sido tan madrileño y tan torero como Antonio. Me gusta, tiene una lectura preciosa, muy de concordia en tiempos en los que tanta falta hace la concordia y la convergencia de posturas en esta sociedad, me gusta decía que el festival lo promueva Morante, el máximo representante del sevillanismo, de la bohemia, de la personalidad, un clásico como lo fue Antoñete, tan clásicos que suenan a innovadores, y que lo haga en una tierra que a lo largo de la historia ha mantenido una competencia abierta con la suya, no cabe obviar lo que costaba que la afición del foro le diese el plácet a los que venían de triunfar en Serva la Bari y al revés por mucho que sí, que los había y los hay capaces de triunfar a un lado y a otro de Despeñaperros, Morante mismamente, pero siempre tiene su dificultad.

El cartel de Antoñete, me gusta más pasquín, suena más izquierdoso, más ad hoc con Antoñete, representa a lo mejor de una época y me gusta mucho que se haya recurrido a la fórmula más tradicional de los festivales, la de dar cabida a los toreros que no están en activo y si, como es el caso, han tenido relación artística y personal con el protagonista del acontecimiento mucho mejor y por esa vía el cartel, el pasquín, el banner, más allá del soporte que esta vez sí me gusta, ha acabado siendo puro lujo, Pablo Hermoso de Mendoza seguido del Curro de su alma, la del maestro, el Curro rubio de los entrenes y las partidas de frontón y de las otras, César Rincón, Enrique Ponce, Julio Aparicio, digamos Julito para entendernos, el vástago de su amigo y competidor el gran Aparicio, a propósito, setenta y cinco años se cumplen de la alternativa del maestro de la Fuente del Berro en Valencia, toda una gloria de Madrid y del planeta toro. Estará también, claro, Morante, el instigador de todo, mis respetos y mi reconocimiento maestro, y la novillera Olga Casado. No va más, es el festival de Antoñete, justo, merecido, oportuno y cargado de motivos, la explanada de Las Ventas nunca hubiese estado bien amueblada sin un guiño a Antoñete. Por cierto, ese día Las Ventas, su plaza, en sesión de mañana y tarde, acogerá a cincuenta mil aficionados. ¿Quién dijo crisis?…