Hace unos meses, Jorge Suárez-Kilzi (Maracay, Venezuela, 1989) recibió una de esas llamadas que lo cambian todo. Una de sus mejores amigas le anunciaba que se trasladaba a Holanda y que dejaba su casa vacía. Hacía tiempo que Kilzi pensaba en cambiar Hospitalet, donde tenía su taller, por un lugar más cotidiano, más accesible en cuanto a servicios. Y Sants tiene eso y mucho más. Llegó aquí a finales de octubre de 2024, en un momento especialmente sensible para este país, el mes en que la Dana arrasaba con todo en Valencia, tal y como recuerda Kilzi. Entre Hospitalet y Sants hubieron dos meses en Japón, un país con el que siente una profunda conexión.

Taller del estudio Kilzi

En la pared con más luz han situado la parte de taller. “Ves el parque, la gente pasar… Hay sensación de movimiento todo el rato”, cuenta Jorge Suárez-Kilzi.

Mariona Calathea

Aunque hace poco que se mudaron, los 150 metros cuadrados de esta planta baja respiran Kilzi. Las superficies imperfectas que definen y humanizan su obra son también las que reinan en este espacio que, además, cuenta con una altura considerable. “Me parecería muy asfixiante trabajar en un sitio con el techo bajo. Además, te permite que haya rinconcitos en vertical para guardar ciertas cosas”, reflexiona sentado en la “zona para las visitas”, que hoy luce despejada, pero que a veces reconoce que queda “enterrada” bajo las cajas de encargos. Es una de las concesiones que han hecho al trasladarse aquí: los metros, muchos menos que en la nave de Hospitalet.

Benjamin Hubert en su estudio

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Todo no se puede tener, ya lo dijo el sabio. Son las 10 de la mañana de un día laborable, y, mientras conversamos, por las ventanas con porticones se van colando retazos de la vida de los vecinos. Hace poco que se ha instalado enfrente una prestigiosa escuela de cine, proporcionando a este lugar una agradable sensación de cambio, de que algo que se está cociendo fuera y dentro del taller.

Equipo del estudio Kilzi

Equipo del estudio Kilzi.

Mariona Calathea
Andreu Jaumot en su estudio

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La mesa donde los materiales se convierten, por ejemplo, en hermosas lámparas –la mayoría se producen en Sants, pero las partes más técnicas se hacen fuera– no es tal, sino unos caballetes sosteniendo una base, un giro amateur que conecta con el Kilzi que hace tres años dejó la arquitectura para dedicarse solo al diseño de objetos. “Antes de empezar la carrera ya dibujaba. No me gustaba la aspiradora que tenía mi madre y la repensaba”, recuerda. “La arquitectura es una buena base para muchas cosas. Empecé a trabajar por la inercia y luego volví a lo que quería originalmente”. Ahora ya no hay marcha atrás. “Me veo toda la vida dedicándome a esto” dice. El tiempo dirá si lo hace desde aquí. Por de pronto, ya está considerando la posibilidad de, en un futuro, alquilar también la planta de al lado.