El estudio de la microbiota, el conjunto de microorganismos que viven en nuestro intestino, está ganando gran notoriedad en los últimos años en la carrera por encontrar nuevos tratamientos para las enfermedades mentales. La conexión entre la microbiota y el cerebro abre un nuevo horizonte, explica a EL PERIÓDICO Mireia Vallès-Colomer, investigadora principal de un equipo que explora esta fascinante relación, cada vez más conocida e investigada, en el Microbiome Research Group de la Universidad Pompeu Fabra. «Ya hay psiquiatras que recetan probióticos a sus pacientes«, asegura.
Este viernes 10 de octubre se celebra el Día de la Salud Mental y la doctora Vallès-Colomer habla de un campo de investigación en el que se comenzó a trabajar hace dos décadas y que ha vivido un gran avance. Se remonta a cuando ella comenzó a trabajar en un terreno hasta no hace tanto desconocido. «En 2014 nadie sabía lo que era el microbioma o la microbiota. Incluso de lo que se llamaba antes ‘flora intestinal’, se sabía muy poco». Ahora, concluye, hay interés. «Responde a que muchas personas tienen problemas de salud mental. Y también de salud intestinal. La población ve que puede haber esta relación. También a nivel científico», afirma.
Respuestas al estrés
Los primeros artículos que demostraron, de forma clara, en modelos animales, sobre todo en ratones, que el microbioma intestinal (el microbioma incluye a los microorganismos de la microbiota, sus genes y las sustancias beneficiosas que fabrican) estaba relacionado con alteraciones en la respuesta a ansiedad y estrés, se publicaron en 2004.
«Sabemos que durante los primeros años de vida adquirimos los primeros miembros de nuestro microbioma de nuestras madres, pero luego esta transmisión se complementa con la de otros individuos que están cerca de nosotros»
«En 2019, publicamos el primer artículo a nivel de población, a gran escala, donde veíamos que también en humanos, personas con trastornos -se centraron en depresión-, tenían alteraciones en la composición de microbioma respecto a personas sanas», explica la investigadora, a quien la Fundación ”la Caixa” otorgó en 2024 una beca de posdoctorado Junior Leader.
Compuestos neuroactivos
Su equipo investiga, por un lado, el metabolismo microbiano de compuestos neuroactivos, y además, intenta ir un paso más allá para ver cómo se transmite la microbiota en la población. «Sabemos que durante los primeros años de vida adquirimos los primeros miembros de nuestro microbioma de nuestras madres, pero luego esta transmisión se complementa con la de otros individuos que están cerca de nosotros. Además, también hay transmisión por parte de las mascotas que tenemos en casa», señala.
Mireia Vallès-Colomer explica que estudios recientes han mostrado, además, variaciones características en el microbioma intestinal de personas con depresión en el que algunas bacterias implicadas son productoras de metabolitos como el glutamato, el butirato, la serotonina y el ácido gamma-aminobutírico (GABA), sustancias con una potente acción neurológica. «Sabemos que las personas con depresión tienen menor abundancia de bacterias que producen butirato, por lo que con una intervención podrían mejorar, pero no sabemos todavía, de manera personalizada, si esto va a funcionar en todos los pacientes».
El butirato es un ácido graso de cadena corta producido por las bacterias del colon al fermentar la fibra dietética. Sirve como principal fuente de energía para las células intestinales, fortaleciendo la barrera intestinal, reduciendo la inflamación y protegiendo contra enfermedades gastrointestinales. Además, tiene efectos beneficiosos en la salud metabólica, inmunitaria y cerebral, mejorando la función del páncreas y la respuesta del cerebro.
Alteraciones muy claras
«Vemos que hay un grupo de pacientes con depresión que tienen alteraciones muy claras en la composición del micriobioma. Ahí puede funcionar esa intervención«, aclara. Pasaría por el uso de probióticos o prebióticos. En el caso de los probióticos, indica, sería dar las bacterias directamente. «Las que, en este momento, están comercializadas como probióticos muchas son tipo lactobacillus o bifidobacterias, que son las que encontramos, por ejemplo, en el yogurt», reseña.
Pero no son la mayoría de esas bacterias las que producen butirato del que tienen menor abundancia las personas con depresión. «Se tendría que ir a otros probióticos. De segunda generación. Que sería como realmente dar la bacteria que falta a la persona». Con el avance de las investigaciones en este campo, se podrían desarrollar, en el futuro, tratamientos psiquiátricos basados en la modulación del microbioma.
Intestino o cerebro
Porque, actualmente, cuando alguien va a un especialista, continúa, le van a derivar a estudiar solo un órgano. «Se ha estudiado siempre el cerebro como algo separado del intestino y esto está empezando a cambiar mucho. Ya hay psiquiatras que recetan probióticos a sus pacientes o empiezan a preguntar sobre la dieta que sigue esta persona. Están comenzando también a alinearse más con la investigación», añade.

Ilustración de la microbiota intestinal / DataBase Center for Life Science (DBCLS)
«Partimos del problema que, durante muchos años, no han salido nuevas terapias farmacológicas para el tratamiento de la depresión. Y, al menos en esta mayoría de pacientes que tienen alteraciones en el microbioma, intentar disminuir la inflamación a través de esas bacterias a nivel intestinal podría funcionar», finaliza.
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