Crítica de ‘Tron: Ares’
En su época, Tron (1982) fue una película adelantada a su tiempo, aunque su éxito en taquilla ni se acercase a grandes títulos de la ciencia-ficción de la década de los ochenta como Star Wars o Regreso al futuro. Lo fue por su estética atrevida, por el peso de los efectos especiales y por llevarnos a un mundo completamente nuevo en el interior del ordenador. Cuatro décadas después, con el auge de la inteligencia artificial y los enormes avances de la tecnología y la informática, parece que tiene más sentido que nunca regresar a esta franquicia, aunque muchos no lo encuentren.
Después de varios años de intentos, la tercera película de la saga, titulada Tron: Ares, por fin es una realidad. Y plantea un escenario diferente a Tron y Tron: Legacy (2010), ya que esta vez es el mundo digital el que se integra en la realidad. Esto ya de por sí puede resultar interesante, especialmente en un contexto de incertidumbre sobre cuáles serán los límites de la IA en un futuro cada vez más próximo. Precisamente su protagonista, Ares, interpretado por Jared Leto, es un guerrero sofisticado perteneciente a la Red y entrenado con esta tecnología.
La película orbita sobre la idea del uso que la humanidad puede y debe hacer de la inteligencia artificial y los avances tecnológicos, especialmente en el plano militar. También plantea el debate sobre si un programa informático puede desarrollar sentimientos y emociones reales, un asunto que lleva mucho tiempo acompañándonos. Sin embargo, no profundiza demasiado en estos planteamientos, sino que los usa como trasfondo para crear una nueva historia de acción, escenarios futuristas y carreras de light cycles o motos de luz, aunque esta vez en ciudades reales.
Da la sensación de que Tron: Ares se queda a medio camino, que no consigue dar con la tecla emotiva, ni siquiera cuando Ares o Athena, otro de los programas sofisticados interpretado por Jodie Turner-Smith (Despidiendo a Yang), van adquiriendo progresivamente cualidades que consideramos humanas. Solo el personaje interpretado por Greta Lee (Vidas pasadas) logra aportar ese toque necesario para una historia que trata de darle un enfoque más humanista al futuro dominado por la tecnología.
Pese a quedarse a medio camino al transmitir su mensaje, la película sí consigue asombrar en el aspecto técnico, con una nueva y fascinante Red teñida de rojo, carreras y peleas apasionantes tanto en el mundo digital como en el real, y una buena banda sonora que, aunque no está a cargo de Daft Punk como en Tron: Legacy, queda a buen recaudo gracias al trabajo de Nine Inch Nails, grupo que precisamente ha regresado para esta ocasión tras un parón de cinco años.