BarcelonaOpenAI anunció el pasado lunes en su congreso DevDay para desarrolladores que ChatGPT se transformará en una plataforma universal para interactuar con servicios de terceros, desde Spotify hasta Zillow. El mensaje oficial: una revolución que convertirá al popular chatbot en «algo más parecido a un sistema operativo», en palabras de Nick Turley, responsable de ChatGPT. La realidad: una fuga adelante desesperada de una empresa que perdió 5.000 millones de dólares en el 2024 y que gasta 2,25 dólares por cada dólar que ingresa.
Decidme malpensado, pero cuando una compañía que arde más de 2.000 millones en seis meses anuncia que quiere convertirse en plataforma universal, quizás hay que preguntarse si no estamos ante una solución buscando su problema.
Las aplicaciones integradas
Que por ahora estas integraciones no estén disponibles en Europa no es óbice para que el movimiento merezca atención: estamos ante un intento de reordenar toda la industria tecnológica. La nueva herramienta de OpenAI (SDK, en sus siglas en inglés) permite a los desarrolladores construir aplicaciones que funcionan directamente dentro de las conversaciones de ChatGPT. Desde el mismo día del anuncio hay disponibles siete aplicaciones: Spotify, Booking.com, Canva, Expedia, Zillow (el equivalente de Idealista en EE.UU.), Coursera y Figma; para «más adelante» han prometido otras 15, entre ellas DoorDash, Uber e Instacart.
Sam Altman, el propietario de OpenAI, lo vende como una nueva era de aplicaciones «interactivas y personalizadas». Pero cuando Casey Newton de Platformer le preguntó sobre cómo monetizarán la plataforma, cuya respuesta fue la previsible: «Los detalles llegarán más adelante». Naturalmente. Primero enganchamos a los desarrolladores y después decidiremos cómo chuparles el dinero.
Las aplicaciones como rehenes
La integración de Spotify ilustra el funcionamiento. Disponible en 145 países (pero no en la UE), permite pedir canciones o podcasts en lenguaje natural dentro de ChatGPT. Pides en el chatbot «Spotify, hazme una lista de música bailable para la fiesta del viernes» y la aplicación aparece en la conversación. Los usuarios gratuitos acceden a listas existentes como el Descubrimiento semanal, mientras que los de pago obtienen listas personalizadas por IA. Sten Garmark, de Spotify, dice que «la visión de Spotify siempre ha sido estar en todas partes donde tú seas». Lo que realmente dice es que ahora esto significa someterse a una plataforma que aspira a ser el intermediario obligatorio entre las aplicaciones y los usuarios.
Para tranquilidad de las discográficas, Spotify asegura que no compartirá música con OpenAI. Una de las tres grandes, Universal Music Group, ha aplaudido ya «un ecosistema monetizado». Traducido: anuncios y comisiones.
A primera vista, se podría pensar que OpenAI quiere situar ChatGPT al mismo nivel que la App Store de Apple y la Play Store de Google, como nuevo intermediario de distribución de aplicaciones, servicios y contenidos. Pero la jugada recuerda más bien a Windows de los años 90, cuando cualquier aplicación debía estar disponible para el sistema operativo de Microsoft. Según el analista Ben Thompson, OpenAI no quiere «integrarse con la web», sino hacer que ChatGPT se convierta en el sistema operativo del futuro. Si tu aplicación no está en ChatGPT, no existirá para los 800 millones de usuarios de la plataforma. Y el peso de hacer funcionar estas integraciones recaerá sobre los desarrolladores de terceros. Éste es el poder de controlar el acceso a los usuarios.
Windows y el pacto con AMD
En 1981, IBM necesitaba un ordenador personal con urgencia y recurrió a Intel para los procesadores ya Microsoft para el sistema operativo DOS. También exigió a Intel que licenciara a su procesador a AMD como proveedor secundario. El auténtico beneficiario fue Microsoft: quien controlaba el software hizo más negocio que quien fabricaba los chips.
Ahora OpenAI está repitiendo esa jugada, incluso con alguno de los implicados de entonces: acaba de anunciar un acuerdo con AMD para comprarle 6 gigavatios de capacidad de computación de sus chips MI450. El anuncio llega poco después de que Nvidia, rival de AMD, invierte en OpenAI. El mensaje: el poder último no lo tiene quien fabrica los chips más rápidos, sino quien controla el acceso a los usuarios.
800 millones de usuarios quemando dinero
OpenAI presume de 800 millones de usuarios activos semanales, pero esconde que cada usuario les hace perder dinero. La proporción entre usuarios gratuitos y de pago es bajísima: un 2,6%. Con 20 millones de abonados que nominalmente pagan 20 dólares al mes, factura unos 4.500 millones anuales. Los costes de computación para entrenar modelos son unos 3.000 millones anuales, pero hay que añadir los costes de inferencia (responder a las preguntas que los usuarios hacen en el ChatGPT), que son 2.000 millones más. Antes de pagar salarios y marketing, OpenAI gasta ya 5.000 millones, pero ingresa muchos menos. La empresa tiene previsto perder 115.000 millones de aquí al 2029.
El conjunto de la industria de la IA lleva invertidos 325.000 millones en infraestructura este año, sin que ninguna empresa de IA generativa sea rentable. Un estudio del MIT asegura que el 95% de los programas piloto de IA en las empresas no observa ninguna mejora clara del negocio. Las chinas DeepSeek y Alibaba ya han igualado las prestaciones de los modelos de OpenAI a un coste mucho menor, lo que hace que los modelos de IA sean cada vez menos valiosos. Estirando la comparación entre ChatGPT y Windows, puede decirse que en el panorama de la IA también existe una Apple: se trata de Google, que aplica el mismo nivel de integración extrema entre sus productos y servicios. Simplificando, el mercado de la IA parece tender hacia otro duopolio: OpenAI y Google.
Aquí es donde toma sentido la nueva plataforma de OpenAI: si no ganas lo suficiente con tus usuarios, que paguen los desarrolladores. OpenAI puede cobrarles comisiones sin asumir todos los costes.
Cuando Altman dice que la rentabilidad «no está entre sus diez principales preocupaciones», quizá sea porque su problema no tiene solución. La jugada de la nueva plataforma no es innovación: es supervivencia disfrazada de visión estratégica. OpenAI se ha posicionado como el palo de pajar de la burbuja de inversión en IA y se ha asegurado de seguir recibiendo capital especulativo. Hasta que la burbuja reviente, claro. Los desarrolladores harían bien en recordar el precedente de Zynga: su juego Farmville llegó a representar el 12% de la facturación de Facebook, hasta que ésta dejó de necesitarlo. Nosotros, los usuarios, deberíamos preguntarnos si necesitamos que la herramienta más cara inventada hasta ahora para buscar restaurante se convierta en nuestro sistema operativo.