Asociados a la pureza, la fuerza y la magia, con representaciones pictóricas que datan de hace más de 4.600 años y que tomaban una mayor relevancia durante la Grecia Clásica, los unicornios siempre han interesado a los enamorados de la mitología. Estos animales aparentemente nobles y afables se transforman ahora en violentas bestias asesinas en la ópera prima del cineasta estadounidense Alex Scharfman, quien ha contado con Ari Aster (Hereditary, Midsommar) como productor ejecutivo, y que aterriza estos días en la Sección Oficial de Sitges 2025

Death of a Unicorn presenta la compleja relación paternofilial entre Elliot (Paul Rudd, Ant-Man) y Ridley (Jenna Ortega, Miércoles), quienes viajan a una mansión en el bosque del jefe enfermo del primero para hacer méritos para sustituirle. Por el camino, ambos atropellan accidentalmente a un unicornio, con las graves consecuencias que eso conlleva. Con todos los elementos para triunfar, comenzando por la historia trágica de dos seres queridos distanciados por la tragedia de un duelo, la película de A24 se enreda en una trama repleta de grandes actores, pero muy desaprovechados

Scharfman intenta homenajear a aquellas películas de los 80 y 90 sobre monstruos, mostrándose evidente en el uso de unos sensores utilizados por los científicos para detectar la presencia de las criaturas que producen el mismo sonido que los rastreadores de movimiento en Aliens: El regreso (James Cameron, 1986), pero se queda a medio gas en la representación de una figura divina como la de estos caballos con un cuerno mágico en su cabeza.

Aunque la película funciona en conjunto como una comedia desenfadada y gamberra, podría ser más divertida, podría tener más encanto, podría contener más fantasía y podría ser más comprensible, demasiados podrías que la acaban transformando en un ejercicio cinematográfico entretenido, pero insulso. Nada que no hayamos visto en cientos de ocasiones antes.

El unicornio como una figura anticapitalista en el cine

A pesar de ello, el gran acierto del filme radica en dar su gran protagonismo a intérpretes de la talla de Jenna Ortega, quien tanto ha ahondado en el fantástico y la comedia a través de Scream, Miércoles o Bitelchús Bitelchús, entre otros trabajos. Una actuación que no sería la misma sin actores de la talla de Paul Rudd, Will Poulter (El corredor del laberinto), Téa Leoni (Jurassic Park III) y Richard E. Grant (Gosford Park), quienes encabezan un reparto de personajes histriónicos, delirantes y gustosos. 

A quién no le va a gustar ver el declive de una familia rica y poderosa en la búsqueda de hacerse con el control de una medicina que podría salvar a tantísimas personas, pero que prefieren quedarse para su propio beneficio. Una historia de auge y en caída en desgracia que muchos abrazarán. Y es que las películas sobre criaturas como Tiburón, Alien o Jurassic Park siempre han tenido un subtexto contra el capitalismo en el que ahora también incurre Scharfman, como uno de los ingredientes más interesantes del filme.

«Estas criaturas simbolizan nuestra propia corrupción. Simbolizan aquello que, para nuestra vergüenza, destruimos como sociedad. Y creo que eso nos afecta a todos. Es curioso, porque en algunas de estas conversaciones, la gente dice: ‘No sabía que los unicornios tuvieran que ver con la crítica de clase o la crítica socialista’. Claro que sí. Siempre lo tuvieron. Esa es la cuestión», ya reconocía su propio director.

Con todo ello, se agradece que Scharfman muestre a la versión más sombría de los unicornios y se aleje de aquella edulcorada que la literatura y el cine gestaban en las últimas décadas, siguiendo así la estela de títulos como el inolvidable cuento de hadas malditos Legend, de Ridley Scott, donde el diablo intentaba extender la noche a través de la muerte de un unicornio y arrancaba sus cuernos; así como más recientemente la guerra de animación de Unicorn Wars, de Alberto Vázquez, quien también presenta en Sitges 2025 su nueva película, Decorado.