Climent Picornell (Palma, 1949), geógrafo y escritor, acaba de publicar Paisatges minvants, otra reflexión sobre la mal llamada Mallorca profunda, dando continuidad a los cuatro libros anteriores. Paisatges minvants será presentado en los próximos días en Sant Joan (pueblo del autor), Palma y Felanitx.
¿Otro ejercicio de nostalgia de la Mallorca que está desapareciendo?
—Inicialmente, no quería que fuera un libro nostálgico. Los anteriores lo eran un poco, pero éste me ha salido totalmente nostálgico sin quererlo ni esperarlo.
Lo fácil es decir que es un libro sobre la ‘Mallorca profunda’, pero es un concepto que usted rechaza.
—Sí. Es un concepto inventado por los panesillos -palmesanos- para referirse a la Mallorca que antiguamente era rural. Ahora ya no lo es tanto. Se ha producido un cambio profundo. Como me dijo una madona: Vaig pel carrer i no conec ningú, vaig al tanatori i conec tothom. El libro es un juego, un contrapunto entre lo que pasaba antes en los pueblos y lo que pasa ahora, siempre en clave de humor y con las conversaciones de café como telón de fondo.
Además de la nostalgia, ¿aparece el lamento?
—No, no he querido hacer un libro tremendista. Lo que vemos ahora no es un desastre, pero incluye grandes chalets construidos por extranjeros y pequeños terrenos donde se instalan una caravana y una piscina de plástico. Estos nuevos habitantes se quejan del mal olor del fems que han esparcido los payeses colindantes, de los picarols de los ganados o de las campanadas de la iglesia, sobre todo si tocan a muerto.
Un cambio demográfico.
—Sí, con magrebíes que trabajan en el campo o en la construcción, sudamericanos que cuidan a nuestros mayores y nórdicos ricos. También llegan parejas mallorquinas jóvenes, más con perros que con hijos, que intentan alquilar una casa. Comprarla, ni pensarlo. El cambio no es sólo demográfico, sino también cultural, con otras maneras de ver el mundo respeto a las tradiciones locales. Siempre ha existido la dualidad entre Palma y la Part Forana, pero lo que está pasando en los pueblos es lo mismo que está pasando en la capital. De ahí que lo de Mallorca profunda pierda todo su sentido. A pesar de todo, en los pueblos seguimos controlando a los nativos a través de los malnoms. Otra madona me dijo que els del poble no me fan por, en el sentido de que conoces a la gente del pueblo y sabes cuáles son sus virtudes y sus defectos o debilidades, pero, claro, a los que vienen de fuera no los tienes tan controlados.
Sin embargo, perviven reductos de esas tradiciones y costumbres, también entre los jóvenes, aunque demográficamente son o serán una minoría.
—Sí, todavía queda una masa crítica que mantiene tradiciones, costumbres y una lengua más viva que en Palma o en las zonas costeras. A ello contribuyen incluso las llamadas neofiestas, que básicamente consisten en lanzarse cosas unos sobre otros. No obstante, es verdad que hay jóvenes que mantienen viva la llama de la cultura. Los pueblos del interior de la Isla se están convirtiendo en auténticos bastiones de la cultura mallorquina y lo mejor es que mantienen la voluntad y la determinación de serlo. En cualquier caso, habrá observado que hablando de la Mallorca rural utilizamos cada vez más el todavía o el aún, lo que resulta muy significativo.
¿A qué atribuimos el cambio?
—Está provocado indirectamente por el turismo y directamente por la globalización. En lo que se refiere al turismo, proliferan las viviendas vacacionales y los hoteles de interior, como signo de una actividad que ha dejado de ser exclusiva de la costa y se ha extendido por toda la Isla. No obstante, este turismo del interior no tiene nada que ver con los pisos turísticos de Palma, muchos de ellos ilegales: roban viviendas al mercado, contribuyen a subir los precios y generan molestias. En cuanto a la globalización, en los pueblos hay televisión, internet y redes sociales como en las ciudades. Un signo de la globalización de la Mallorca rural es la presencia de furgonetas de Amazon.
Una Mallorca rural que, para mantener fincas, recurre al turismo.
—Hay que reconocer que la mayoría de fincas que no se dedican al agroturismo se encuentran en muy mal estado y dan pena.
Habla de nostalgia, pero hay cosas que no se echan de menos, como las penurias económicas.
—En mi caso particular, no echo de menos la moral ni el caciquismo de décadas pasadas. La gente de edad muy avanzada puede echar de menos algunos cosas, pero la mayoría no volvería a vivir esas épocas de penurias y penalidades, a veces de auténtica miseria.