El pasado 1 de octubre vio luz en México, nuestra más reciente obra: Ajedrez y filosofía: el tablero como arquetipo del mundo interior. Un libro dedicado, entre otros, a:
A quienes han sentido, alguna vez, que mover una pieza
es también sacudir algo dentro de sí.
A los que encuentran en el silencio del tablero una forma de escucha,
y en sus casillas, una cartografía del alma.
A los buscadores incansables de sentido, propósito y verdad,
a los que dudan, reflexionan y se atreven a pensar más allá de la próxima jugada.
A mis maestros invisibles, que me enseñaron que perder puede ser un acto de aprendizaje
y que ganar, sin humildad, es apenas ruido vano.
Y a ti, lector silencioso, que llevas este libro como si fuera un espejo portátil,
esperando que alguna jugada, algún pensamiento o alguna palabra
te devuelva un fragmento olvidado de tu propio mundo interior.
Este libro es para ti.
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Dicha publicación se debe al interés del MF Gustavo Maass Garza Ramos, presidente de la editorial Jaque Mate de México, quien, desde un principio, apreció su contenido, convenciéndonos de la necesidad de darle a conocer ante el gran público. Aspira a presentarlo en algunas ferias del libro y distribuirlo no solo en México sino más allá de sus fronteras.
En este sentido, agradezco el trabajo desarrollado por Gustavo, quien con este nuevo trabajo nos lleva a cinco nuestras publicaciones en Jaque Mate.
La obra consta de cinco partes a través de las cuales están distribuidos 64 capítulos. Además, cuenta con un epílogo y cuatro anexos. Seguidamente, una breve síntesis de sus aspectos más destacables.
Desde sus orígenes envueltos en leyenda y polvo de siglos, el ajedrez ha acompañado al ser humano como un teatro íntimo de su pensamiento, sus pasiones y sus dilemas. No es sólo un juego: es un espejo que refleja lo que somos cuando estamos a solas con la incertidumbre, el riesgo y la esperanza. Lo hemos practicado como pasatiempo, como reto intelectual, como arte silencioso. Pero también —y quizá sin advertirlo del todo— como forma de pensar, de vivir y de mirar el mundo.
Este libro nace de una certeza interior: que el ajedrez contiene, en su geometría austera, una filosofía encarnada, y que cada jugada encierra una enseñanza tan viva como una pregunta existencial. Escribir estas páginas ha sido para mí un acto de gratitud hacia dos disciplinas que, en su aparente distancia, comparten un mismo origen: el asombro ante lo real.
Porque el ajedrez, como la filosofía, me enseñó a pensar en silencio, a convivir con la duda, a aceptar la pérdida con dignidad y a renunciar al orgullo cuando llega la victoria. Descubrí que sus casillas no solo dividen el espacio: unen preguntas. ¿Quién soy cuando juego? ¿Qué busca mi mente cuando calcula? ¿Qué dice mi alma cuando dudo?
Sobre ese modesto tablero conviven la libertad y el destino, la voluntad y el azar, el tiempo que apremia y la muerte que acecha. Cada jugada no busca solo ventaja: es una afirmación de lo que somos, de cómo decidimos y de cómo sentimos. Allí, el ajedrez se transfigura: de estrategia pasa a experiencia, de competencia a introspección, de cálculo a metáfora de la condición humana.
Esta obra es un puente entre dos mundos: el del filósofo y el del ajedrecista. Mundos que parecen caminar en paralelo, pero que —cuando se miran con atención— comparten un mismo lenguaje: el de la belleza, la verdad y el pensamiento profundo.

No he escrito este libro para imponer teorías, sino para compartir intuiciones. Para agradecer al ajedrez su capacidad de enseñar sin palabras, y a la filosofía su valentía para preguntar sin tregua. Para mostrar que incluso un simple peón avanzando puede ser una pregunta luminosa sobre la vida.
Estructurado en cinco partes, este viaje se ofrece al lector como un mapa de territorios invisibles, donde la lógica y la emoción, la ética y la estética, se entrecruzan como piezas en danza.
En la primera parte, Ajedrez, mito y origen, viajamos a los albores del juego, desde las rutas de la seda hasta los claustros medievales, donde el ajedrez era más que entretenimiento: era un rito de civilizaciones y un espejo de cosmovisiones.
La segunda parte, Ajedrez y civilización, traza los caminos del juego a través de religiones, culturas y épocas. Desde el I Ching hasta la Ilustración, desde la espiritualidad rusa hasta el empirismo británico, el ajedrez aparece como un lenguaje universal capaz de expresar la forma de pensar de cada época.
En la tercera parte, Grandes filósofos del tablero, imaginamos diálogos imposibles entre pensadores como Pascal, Nietzsche, Wittgenstein o Sartre, que encuentran en el tablero un campo de batalla simbólico donde ensayar ideas sobre el sentido, la libertad y el yo.
La cuarta parte, Grandes ajedrecistas, pequeños filósofos, da voz a los jugadores. Porque cada estilo de juego es también una forma de ser. Desde la claridad serena de Capablanca hasta la rebeldía feroz de Fischer, el tablero se convierte en una autobiografía en 64 casillas.
Finalmente, en la quinta parte, Conceptos filosóficos en las 64 casillas, nos detenemos a contemplar. Reflexionamos sobre el tiempo, la muerte, el error, la libertad, la máquina. No desde la teoría, sino desde la experiencia vivida sobre el tablero. Porque jugar también es pensar, y pensar, cuando se hace con el alma, es vivir con profundidad.
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Esta obra es una invitación a mirar el ajedrez con ojos nuevos: no como un arte frío, sino como una pedagogía silenciosa del alma. Un espacio donde cada decisión nos revela, donde cada derrota nos educa y donde cada victoria nos recuerda que no todo depende de nosotros.
El ajedrez no enseña a ganar. Enseña a entender, a elegir, a sentir. Es un espejo que no refleja el rostro, sino la estructura profunda del pensamiento, los valores que nos guían y las sombras que nos habitan.
Como escribió Stefan Zweig, el ajedrez es «la única lucha sin derramamiento de sangre que el hombre ha inventado». Pero también —podríamos añadir— una forma de ensayar la vida sin miedo a vivirla. Por eso, ajedrez y filosofía no son caminos paralelos, sino hermanas que se buscan, que se desafían y se enriquecen mutuamente.
Ojalá estas páginas acompañen al lector en su propio tablero interior. Y que, al final, comprendamos que pensar bien es ya una forma de jugar… y que jugar con alma es quizás la más elevada forma de pensar.
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